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miércoles, 26 de mayo de 2010

Base Antropológica II


La corporalidad del hombre.

Como se expresó anteriormente el hombre es una unidad de alma y cuerpo.  Esa unidad es tan profunda, que se debe considerar el cuerpo como la “forma” del alma. Gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo, es un cuerpo humano y viviente, et factus est homo in animam viventem; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza.  Esa unidad espíritu-corpórea hace que el cuerpo humano tenga una dignidad que está por encima de cualquier otra criatura. Especialmente porque el ser del hombre es un espejo del ser de Dios. Esta imagen se forma en el hombre desde el inicio, a través del Espíritu Santo,  pues es éste el iconógrafo, aquel que pinta la imagen divina de Dios en el hombre. El hombre es persona, no es solamente algo, es alguien. “En analogía a Dios, el hombre también tiene un espacio interior, en el cual está, de algún modo, a disposición de sí mismo. También tiene intimidad. Intimidad significa mundo interior, el “santuario” de lo humano. Lo íntimo es lo que sólo conoce uno mismo: es lo más propio” [1]

En el segundo relato Génesis 2, 18 ss se expresa: “No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él”. El texto hebreo llama constantemente al primer hombre ha´adam, mientras el término ´is (varón) se introduce solamente cuando surge la conformación con la  ´issa (mujer).  Parece, basándonos en todo el contexto, que ésta soledad tiene dos significados: uno, que se deriva de la naturaleza misma del hombre, es decir, de su humanidad, y otro, que se deriva de la relación varón-mujer.

Una vez que el hombre está frente a las criaturas se encuentra sólo porque toma conciencia de su propia superioridad, no puede ponerse al nivel de ninguna otra especie de seres vivientes.
Se pueden derivar de esto varias consideraciones: 1. Que el hombre desde el primer momento de su existencia está frente a Dios como en búsqueda de la propia “identidad”. 2. Esa soledad frente a Dios la expresa a través del propio conocimiento, que va unido al conocimiento de todas las criaturas visibles,  se distingue frente a Dios y, a la vez, se afirma en el mundo visible como “persona”. Esto lo logra volcándose sobre sí mismo, en su intimidad, y exteriorizándolo a través de su cuerpo, porque es a través de éste que es capaz de saber que no es substancialmente semejante a los otros seres vivientes. 3. Se puede afirmar con certeza que el hombre así formado tiene simultáneamente el conocimiento y la conciencia del sentido propio del cuerpo. Solo así se entiende que el ser humano y sólo él, está para “cultivar la tierra” y “someterla”.

Se infiere de lo anterior, que la persona humana puede llevar una vida natural y una vida personal. La primera aúna la vida vegetativa de nuestra células, la vida sensitiva de nuestros órganos, y la vida intelectual de nuestras potencias superiores inmateriales, como son la inteligencia y la voluntad. La vida personal humana, en cambio es la vida espiritual. Esta vida no se reduce a vivificar al cuerpo y a las diversas potencias, y perdura, tras la muerte. Así decimos que nuestra vida tiene un fin trascendente, un propósito que no se reduce a lo méramente corpóreo.

La naturaleza humana por tanto no es la persona humana, sino lo común del género humano. Por eso el hombre no está en función de la especie humana, porque ésta es inferior a cada persona. La verdad es justo a la inversa: lo propio de la humanidad está en función de la persona humana.

Una de las características del hombre  es su naturaleza social,  fundamentada precisamente por tener una común naturaleza con los demás hombres, en la que se basa, el amor natural de unos por otros.

Ahora bien, la sociabilidad es una característica esencial del hombre pero no es su esencia y por tanto la persona y la humanidad del hombre no se agotan en su función social. La sociedad debe estar al servicio del hombre y no al revés ya que la unidad de cada hombre consigo mismo es una unidad sustancial mientras que la unidad de unos hombres con otros formando una sociedad, es una unidad de orden. Entre los distintos tipos de sociedades naturales que el hombre puede formar con diversos fines, hay dos sociedades naturales únicas: la familia y la sociedad civil.

En la sociedad civil, el trabajo es la acción del hombre sobre las cosas. De modo concluyente y para comentar la vocación del hombre a “cultivar la tierra”, es importante notar que el trabajo es la acción del hombre sobre las cosas dándoles una cierta perfección, con el fin de que puedan servir mejor, según éstas faciliten la vida humana. El núcleo de la concepción cristiana del trabajo lo constituyen dos ideas fundamentales: la dignidad del hombre, a quien se le confió el gobierno de la creación, y por lo tanto es sujeto agente del trabajo, y el trabajo como participación en la obra creadora de Dios en la que el hombre actúa como causa segunda. Estas dos ideas madre determinan la grandeza de la actividad laboral del hombre.

