viernes, 23 de noviembre de 2012

 El hombre a imagen de Dios, Hombre y mujer los creó 

CEC 355-374

Objetivos:
1. Entender el designo de Dios para la humanidad, al revelarse a través de la creación.
2. Conocer y respetar la naturaleza de la creación (pues es un principio de sabiduría y fundamento de la moral, ya que el hombre y toda la creación se orientan a dar gloria a Dios).

Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó (Gn 1,27).

4 puntos fundamentales: El hombre ocupa un lugar único en la creación.

1. Está hecho a imagen de Dios
2. En su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material
3. Es creado “hombre y mujer”
4. Dios lo estableció en la amistad con El.

I. A imagen de Dios. CEC 356.

Introducción
Existen dos relatos porque uno es más antiguo que el otro, proceden de dos tradiciones distintas, recordemos que antes de que una palabra se ponga por escrito primero existe la tradición oral, palabras y hechos. No olvidemos la época, no existía el papel, ni el lápiz!
En el primer relato se destaca la trascendencia divina sobre todo lo creado y utiliza un estilo esquemático, se atribuye a la “tradición sacerdotal”. El segundo es el más antiguo y se atribuye a la tradición “yahvista”, habla de Dios en forma antropomórfica, y presenta un estilo más vivo y popular.
Son dos modos distintos en los que la Palabra de Dios, sin pretender una explicación científica de los comienzos del mundo y del hombre, ha expuesto, de modo adecuado para su comprensión, los hechos y verdades fundamentales de los orígenes, sobre todo ordenado al fin, que es nuestra salvación.
Tres cosas se afirman en estas primeras palabras del Génesis que nos hablan de la Creación:
a. El Dios eterno ha dado principio a todo lo que existe. Sólo El es creador, el verbo “crear” –en hebreo bará- tiene siempre por sujeto a Dios. Cielo y Tierra significa la totalidad de lo que existe, es decir que todo recibe y es sostenido en su ser por Dios.
A la luz del Cristo vemos cómo Dios creó todo por el Verbo Eterno, su Hijo amado. Jn 1,1; Col 1, 16-17. Y entendemos la Creación como obra de la Santísima Trinidad.
b. Dios creó el mundo movido por su amor y sabiduría, para comunicar su bondad y manifestar su gloria. El mundo, por tanto, “no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad libre de Dios, que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad. CEC 295.
c. La presencia del poder amoroso de Dios, simbolizado en un viento suave, o un soplo –el texto lo llamo “espíritu”, en hebreo ruaj-, muestra que el origen del ser y de la vida de toda criatura, de manera tal que San Atanasio y San Jerónimo, hayan visto reflejada en este pasaje, la presencia del Espíritu Santo como Persona divina.
Estos textos que nos hablan del mundo visible y de la creación del hombre como imagen y semejanza de Dios, es en realidad el punto de inflexión de la antropología que debemos defender en nuestro entorno. Por tal motivo voy a darles una clase de antropología bíblica, vamos a tocar todos los puntos pero refiriéndonos al enfoque que necesitamos hoy día para saber dar razón de nuestra esperanza, y para saber responder a los retos que enfrenta la inculturación de la Fe.
En el momento de crear al hombre, no existe una sucesión natural, como se menciona anteriormente, sino que el Creador pareciera detenerse, “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza”.
El hombre no está hecho en referencia a la materia sino a Dios.
Ser creado a imagen y semejanza de Dios.
Que el hombre ha sido creado  imagen y semejanza de Dios, significa que tiene en  sí mismo una referencia a El, porque es una imagen, es decir no agota su ser en sí, lo propio de una imagen no consiste en lo que ella es en sí misma, sino que sale de sí para mostrar algo que no es. La función de la imagen es reproducir a quien es el modelo.
En consecuencia, el ser humano no puede existir cerrado en sí mismo, la perfección a la que tiende se realiza de acuerdo a la referencia de Dios, que ha creado por amor y para el amor, de manera libre. Entonces podemos afirmar que la vocación del hombre es salir de sí mismo para donarse por amor al otro, libremente. Es mejor persona en la medida en que sale de sí mismo para darse a los demás.
Como medio para expresar esa llamada a salir de sí mismo, el hombre tiene una vocación, que se manifiesta en la colaboración con Dios en su obra Creadora, a través de la entrega.
Ahora bien, el amor es el acto específico del alma espiritual; pero la persona humana también es corporal. La persona no ama porque tiene cuerpo, sino porque está dotada de alma espiritual. Sucede lo mismo, en sentido inverso, con las operaciones que son de la persona pero que realiza precisamente porque es corpórea; por ejemplo el alma es la causa del latido del corazón, pero una persona tiene corazón porque es corpórea.
Si el amor es personal, es porque incluye a la persona entera, corpórea-espiritual, y habrá que entenderlo como don sincero y generoso de sí a otra persona considerada como tal, persona. O también como aceptación de una persona.
Si el amor es personal, quien ama no es algo de alguien (su voluntad sus afectos, etc.) sino alguien, ama la persona entera, no algo de alguien. A su vez, a quien se ama personalmente no es algo de alguien (su cuerpo, su belleza física, su simpatía, su ingenio, su dinero, etc) o algo para alguien (regalarle unas flores, invitarle al cine, o a una pizzería, etc.) sino que se ama a alguien.
Amar es dar, y no cabe dar sin aceptar. Pero amar no es dar o aceptar cualquier cosa, sino darse y aceptarse: otorgamiento y aceptación personal. Se trata de amar y aceptar a una persona distinta.
Si no se comprende quien es la persona que tenemos delante, no se la puede amar personalmente. El dar respecto de un quien que se ignora es perder el tiempo.
En este sentido, Juan Pablo II afirma: “El hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa con él vivamente”.
Así se concluye en esta fase inicial, que el amor del cual nos habla la Biblia no solo, no se opone a la experiencia del amor humano, sino que le da su verdadero sentido.

