El hombre a imagen de
Dios, Hombre y mujer los creó
CEC 355-374
Objetivos:
1. Entender el designo de Dios para
la humanidad, al revelarse a través de la creación.
2. Conocer y respetar la naturaleza de la creación (pues es un
principio de sabiduría y fundamento de la moral, ya que el hombre y toda la
creación se orientan a dar gloria a Dios).
Dios creó al hombre a su
imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó (Gn 1,27).
4 puntos fundamentales: El
hombre ocupa un lugar único en la creación.
1. Está hecho a imagen de
Dios
2. En su propia naturaleza
une el mundo espiritual y el mundo material
3. Es creado “hombre y
mujer”
4. Dios lo estableció en
la amistad con El.
I. A imagen de Dios. CEC
356.
Introducción
Existen dos relatos porque uno es
más antiguo que el otro, proceden de dos tradiciones distintas, recordemos que
antes de que una palabra se ponga por escrito primero existe la tradición oral,
palabras y hechos. No olvidemos la época, no existía el papel, ni el lápiz!
En el primer relato se destaca la
trascendencia divina sobre todo lo creado y utiliza un estilo esquemático, se
atribuye a la “tradición sacerdotal”. El segundo es el más antiguo y se
atribuye a la tradición “yahvista”, habla de Dios en forma antropomórfica, y
presenta un estilo más vivo y popular.
Son dos modos distintos en los que
la Palabra de Dios, sin pretender una explicación científica de los comienzos
del mundo y del hombre, ha expuesto, de modo adecuado para su comprensión, los
hechos y verdades fundamentales de los orígenes, sobre todo ordenado al fin,
que es nuestra salvación.
Tres cosas se afirman en estas
primeras palabras del Génesis que nos hablan de la Creación:
a. El Dios eterno ha dado principio
a todo lo que existe. Sólo El es creador, el verbo “crear” –en hebreo bará-
tiene siempre por sujeto a Dios. Cielo y Tierra significa la totalidad de lo
que existe, es decir que todo recibe y es sostenido en su ser por Dios.
A la luz del Cristo vemos cómo Dios
creó todo por el Verbo Eterno, su Hijo amado. Jn 1,1; Col 1, 16-17. Y
entendemos la Creación como obra de la Santísima Trinidad.
b. Dios creó el mundo movido por su
amor y sabiduría, para comunicar su bondad y manifestar su gloria. El mundo,
por tanto, “no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o
del azar. Creemos que procede de la voluntad libre de Dios, que ha querido
hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad. CEC
295.
c. La presencia del poder amoroso
de Dios, simbolizado en un viento suave, o un soplo –el texto lo llamo
“espíritu”, en hebreo ruaj-, muestra que el origen del ser y de la vida de toda
criatura, de manera tal que San Atanasio y San Jerónimo, hayan visto reflejada
en este pasaje, la presencia del Espíritu Santo como Persona divina.
Estos textos que nos hablan del
mundo visible y de la creación del hombre como imagen y semejanza de Dios, es
en realidad el punto de inflexión de la antropología que debemos defender en
nuestro entorno. Por tal motivo voy a darles una clase de antropología bíblica,
vamos a tocar todos los puntos pero refiriéndonos al enfoque que necesitamos
hoy día para saber dar razón de nuestra esperanza, y para saber responder a los
retos que enfrenta la inculturación de la Fe.
En el momento de crear al hombre,
no existe una sucesión natural, como se menciona anteriormente, sino que el
Creador pareciera detenerse, “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra
semejanza”.
El hombre no está hecho en referencia a la materia sino a Dios.
Ser creado a imagen y semejanza de Dios.
Que el hombre ha sido creado imagen y semejanza de Dios, significa que
tiene en sí mismo una referencia a El,
porque es una imagen, es decir no agota su ser en sí, lo propio de una imagen
no consiste en lo que ella es en sí misma, sino que sale de sí para mostrar
algo que no es. La función de la imagen es reproducir a quien es el modelo.
En consecuencia, el ser humano no
puede existir cerrado en sí mismo, la perfección a la que tiende se realiza de
acuerdo a la referencia de Dios, que ha creado por amor y para el amor, de
manera libre. Entonces podemos afirmar que la vocación del hombre es salir de
sí mismo para donarse por amor al otro, libremente. Es mejor persona en la medida en que sale de sí mismo para darse a
los demás.
Como medio para expresar esa
llamada a salir de sí mismo, el hombre tiene una vocación, que se manifiesta en
la colaboración con Dios en su obra Creadora, a través de la entrega.
Ahora bien, el amor es el acto específico del alma espiritual; pero la persona humana también es corporal.