Por lo tanto con el trabajo se perfecciona una cosa exterior por la acción del hombre sobre ella, pero lo significativo es que el hombre mismo se perfecciona trabajando intelectualmente y moralmente. En todo caso, la perfección intelectual tiene una importancia secundaria porque a lo sumo convierte a la persona en un buen profesional; sin embargo la dimensión moral afecta al hombre en cuanto persona, pues lo aleja o lo acerca de su último fin.

Es decir, se pueden realizar trabajos manuales, mecánicos, y hasta realizar las mismas tareas una y otra vez; por ejemplo en la fábrica, en la maquila, o los trabajos del hogar,  donde no se requiere mucha destreza intelectual, y aún así ganar en dignidad; crecer en vida personal, porque el trabajo se ha realizado con el mayor amor posible, sabiendo que se participa en la obra creadora de Dios.

Consiguientemente no se puede hablar de “trabajadores del sexo”, pues la prostitución no dignifica a la persona, les aleja de su fin último, como se explicó anteriormente. Tampoco se puede llamar trabajo aquel que aleja a las personas de su vida familiar. Tener empleados que no son tratados personalmente para ser utilizados como simples medios de producción, es degradar la dignidad de la persona y reducir su valor a lo que vale su producción.  Esa concepción materialista, desde el punto de vista metafísico,  es totalmente falso, porque lo que la persona produce es accidental y no toca en absoluto la esencia de la persona humana.

“El hombre se realiza, se gasta y se perfecciona en el trabajo de forma personal; posibilita y mejora la vida familiar dándole medios para desenvolverse dentro de la dignidad que pide la naturaleza humana, mediante el trabajo, progresan las sociedades y los pueblos”[2].

El trabajo es la manifestación de amor más escondida, porque procura el sustento de la familia a través de la donación personal.


[1] La razón de nuestra alegría, Jutta Burgraff.

[2] Treinta temas de iniciación filosófica, Pilar Fernández de Córdoba

La base de toda Antropología I



1. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.

“Cristo es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, sean los tronos o las dominaciones, los principados o las potestades. Todo ha sido creado por él y para él. El es antes que todas las cosas y todas subsisten en él” [1]
El género humano ha sido creado a imagen de Dios, y Cristo es imagen del Padre, es decir hemos sido hechos a imagen y semejanza de Cristo, por quien todos y todo subsiste, tal como lo menciona la cita anterior. La referencia a estos pasajes es vital para comprender la vocación del hombre, del género humano. Porque como  dirá San Juan en su carta 1 Jn 4, 16, “Dios es amor”, y en la carta de los Efesios Pablo escribe, “que en él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor; nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo” [2]

a. En primer lugar hay que hacer una distinción entre Cristo como imagen perfectísima de Dios, lo que es atribuible sólo a la Segunda Persona de la Trinidad, porque sólo el Hijo procede del Padre,  es consustancial al Padre, y por lo tanto eterno, no creado sino eternamente engendrado; y ser creados a imagen y semejanza de Dios. Santo Tomás lo explica así : “La imagen de un ser puede hallarse en otro de dos maneras: de una parte, cuando se halla en un ser de la misma naturaleza específica, y así es como se halla la imagen de un rey en su hijo; y de otra, en un ser de naturaleza distinta, como la imagen del rey en una moneda. Pues bien, según el primer modo, el Hijo es imagen del Padre, mientras que el hombre se llama imagen de Dios conforme al segundo. De aquí que, para expresar la imperfección de la imagen en el hombre, no se dice que es imagen, sino que es a imagen, para designar un cierto movimiento que tiende a la perfección. En cambio, del Hijo no puede decirse que sea a imagen, porque es imagen perfecta del Padre” [3]

b. En segundo término: que el hombre ha sido creado  imagen y semejanza de Dios[4], significa que tiene en  sí mismo una referencia a El, porque es una imagen, es decir no agota su ser en sí, lo propio de una imagen no consiste en lo que ella es en sí misma, sino que sale de sí para mostrar algo que no es. La función de la imagen es reproducir a quien es el modelo.

En consecuencia, el ser humano no puede existir cerrado en sí mismo, la perfección a la que tiende se realiza de acuerdo a la referencia de Dios, que ha creado por amor y para el amor, de manera libre. Entonces podemos afirmar que la vocación del hombre es salir de sí mismo para donarse por amor al otro, libremente. En primer lugar a su Creador, y luego a aquel con quien compartirá la vocación encomendada, que se realiza principalmente desde y en  la familia, vínculo natural entre el hombre y la mujer, fundada por Dios, de donde toma su consistencia la sociedad.