La intención de los primeros versículos es mostrar que lo primero y más importante sobre la tierra es el hombre, para quien fue creado todo lo demás.
Que el hombre pertenezca a la tierra no es su peculiaridad más importante: también los animales, según el autor, serán formados de la tierra. Lo específico e importante en el hombre es que recibe la vida de Dios.
Con frecuencia, el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana (Mt 16, 25-26; Jn 15,13) o toda la persona humana (Hch 2, 41). Pero designa también lo que hay de más íntimo en el hombre (Mt 26, 38; Jn 12, 27) y de más valor en él (Mt 10,28; 2M 6, 30), aquello por lo que es particularmente imagen de Dios: “alma” significa el principio espiritual en el hombre.
El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la “imagen de Dios”: es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu (1 Cor 6, 19-20; 15, 44-45).
La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo. Ahora el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino su unión constituye una única naturaleza.

1Ts 5, 23.
A veces se habla de espíritu y alma.
Espíritu significa que el hombre está ordenado desde su creación a su fin sobrenatural, y que su alma es capaz de ser elevada gratuitamente a la comunión con Dios. Esta distinción no introduce una dualidad en el alma.
De la misma forma la tradición espiritual de la Iglesia también presenta el corazón en su sentido bíblico de “los más profundo del ser”, donde la persona se decido o no por Dios.
III. Hombre y mujer los creó.
Igualdad y diferencia queridas por Dios.
Aclaración:
1. Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos. Pero las “perfecciones” del hombre y de la mujer reflejan algo de la infinita perfección de Dios: las de una madre, y las de un padre y esposo.
En el segundo relato Génesis 2, 18 ss se expresa: “No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él”. El texto hebreo llama constantemente al primer hombre ha´adam, mientras el término ´is (varón) se introduce solamente cuando surge la conformación con la  ´issa (mujer).  Parece, basándonos en todo el contexto, que ésta soledad tiene dos significados: uno, que se deriva de la naturaleza misma del hombre, es decir, de su humanidad, y otro, que se deriva de la relación varón-mujer.

Una vez que el hombre está frente a las criaturas se encuentra sólo porque toma conciencia de su propia superioridad, no puede ponerse al nivel de ninguna otra especie de seres vivientes.

La expresión en boca del varón: “ésta  sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” Gn 2,23. Esto significa la superación de la soledad original, en la que el hombre no encontraba “una ayuda que fuese semejante a él” 2, 20. Pero esta “ayuda” no es en orden a la acción de “someter la tierra”.