La persona no ama porque tiene cuerpo, sino porque está dotada de alma
espiritual. Sucede lo mismo, en sentido inverso, con las operaciones que son de
la persona pero que realiza precisamente porque es corpórea; por ejemplo el alma
es la causa del latido del corazón, pero una persona tiene corazón porque es
corpórea.
Si el amor es personal, es porque
incluye a la persona entera, corpórea-espiritual, y habrá que entenderlo como
don sincero y generoso de sí a otra persona considerada como tal, persona. O
también como aceptación de una persona.
Si el amor es personal, quien ama
no es algo de alguien (su voluntad sus afectos, etc.) sino alguien, ama la
persona entera, no algo de alguien. A su vez, a quien se ama personalmente no
es algo de alguien (su cuerpo, su belleza física, su simpatía, su ingenio, su
dinero, etc) o algo para alguien (regalarle unas flores, invitarle al cine, o a
una pizzería, etc.) sino que se ama a alguien.
Amar es dar, y no cabe dar sin
aceptar. Pero amar no es dar o aceptar cualquier cosa, sino darse y aceptarse:
otorgamiento y aceptación personal. Se trata de amar y aceptar a una persona
distinta.
Si no se comprende quien es la
persona que tenemos delante, no se la puede amar personalmente. El dar respecto
de un quien que se ignora es perder el tiempo.
En este sentido, Juan Pablo II
afirma: “El hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser
incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si
no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no
participa con él vivamente”.
Así se concluye en esta fase
inicial, que el amor del cual nos habla la Biblia no solo, no se opone a la
experiencia del amor humano, sino que le da su verdadero sentido.
La intención de los primeros
versículos es mostrar que lo primero y más importante sobre la tierra es el
hombre, para quien fue creado todo lo demás.
Que el hombre pertenezca a la
tierra no es su peculiaridad más importante: también los animales, según el
autor, serán formados de la tierra. Lo
específico e importante en el hombre es que recibe la vida de Dios.
Con frecuencia, el término alma
designa en la Sagrada Escritura la vida humana (Mt 16, 25-26; Jn 15,13) o toda
la persona humana (Hch 2, 41). Pero designa también lo que hay de más íntimo en
el hombre (Mt 26, 38; Jn 12, 27) y de más valor en él (Mt 10,28; 2M 6, 30),
aquello por lo que es particularmente imagen de Dios: “alma” significa el
principio espiritual en el hombre.
El cuerpo del hombre participa de
la dignidad de la “imagen de Dios”: es cuerpo humano precisamente porque está
animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está
destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu (1 Cor 6,
19-20; 15, 44-45).
La unidad del alma y del cuerpo es
tan profunda que se debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo. Ahora
el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino su
unión constituye una única naturaleza.
1Ts 5, 23.
A veces se habla de espíritu y
alma.
Espíritu significa que el hombre
está ordenado desde su creación a su fin sobrenatural, y que su alma es capaz
de ser elevada gratuitamente a la comunión con Dios. Esta distinción no
introduce una dualidad en el alma.
De la misma forma la tradición
espiritual de la Iglesia también presenta el corazón en su sentido bíblico de
“los más profundo del ser”, donde la persona se decido o no por Dios.
III. Hombre y mujer los creó.
Igualdad y diferencia queridas por Dios.
Aclaración:
1. Dios no es, en modo alguno, a
imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual
no hay lugar para la diferencia de sexos. Pero las “perfecciones” del hombre y
de la mujer reflejan algo de la infinita perfección de Dios: las de una madre,
y las de un padre y esposo.
En el segundo relato Génesis 2, 18 ss se expresa: “No es bueno que el
hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él”. El texto hebreo
llama constantemente al primer hombre ha´adam, mientras el término ´is (varón)
se introduce solamente cuando surge la conformación con la ´issa (mujer). Parece, basándonos en todo el contexto, que
ésta soledad tiene dos significados: uno, que se deriva de la naturaleza misma
del hombre, es decir, de su humanidad, y otro, que se deriva de la relación
varón-mujer.
Una vez que el hombre está frente a
las criaturas se encuentra sólo porque toma conciencia de su propia
superioridad, no puede ponerse al nivel de ninguna otra especie de seres
vivientes.
La expresión en boca del varón:
“ésta sí que es hueso de mis huesos y
carne de mi carne” Gn 2,23. Esto significa la superación de la soledad
original, en la que el hombre no encontraba “una ayuda que fuese semejante a
él” 2, 20. Pero esta “ayuda” no es en orden a la acción de “someter la tierra”.