 “Mi corazón está inquieto hasta que repose en Ti”, esta frase de San Agustín, refleja la capacidad del hombre, única entre todas las criaturas, de comunicarse con Dios, y además ilumina la forma de vivir del ser humano. “Consiste pues el arte de vivir en desarrollar –con la ayuda de la gracia- el proyecto divino sobre mí”[5]. Sólo así se puede entender cómo el sometimiento voluntario de la razón y la fe, a la voluntad de Dios es un perfeccionamiento de nuestro ser, pues en El encontramos la plenitud y la razón de nuestra existencia [6]

c. Como medio para expresar esa llamada a salir de sí mismo, el hombre tiene una vocación, que se manifiesta en la colaboración con Dios en su obra Creadora.

La expresión social de la vocación puede tener diversas manifestaciones, pero en su esencia, la vocación del hombre consiste en entregarse a sí mismo libremente para el servicio de los demás por amor, en esa medida es reflejo de su Creador e imagen de Su Redentor, Jesucristo.

Para poder comprender mejor esa dimensión del ser humano, en el momento presente, donde la palabra amor está tan deformada y carente del verdadero contenido, es necesaria una explicación inicial sobre su significado.

El amor cristiano tiene una connotación diferente a lo que se pretende hoy en día. Más que un sentimiento que se impone al hombre, es una decisión; más que un arrebato de placer, es la búsqueda del bien de la persona amada. Y para  poder amar libremente es necesaria la purificación de los propios deseos, de tal forma que no se busque la satisfacción personal de manera egoísta.
El amor, no consiste en instrumentalizar al otro para que suscite el placer de un instante, como quien se deja  dominar por los instintos. Si reducimos el amor a puro “sexo” la persona se convierte en mercancía.

En cambio, el amor cristiano, no niega el placer, pero deja patente que el camino para lograrlo no consiste en dejarse dominar por el instinto: el amor promete infinidad y eternidad; madurez, que incluye también la renuncia. En la visión antropológica del cristianismo, el ser humano no queda relegado a lo puramente biológico, sino que es considerado en su unidualidad: unión íntima e indivisible de alma y cuerpo. Por lo tanto el cuerpo no es solo un instrumento de placer sino la expresión de la entrega personal.  El amor ya no se busca a sí mismo, ni desea la embriaguez de la felicidad, sino que ansía el bien de la persona amada: está dispuesto al sacrificio y a la renuncia por el bien del otro. De esta forma se entiende que el amor reclama la exclusividad y el “para siempre”, porque engloba la existencia entera y abarca todas sus dimensiones, incluida la temporal. El amor es un camino permanente, un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación, en la entrega de sí.  De esta manera el hombre no sólo descubre la verdad sobre sí mismo, sino que descubre a Dios. Este fue el itinerario de Jesús, una entrega de amor por los hombres que lo llevó a entregar voluntariamente su vida para morir en una cruz. El mismo afirmó que nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por los demás [7]

En este sentido, Juan Pablo II afirma: “El hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa con él vivamente”.
Así se concluye en esta fase inicial, que el amor del cual nos habla la Biblia no solo, no se opone a la experiencia del amor humano, sino que le da su verdadero sentido.

El libro del Génesis nos remite a la verdad revelada sobre el hombre como “imagen y semejanza de Dios”, lo que constituye la base inmutable de toda antropología humana.
En el primer texto Génesis 1, 1-2,4, se describe la fuerza creadora de la Palabra de Dios, estableciendo un orden en medio del caos existente. Crea así la luz y las separa de las tinieblas, el mar y la tierra firme, el día la noche, las hierbas y los árboles, los peces y los pájaros, todos “según su especie”.

 El hombre es creado sobre la tierra y al mismo tiempo que el mundo visible. Pero, a la vez, el Creador le ordena dominar la tierra: está colocado por encima del mundo. La narración bíblica no habla de la  semejanza del hombre con el resto de las criaturas, sino solamente con Dios.

Para continuar con este relato en el ciclo de los siete días, es evidente un orden preciso; al hablar de materia inanimada, el autor bíblico emplea diferentes palabras, como “separó”, “llamó”, “hizo”, “puso”. En cambio al hablar de los seres vivos, usa los términos “creó”, “bendijo”. Dios les ordena “Procread y multiplicaos”. Este mandamiento se refiere tanto a los animales como la hombre, indicando que les es común la corporalidad (1, 22-28). No obstante es esencial subrayar que la diferencia del  sexo está mencionada solamente respecto al hombre (varón y mujer los creó), bendiciendo al mismo tiempo su fecundidad, es decir, el vínculo de las personas (1, 27-28).