Se trata de la compañera de la vida con que el hombre se puede unir, como esposa, llegando a ser con ella “una sola carne” y abandonando por esto “a su padre y a su madre” 2, 24. La diferencia vital está orientada a la comunión, y es vivida serenamente tal como expresa el tema de la desnudez: “Estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro”. 

La corporalidad del hombre.

De este modo, el cuerpo humano, manifestado en su masculinidad o feminidad, tiene un carácter nupcial, lo que quiere decir que es capaz de expresar el amor con que el ser humano se hace donación para el otro “yo”.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  Si el amor esponsal en el matrimonio manifiesta la unidad de la dualidad de la naturaleza humana –varón y mujer-, y a la par la comunión interpersonal propia de cada persona, lo que en ellos se une no es sólo el cuerpo, sino las mismas personas. Esta es una clara manifestación de ser imagen de Dios,  quien  es comunión de personas. Por eso el acto sexual no se puede desligar del amor personal.

El género humano debía tener una estructura que hiciera posible ser comunión amorosa, comunidad, nosotros. Esta estructura personal es la sexualidad. La masculinidad y la feminidad son el cauce para vivir un recíproco don de sí a través de su diversidad complementaria.

Por lo tanto, lo que causa el amor no es el uso de la sexualidad, sino que, el ser humano es sexuado como consecuencia del amor, para perpetuar la imagen divina que él mismo refleja.
Como bien lo expresa La Congregación para la Doctrina de la Fe en la carta a los obispos sobre “La colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo”, la sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual…Esta no puede ser reducida a un puro e insignificante dato biológico, sino que es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano. Esta capacidad de amar, reflejo e imagen de Dios Amor, halla una de sus expresiones en el carácter esponsal del cuerpo, en el que se inscribe la masculinidad y feminidad de la persona.

Recapitulando lo expuesto hasta ahora podemos señalar lo siguiente:
Que Dios al crear la humanidad, la hizo varón y mujer, con una naturaleza personal y corpórea, lo que eleva al ser humano por encima del resto de la creación. Esa unidualidad se expresa, al ser imagen de su Creador, en una comunión y donación, libre y recíproca, para dar y  recibir  amor.
Dios que es Amor Eterno y comunión de Personas, instituyó el matrimonio como icono del amor Divino. Lo hizo indisoluble porque así lo reclama la infinitud del amor de donde toma su fuente. Y la donación mutua, de la cual es reflejo, se expresa de manera concreta a través de la sexualidad, lo cual nos ayuda a entender el carácter esponsal del cuerpo y  su altísima dignidad.
Como resultado de la donación recíproca y señal inequívoca de la participación querida por Dios en el gobierno de la creación y su obra creadora, de este versículo “creced, multiplicaos,  llenad la tierra y sometedla” , emana la luz para entender cuáles son los bienes y valores específicos del matrimonio: la unidad y la procreación.
Entendemos así que “el uso de la sexualidad es la disposición del cuerpo humano que permite manifestar la mayor donación y aceptación amorosa natural de personas. El amor personal es don. Dar es ofrecimiento personal “a una persona distinta”. Y también, y por encima de ellos, es aceptación.  También por eso, un amor sexual no abierto a engendrar no es personal, sencillamente porque erradica de entrada la aceptación personal de una nueva persona, el don por excelencia, el hijo, al que están abiertos tanto el dar como el aceptar personales”. 
Los versículos subsiguientes reflejan una situación de amistad entre Dios y el hombre en la que no existe ningún mal, ni siquiera la muerte.
Se describe al hombre en un jardín  que tiene dos árboles, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Gn 2, 9, éstos simbolizan a Dios de dos maneras: como el que tiene poder de dar la vida, y como el punto último de referencia del actuar moral del hombre.
Este árbol de la ciencia del bien y del mal, debía expresar y constantemente recordar al hombre el “límite” insuperable para un ser “creado”.  La autonomía moral absoluta es una tentación que se presenta constantemente al hombre, y en la que sucumbe cuando olvida que existe un Dios Creador y Señor de todo, también del hombre.
Asimismo, en estos versículos, aparece el trabajo como un encargo divino, debe proteger y hacer fructificar el jardín. El hombre debe reconocer el señorío de Dios sobre la creación y sobre sí mismo, obedeciendo el mandato  que Dios le da a modo de una alianza.
Retomaremos esto la próxima clase que inicia con el CEC 374.