Se trata de la compañera de la vida
con que el hombre se puede unir, como esposa, llegando a ser con ella “una sola
carne” y abandonando por esto “a su padre y a su madre” 2, 24. La diferencia
vital está orientada a la comunión, y es vivida serenamente tal como expresa el
tema de la desnudez: “Estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no se
avergonzaban uno del otro”.
La corporalidad del hombre.
De este modo, el cuerpo humano,
manifestado en su masculinidad o feminidad, tiene un carácter nupcial, lo que
quiere decir que es capaz de expresar el amor con que el ser humano se hace
donación para el otro “yo”.
Si el amor esponsal en
el matrimonio manifiesta la unidad de la dualidad de la naturaleza humana
–varón y mujer-, y a la par la comunión interpersonal propia de cada persona,
lo que en ellos se une no es sólo el cuerpo, sino las mismas personas. Esta es
una clara manifestación de ser imagen de Dios,
quien es comunión de personas.
Por eso el acto sexual no se puede desligar del amor personal.
El género humano debía tener una
estructura que hiciera posible ser comunión amorosa, comunidad, nosotros. Esta
estructura personal es la sexualidad. La masculinidad y la feminidad son el
cauce para vivir un recíproco don de sí a través de su diversidad
complementaria.
Por lo tanto, lo que causa el amor
no es el uso de la sexualidad, sino que, el ser humano es sexuado como
consecuencia del amor, para perpetuar la imagen divina que él mismo refleja.
Como bien lo expresa La
Congregación para la Doctrina de la Fe en la carta a los obispos sobre “La
colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo”, la sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no
sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual…Esta no
puede ser reducida a un puro e insignificante dato biológico, sino que es un
elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de
comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano. Esta
capacidad de amar, reflejo e imagen de Dios Amor, halla una de sus expresiones
en el carácter esponsal del cuerpo, en el que se inscribe la masculinidad y
feminidad de la persona.
Recapitulando lo expuesto hasta ahora podemos señalar lo siguiente:
Que Dios al crear la humanidad, la
hizo varón y mujer, con una naturaleza personal y corpórea, lo que eleva al ser
humano por encima del resto de la creación. Esa unidualidad se expresa, al ser
imagen de su Creador, en una comunión y donación, libre y recíproca, para dar
y recibir amor.
Dios que es Amor Eterno y comunión
de Personas, instituyó el matrimonio como icono del amor Divino. Lo hizo
indisoluble porque así lo reclama la infinitud del amor de donde toma su
fuente. Y la donación mutua, de la cual es reflejo, se expresa de manera
concreta a través de la sexualidad, lo cual nos ayuda a entender el carácter
esponsal del cuerpo y su altísima
dignidad.
Como resultado de la donación
recíproca y señal inequívoca de la participación querida por Dios en el
gobierno de la creación y su obra creadora, de este versículo “creced,
multiplicaos, llenad la tierra y
sometedla” , emana la luz para entender cuáles son los bienes y valores
específicos del matrimonio: la unidad y la procreación.
Entendemos así que “el uso de la
sexualidad es la disposición del cuerpo humano que permite manifestar la mayor
donación y aceptación amorosa natural de personas. El amor personal es don. Dar
es ofrecimiento personal “a una persona distinta”. Y también, y por encima de
ellos, es aceptación. También por eso,
un amor sexual no abierto a engendrar no es personal, sencillamente porque
erradica de entrada la aceptación personal de una nueva persona, el don por
excelencia, el hijo, al que están abiertos tanto el dar como el aceptar
personales”.
Los versículos subsiguientes
reflejan una situación de amistad entre Dios y el hombre en la que no existe
ningún mal, ni siquiera la muerte.
Se describe al hombre en un
jardín que tiene dos árboles, el árbol
de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Gn 2, 9, éstos simbolizan a Dios de dos maneras: como el que tiene
poder de dar la vida, y como el punto último de referencia del actuar moral del
hombre.
Este árbol de la ciencia del bien y
del mal, debía expresar y constantemente recordar al hombre el “límite”
insuperable para un ser “creado”. La
autonomía moral absoluta es una tentación que se presenta constantemente al
hombre, y en la que sucumbe cuando olvida que existe un Dios Creador y Señor de
todo, también del hombre.
Asimismo, en estos versículos,
aparece el trabajo como un encargo divino, debe proteger y hacer fructificar el
jardín. El hombre debe reconocer el señorío de Dios sobre la creación y sobre
sí mismo, obedeciendo el mandato que
Dios le da a modo de una alianza.
Retomaremos esto la próxima clase
que inicia con el CEC 374.