En el momento de crear al hombre, no existe una sucesión natural, como se menciona anteriormente, sino que el Creador pareciera detenerse, como dice Juan Pablo II en su libro Teología del Cuerpo, antes de llamarlo a la existencia, y luego dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza”.

El segundo relato de la creación Génesis 2, 4-25, narra los comienzos con otras imágenes; según los investigadores es considerado de tradición yahvista, porque en él se menciona a Dios por su nombre Yhwh, Se quiere enseñar que sólo Dios, el Dios de Israel, es el dueño de la vida porque El la dio al hombre y a los animales; que Dios cuida al hombre con amor desde el principio.

La intención de los primeros versículos es mostrar que lo primero y más importante sobre la tierra es el hombre, para quien fue creado todo lo demás.
Cuando el Señor Dios hizo tierra y cielo, aún no había en la tierra
ningún arbusto silvestre, y aún no había brotado ninguna hierba
del campo –pues el Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra
ni había nadie que trabajara el suelo- pero un manantial brotaba de
la tierra y regaba toda la superficie del suelo. Entonces, el Señor Dios
formó al hombre del polvo de la tierra, insufló en sus narices aliento
de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo”. Génesis 2, 4b-7.

Que el hombre pertenezca a la tierra no es su peculiaridad más importante: también los animales, según el autor, serán formados de la tierra. Los específico e importante en el hombre es que recibe la vida de Dios. La vida se representa en el aliento, pues es un hecho evidente que sólo los animales vivos respiran. Que Dios infunda de esa forma la vida al hombre significa que éste, aunque por su corporeidad participa de la materia, su existencia como ser vivo proviene directamente de Dios, es decir, está animado por un principio vital –el alma o espíritu- que no proviene de la tierra. Este principio de vida recibido de Dios hace que también el cuerpo del hombre adquiera una dignidad propia y se sitúe en un orden distinto de los animales.

Los versículos subsiguientes reflejan una situación de amistad entre Dios y el hombre en la que no existe ningún mal, ni siquiera la muerte. Se describe al hombre en un jardín  que tiene dos árboles, éstos simbolizan a Dios de dos maneras: como el que tiene poder de dar la vida, y como el punto último de referencia del actuar moral del hombre. Este árbol de la ciencia del bien y del mal, debía expresar y constantemente recordar al hombre el “límite” insuperable para un ser “creado”.  La autonomía moral absoluta es una tentación que se presenta constantemente al hombre, y en la que sucumbe cuando olvida que existe un Dios Creador y Señor de todo, también del hombre.

Asimismo, en estos versículos, aparece el trabajo como un encargo divino, debe proteger y hacer fructificar el jardín. El hombre debe reconocer el señorío de Dios sobre la creación y sobre sí mismo, obedeciendo el mandato  que Dios le da a modo de una alianza.


[1] Col 1,15.
[2] Ef 1,4.
[3] Santo Tomás Suma Theologiae 1,35, 2 ad3.
[4] cfr. Gn 1, 26
[5] Carta sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, Jutta Burgraff, prólogo
[6] cfr. Ga 1,19.
[7] cfr. Jn 15, 13.

Introducción a la antropología II.



El dualismo y sus consecuencias.
Desgraciadamente para muchos el dualismo platónico está presente y vigente, por ejemplo en los movimientos de liberación femenina,  en defensa del aborto y la contracepción. Presentan los argumentos como: “mi cuerpo es mío y tengo derecho a hacer con él lo que me plazca”.
Para éstas personas cabe la siguiente pregunta: entonces ¿quién es usted? porque ya se ve claramente que usted y su cuerpo son dos cosas diferentes!

O también aquellas personas que utilizan su cuerpo como máquina de generar placer, bajo el supuesto de que como el cuerpo se va a deteriorar, y por lo tanto hay que producir la mayor cantidad de satisfacción posible a su “dueño” para tener una “calidad de vida”.
Lo contrario también es viable, si el cuerpo es defectuoso, por malformación o disfuncionalidad, será difícil garantizar “calidad de vida”,  y por tanto será posible hablar de eutanasia o aborto.

La persona conserva su identidad a través de los diferentes etapas por las que debe pasar en el transcurso de la vida, sin que nadie dude que el óvulo fecundado, el niño recién nacido, y el joven que llega a ser, luego de 20 años de su nacimiento son una misma persona. ¿Qué queda en el anciano de 70 años, del niño, o del óvulo fecundado que le dio origen? En lo físico nada, sin embargo la identidad se conserva porque el principio vivificante que lo alienta es el mismo, con 30 minutos de concebido o 70 años de nacido,  con las características propias de la edad correspondiente.

Percibir que cuerpo y alma son realidades yuxtapuestas, y que si se da satisfacción a la una, la otra se sentirá mal atendida, o menospreciada, puede llevar a la persona a vivir una inconformidad con una parte de su ser.

No se puede pensar que de la lucha de lo físico-material y lo psíquico-espiritual a nivel de la conciencia, para decidir quien toma el control e impone el norte de la vida, haya siempre un vencedor y un vencido. Porque la persona es una unidad. No es vencido el cuerpo, si se impone un orden netamente espiritual, ni es vencida el alma si se impone un derrotero material. Se perfecciona o se esclaviza la persona entera.

Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo (cfr. Deus caritas est n. 5, Benedicto XVI).

Esta lucha interna por lograr la unidad tiene su raíz en el pecado original, la soberbia del hombre por querer ser como Dios, rompió la armonía existente entre el ser y el actuar. Ahora debe existir un empeño racional y voluntario para que el actuar sea en orden a la naturaleza humana y su perfeccionamiento. Actuar teniendo en cuenta la inteligencia y la voluntad no es bueno ni malo, de ello solo puede decirse que es lo que conviene a la naturaleza humana. Esto no es vivir en la represión espiritual, que se puede entender también en el campo afectivo, como represión emocional.

Sin embargo, no deja de ser cierto que alguien que actuara solo guiado por sus sentidos, sus emociones, sentimientos o “instintos” entraría en un comportamiento animalezco, porque no dirige su actuación desde la libertad, sino desde un campo mucho más elemental y simple como es la reacción a un estímulo.

Lo que va de animal racional a ser personal

En nuestra época a partir de la teoría evolucionista, ha surgido una carrera loca hacia atrás, en busca de las raíces mas remotas. Sin embargo lo alarmante no es buscar el origen humano en unos antepasados homínidos, emparentados con los simios, siempre y cuando se de por un hecho que en cierto momento hubo un evento, en el cual ese ser, asumió la condición humana propia de los homo sapiens. No obstante, “no sería legítimo, por insuficiente, definir al hombre como individuo de la especie homo (ni siquiera Homo Sapiens). Muy al contrario, el término persona al que se halla indisolublemente aparejada la idea de dignidad, se ha escogido para subrayar que el hombre no se deja encerrar en la noción de “individuo de la especie”, que hay en él algo más, una plenitud y una perfección de ser particulares, que no se pueden expresar más que empleando la palabra “persona” [1].
“Partiendo de su condición personal como realidad que delimita en el ser humano un marco de referencia sin parangón en el resto de los demás seres vivos, bien vale la pena aclarar que el hombre constituye realmente un reino aparte, el hominal, con características que le son propias tanto en el orden biológico, como en el psíquico y espiritual” [2].
Lo que resulta temerario, es creer que “el hombre es un animal más en la escala zoológica, simplemente más evolucionado y complejo”; o también que “el hombre es un animal que llora, ríe y posee un más sofisticado órgano fonatorio que lo faculta para una comunicación más compleja”. O aquellos más lanzados que afirman que dentro de los animales con capacidad de comunicación, el hombre no es siquiera el más avanzado, habiendo otros –como el delfín- que poseen sistemas de comunicación más perfectos; y todo porque éstos animales gozan de un órgano auditivo más desarrollado que el humano.
También el perro tiene un olfato que supera con creces al del hombre; el murciélago a su vez posee un sistema de radar para visión nocturna que no tiene comparación con el humano; el lince una vista insuperable; el buitre, unos ácidos estomacales que son la envidia de los gastroenterólogos, y así una lista de excelencias animales casi indefinida que no autoriza a nadie a pensar que estamos por ello, más bajos en la escala zoológica que el respectivo animal.

Esto es el telón de fondo de una ideología materialista que pretende aniquilar la libertad humana, la responsabilidad, la opción por el bien y una irrenunciable vocación de infinito, reduciéndolo a una condición de animal con instintos, que se pelea con los otros hombres y el resto de los animales, un derecho al consumo de recursos insuficientes.

La dignidad del ser humano no radica en que pueda desarrollar y mejorar sus capacidades auditivas o fonéticas equiparándolas a las de los animales citados. De ahí a humanizar al chimpancé o al delfín, porque poseen esas habilidades hay solo un paso; el mismo que se da cuando se declara un ser humano en coma irreversible, no ya como un hombre, sino un “vegetal”.

El hombre aparece no como uno más, como un animal más evolucionado o perfecto, sino como radicalmente diferente, en virtud de la libertad, que le es dada con su ser y para su ser.

Pueden hacerse comparaciones en el campo de la comunicación, identificando similitudes o diferencias, entre los animales y el hombre; pero, de ahí a equiparar calidades de comunicación hay todo un abismo insalvable entre unos y otros.
De los ruidos emitidos por los delfines a los balbuceos de un niño, a las sinfonías de Bethoven, hay una diferencia que no puede ser resuelta por biólogos, fisiólogos o fonoaudiólogos. ¡Es una diferencia ontológica!.

Desafortunadamente hay muchos científicos que saltan de lo físico a lo metafísico sin tener una continuidad en sus argumentos. Como si aquel que afirma haber investigado el espacio sideral en busca de Dios sin haberlo visto, concluya que la ciencia ha demostrado que Dios no existe.

Resumiendo, todo ser humano que aspire  a un adecuado crecimiento personal en orden a una vida feliz, debe saber lo suficiente de sí mismo, de los demás, del medio que lo rodea y de Dios, que es sustento, razón y fin último de todo lo creado; de tal forma que los errores cometidos por ignorancia al respecto no vayan a frustrar sus aspiraciones de ser feliz.

Por lo tanto la frase: “conócete a ti mismo”, sigue siendo hoy una regla que debe regir el comportamiento de cada persona, en orden a descubrir con la mayor precisión posible, cuáles son los motivos y finalidades que dan razón de una determinada actuación, sobre todo cuando de esa actuación se desprenden consecuencias importantes en el campo ético y moral.
Caminar hacia la plenitud del ser humano, sería armonizar todas sus instancias desde las materiales, hasta las completamente espirituales a partir de un principio integrador, que es, “la purificación del amor”.


[1] Dignidad humana y libertad en la Bioética, Tomás Melendo
[2] Educación de la afectividad, Álvaro Sierra Londoño

INTRODUCCION A LA ANTROPOLOGIA I

La necesidad de una antropología cristiana para la nueva evangelización.

El reto que enfrenta nuestra sociedad actual con referencia a la inculturación de la fe hace necesario que el anuncio de la Buena Nueva del Evangelio, responda a una serie de interrogantes, tan antiguas como actuales: ¿quién soy?, ¿qué es la verdad?, ¿existe Dios?.

Enfrentamos en esta época una tendencia a no reconocer nada como definitivo, y a tener como medida última de todo, el propio criterio con sus gustos bajo la apariencia de libertad; esto convierte a cada persona en una isla, alejada de toda verdad objetiva, encerrada en su propio “yo”; que sacrifica la verdad en el altar del egoísmo.

Por eso se hace necesaria la búsqueda de la verdad desde una antropología que sepa responder a los interrogantes sobre el origen del hombre y su fin, sin miedo a descubrir lo que la razón, a partir de la ley natural intuye, y la fe confirma, sin que por eso haya contradicción: que el origen del hombre está en Dios y tiende a El como a su fin.

En el libro del Génesis 1, 27 leemos “Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó…” Esto significa que toda la vida humana, desde su concepción hasta la muerte, lleva la imagen de Dios.

En el hombre se unen el cielo y la tierra. Dios establece una relación directa con el hombre al transmitirle su imagen; no sólo lo hace capaz de gozar de su presencia, haciéndolo semejante a El, sino que por ser su Creador, lo conoce y ama de manera particular; de manera semejante al amor que tienen los padres por sus hijos.
Todo ser humano, sea rico o pobre; esté sano o enfermo; nacido o nonato, cada uno es imagen de Dios, y participa de su vida. Dios lo ha hecho miembro de su familia, estableciendo con él una relación de pertenencia mutua.

El hombre es de Dios y Dios es del hombre. Dios es su Creador y su Padre, y el hombre es su criatura, su hijo. Esta es la razón más profunda de la inviolabilidad de la vida humana y su dignidad. Y en esto consiste la esencia de la unidad del género humano, a la que solemos llamar  “la gran familia humana”. Toda civilización tiene su fundamento en esta verdad.

La antropología cristiana que hunde sus raíces en la revelación bíblica del relato de la creación, y culmina con el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, nos ayuda a entender el misterio del hombre, su dignidad, y el sentido de su vida. Cristo se ha hecho hombre para cumplir el designio de salvación que estaba dispuesto por Dios desde antes de la creación del mundo, pues por El, por su cruz y resurrección, tenemos la redención y el perdón de los pecados (Ef 1, 4-10).

¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador!, si ha “merecido tener tan grande Redentor” (Gál 3,28) , si “Dios ha dado a su Hijo a fin de que “el hombre no muera sino que tenga vida eterna”(Jn 3,16).

Esta admiración respecto al valor y la dignidad del ser humano es la buena noticia del Evangelio, del cristianismo, y es lo que justifica la misión de todos los bautizados, de la Iglesia entera (Redemtoris Hominis 10b) .

Jesucristo sale al encuentro del hombre de toda época, con estas palabras “conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”(Jn 8,32). “Estas palabras encierran tanto una exigencia como una advertencia. La exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como condición de una auténtica libertad. La advertencia de evitar cualquier libertad que no profundice en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo” (Redemtoris Hominis 12c).
Responder a las preguntas sobre el hombre, y su referencia a Dios, sobre la dignidad, la libertad y el propósito de Dios para la humanidad, es lo que  pretende la búsqueda honesta de la verdad; un deseo inherente a todo ser humano.

1. El concepto de persona en la historia.
Hablar del hombre del s. XX es hablar de un “superhombre”, con poderes de todo tipo.
a. Poder sobre su cuerpo, de tal forma que es capaz de entrar en el espacio, o sumergirse en las profundidades del mar, superando los límites biológicos naturales.
b. Respecto a la inteligencia es capaz de adquirir una gran cantidad de información con un clic en Internet,  la globalización lo lleva a poder conocer las noticias del mundo en el tiempo real.
c. Respecto a la voluntad, ha logrado plantearse lo que es “bueno” e “ideal” con respecto a todo lo que le gusta, y eso lo logra con tres tentáculos: el poder, el dinero y la técnica.  Y determina la eficacia de su obrar en la medida en que tiene “éxito” o “fracaso”.

Pero debemos reconocer que éste “superhombre” del s. XX tiene su propia debilidad. El hecho de saber mucho de todo lo que le rodea pero muy poco de sí mismo.
Para estudiar al ser humano debemos de acercarnos a la ciencia de la antropología, ánthropos – que significa hombre; y lógos, que equivale a “razón entendimiento” y a “palabra, locución o expresión”.

La antropología vendría a ser, entonces, el estudio, la comprensión y la exposición de lo que es el hombre, de las realidades propiamente humanas.

Entonces se podría empezar el estudio con esta pregunta ¿qué es el hombre?. A lo cual corresponden respuestas como: Soy hombre o mujer, soy profesora, soy chef, ama de casa, etc.
Sin embargo, éstas contestaciones responden a estudios más bien bio-psico-sociales. Responden a la forma cómo el hombre opera desde el punto de vista fisiológico, cómo interactúa socialmente, y su capacidad de comunicación con otros.

Pero la verdadera pregunta no es ¿qué?, sino ¿quién es el hombre?, porque la realidad del hombre no está determinada por su corporalidad únicamente. El ser humano trasciende la materialidad de sí mismo cuando se contempla como un ser libre, y por lo tanto sujeto de perfeccionamiento en el uso de esa libertad.
Desde el punto de vista biológico y materialista, el ser humano es considerado un individuo dentro de su especie, que convierte la libertad en un imposible, porque es esclavo de sus impulsos, o estímulos externos o internos.

Así, podemos medir la cantidad de sangre que pasa por el cerebro en un momento determinado, sin embargo es imposible saber con certeza los pensamientos que encierran la mente si la persona no los comunica. Tampoco se puede conocer quién fue determinada persona, examinando su cadáver descompuesto; para ello necesitaríamos conocer su ADN y entonces lo asociaríamos con un nombre, sabríamos su historia, su singularidad, su identidad propia.

El concepto de persona no estuvo siempre presente en la historia de la humanidad, como todo lo humano, se  va perfeccionando a través del tiempo. Para los griegos (concretamente la filosofía de Platón) el hombre tenía dos realidades, la psique, el principio vital y el soma la parte material vivificada por la psique. Para ellos el alma tenía una cárcel, que era el cuerpo. El llamado dualismo.

El pueblo judío en cambio no tenía esta interpretación, concebía al hombre como una unidad constituida por “la carne”, que es a la vez corpóreo y espiritual. Tan claro era éste concepto que llegaron a identificar las funciones psíquicas con órganos concretos: “se me alegra el corazón”, “tener entrañas de misericordia”, o un “corazón limpio”.

Más tarde Aristóteles, discípulo de Platón, plantea que todo ser material está compuesto de materia y de forma, siendo ambos principios interdependientes hasta el punto que no puede existir el uno sin el otro. A la forma substancial la llamó alma, y a la materia viva informada (forma particular de operar) por el alma, la llamó cuerpo (su funcionalidad).

a. En un primer nivel Aristóteles ubicó a los seres de vida vegetativa, -reino vegetal y similares-, con alma vegetativa y funciones de tipo bio-químico.
b. En un segundo nivel están representados los seres vivos de alma sensitiva, que tienen tanto funciones vegetativas, como sensitivas, es decir, tienen además sensibilidad y movimiento voluntario.
c. El tercer nivel posee características de los dos anteriores, vegetativas y sensitivas, pero además está complementado con una inteligencia para conocer de sí mismo, de los demás seres y del medio que lo rodea, y adicional al hecho de conocer, “conoce que conoce”.

Luego Santo Tomás amplía y complementa la teoría de Aristóteles, a la luz  del pensamiento cristiano, diciendo que existe en el hombre una “doble unidad de cuerpo y alma en una única naturaleza, la humana”.

Para el santo ésta escala de los seres vivos no posee tres almas, vegetativa, sensitiva y por último racional, sino que posee una sola alma de orden superior y espiritual que igual alienta funciones vegetativas, como la digestión y el latido del corazón, como funciones sensitivas, visión, audición, sensaciones táctiles, o puramente racionales ya en el orden espiritual, realizar una operación matemática, o entrar en comunicación con Dios a través de la oración.

Entonces el hombre es una unidad substancial de materia y espíritu que realiza todas su operaciones, desde las más elementales hasta las más sublimes, desde su condición única de persona.

La noción de persona es un descubrimiento netamente cristiano, no hay precedente pagano de ella. Ni siquiera en el Antiguo Testamento, a pesar de tener referencias implícitas, la revelación de las tres Personas divinas no es explícita. El misterio de la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) es revelación neotestamentaria. Descubrir la trinidad de Personas en la unidad de naturaleza divina es conocer que no es lo mismo la noción de persona que la de divinidad, puesto que en Dios coexisten distintas Personas. No son equivalentes, por tanto, la noción de persona y la de naturaleza divina. Cada Persona divina es Dios, pero se distinguen entre sí.

A su vez cada ángel es una persona distinta, a pesar de que todos ellos sean de naturaleza angélica.

Como es sabido, el cristianismo mantiene también que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad (Logos, Verbo, Palabra, Hijo del Padre), se encarnó, es decir, asumió la naturaleza humana y vivió entre los hombres en un momento determinado de la historia para darnos ejemplo de vida. A esa Persona divina se le ha denominado de varias formas tras la encarnación, Salvador, Señor, Jesús, Jesucristo, etc. Perfecto Dios, y desde la encarnación, Perfecto Hombre. Cristo ayudó en buena medida a conocer al hombre. De hecho, Cristo vino a revelarle el hombre al hombre mismo a través de la encarnación. En efecto, si en Cristo se distingue entre Persona (la divina) y dos naturalezas (divina y humana), ello indica que persona no equivale a naturaleza. Por tanto esa distinción debe darse en el hombre.

Por otra parte, la revelación desde el Génesis nos muestra que la naturaleza humana es propia de la especie hombre, pero no coincide con cada persona humana. En efecto, la naturaleza humana es dual, constituida por varón y mujer, pero cada persona no es dual, sino única e irrepetible. Así, Adán y Eva son dos personas, pero constituyen entre ambos una sola naturaleza, la humana, pues ninguno de los dos tiene la naturaleza completa. Por eso ninguno de los dos es viable por separado. Lo cual permite ver claramente que persona tampoco equivale a naturaleza en el hombre.
Si la naturaleza humana no es viable por separado, por ella el hombre es social, debido a la comunidad de origen. Esto es, haber sido creado a imagen y semejanza de un Dios que es Trino y Uno, Tres Personas distintas en una Única naturaleza divina, donde existe una comunión de Personas. De tal forma que la familia es icono del amor recíproco intra trinitario. Por consiguiente, la familia es una institución natural.

Conviene, por tanto, establecer en el hombre la distinción entre persona y naturaleza. Si bien todo hombre es persona, no toda persona es hombre (pues los ángeles, por ejemplo son personas, pero no hombres). Persona, según la concepción cristiana, es cada quien. Alguien distinto de todos los demás, pero abierto a ellos. Capaz, por tanto, no sólo de conocerse y amarse a sí, sino también a los demás y a Dios. La persona humana es un ser a la vez corporal y espiritual, dotado de alma y cuerpo. Hay una unidad profunda entre alma y cuerpo. El hombre es el centro de la creación visible y, a diferencia de la realidad física, la persona humana no se describe tanto por su relación con la nada, sino ante todo por su relación con Dios. Ya que el hombre no fue creado de la nada, como el mundo, sino de Dios, teniendo a Dios como modelo.