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viernes, 24 de septiembre de 2010

Catecismo Iglesia Católica 120-130



EL CANON DE LAS ESCRITURAS.


Objetivos generales:

1. Entender qué significa canon
2. Reconocer en el canon del Antiguo Testamento, la figura escondida de Cristo
3. Encontrar en el Nuevo Testamento la plenitud del Antiguo Testamento
4. Descubrir que la unidad de los dos Testamentos deriva de la unidad del plan de Dios y de su Revelación.

Objetivo específico:

Animarse a hacer de la Palabra de Dios, una Palabra que conforme nuestra forma de pensar y de vivir según la Voluntad de Dios.

Introducción:

Como marco de referencia es importante saber qué significa la palabra canon, de donde deriva, qué significa, cuándo se usó por primera vez en referencia a la Sagrada Escritura.

Para iniciar es necesario reconocer que, el Espíritu Santo es quien conduce a la Iglesia hacia la Verdad completa, Jn 16, 13 y que es a través de la Tradición Apostólica que se discierne cuáles son los libros que integran el canon de la Sagrada Escritura.

En realidad este párrafo anterior y el objetivo específico son las dos cosas más importantes que tengo que decir, fuera de eso, todo lo demás es un conocimiento importante pero secundario, que servirá de muy poco sino hacemos de la Palabra de Dios un encuentro con Jesucristo. Porque nosotras no seguimos una idea, unos conocimientos, ni siquiera somos cristianas porque seguimos unos lineamientos morales. No, somos cristianos porque seguimos a Cristo, porque El no es una idea, sino un amigo, nuestro Tesoro, nuestra Delicia, la Perla de Gran Precio, que camina a nuestro lado, a quien le confiamos nuestra vida!

1. Como punto inicial debemos decir que el Canon del Antiguo Testamento comprenden 46 escritos 45 si se toman Jeremías y Lamentaciones como uno solo, y 27 libros para el Nuevo Testamento.

2. ¿Qué significa canon?
La voz canon proviene del griego Kanón, que significaba primitivamente caña recta de madera, una regla que era empleada por los carpinteros”. En sentido metafórico indicaba cierta medida, ley o norma de obrar, por eso hablamos de los cánones éticos, o los cánones de conducta.

La razón para llamar “canon” a la colección de libros sagrados, era debido a que, por su pureza de lengua, eran dignos de ser considerados como modelos. 

La fe, o sea la doctrina revelada, es la regla que ha de servir para juzgarlo todo; y como la Sagrada Escritura fue considerada, ya desde los orígenes de la Iglesia como el libro que contenía la Revelación, es decir, la regla de fe y de vida, se llegó de un modo natural a hablar del canon de las Escrituras para designar esta regla escrita, y se comenzó a dar el nombre de canon a la colección de libros inspirados.

Probablemente el primero que emplea la palabra canon sea Orígenes en el s. III; pero el que con seguridad aplica el término canon a la Sagrada Escritura es San Atanasio hacia el año 350.

3. Del sustantivo canon se deriva el adjetivo “canónico”. Este término aparece con certeza en el Concilio de Laodicea (cerca del año 360), en el cual se establece que, en la Iglesia se lean tan solo los libros canónicos del Nuevo y del Antiguo Testamento; y que no se lean los acanónicos.

Finalmente, del adjetivo canónico se formó el término abstracto canonicidad, que expresa la cualidad de algún libro que por su autoridad y origen es divino y, en cuanto tal, ha sido introducido por la Iglesia en el canon de los Libros Sagrados.  Subrayo la frase porque la Iglesia es la única autoridad legítima que pude determinar con certeza infalible si tal libro es canónico o no lo es.

Cuando hablamos de la canonización de un persona, hablamos de alguien cuya vida es puesta como medida, como ejemplo de virtud y de amor a Dios y a la Iglesia; algo que solo la Iglesia puede determinar y proclamar solemnemente.


II. Vamos a hablar del Antiguo Testamento.

El Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir y muy fácilmente dejamos de lado su lectura y estudio. Sus libros son igualmente inspirados y conservan un valor permanente, porque la Antigua Alianza no se ha revocado, o anulado.

En efecto, “el fin principal de la economía del Antiguo Testamento era preparar la venida de Cristo, y aunque los libros contienen elementos imperfectos y pasajeros, sus libros dan testimonio de toda la pedagogía divina, del amor salvífico de Dios.

La Iglesia ha rechazado siempre, de manera vigorosa, la idea de que el Nuevo Testamento ha hecho caduco el Antiguo; de hecho eso se conoce como marcionismo. Marción enseñaba que el Dios del Antiguo Testamento no era el mismo que el Padre del Nuevo.

Vemos como la Iglesia de Cristo está preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza, en la liturgia la Iglesia conserva como parte integrante e irremplazable, haciéndolos suyos, algunos elementos del culto de la Antigua Alianza:

a. La lectura del Antiguo Testamento
b. la oración de los salmos
c. sobre todo la memoria de los acontecimientos salvíficos y de las realidades significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de Cristo, como son la Promesa y la Alianza; el Éxodo y la Pascua, el Exilio y el retorno.

Sobre esta armonía se articula la catequesis pascual del Señor.  Esta catequesis pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del Antiguo Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis “tipológica” o de “prefiguración” como en otras ocasiones les he comentado.

Por eso, la relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas. Así, el diluvio y el arca de Noe prefiguraban la salvación por el Bautismo 1 Ped 3,21; y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era figura de los dones espirituales de Cristo, 1Cor 10, 1-6; el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía “el verdadero pan del cielo” Jn 6, 32.

Así la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento y Cuaresma y sobre todo en la Vigilia Pascual, relee y revive todos estos acontecimientos de la historia de la salvación en el “hoy” de su Liturgia.

Entonces el Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir.  Por eso cuando la Iglesia lee el Antiguo Testamento 2Cor 3,14, investiga en él (Jn 5, 39-46) lo que el Espíritu “que habló por los profeta”, quiere decirnos acerca de Cristo.


No sabemos con certeza cuándo comenzaron los judíos a reunir los Libros Sagrados en colecciones. Pero sí sabemos con plena seguridad que los judíos poseían libros que consideraban como sagrados y los rodeaban de gran veneración.

El canon judío de los Libros Sagrados ignoramos cuándo fue definitivamente cerrado. Para unos sería en tiempo de Esdras y Nehemías (s. V a.C.); para otros, en la época de los Macabeos (s. II a.C.). Lo cierto es que los judíos tenían en el siglo I de nuestra era una colección de libros Sagrados, que consideraban como inspirados por Dios, y contenían la revelación de la voluntad divina hecha a los hombre.

Jesucristo, los apóstoles y la Iglesia primitiva recibieron de los judíos el canon del Antiguo Testamento.

En efecto, el texto sagrado usado por los apóstoles fue la versión de los Setenta, como se desprende del hecho de que de unas 350 citas del Antiguo Testamento que aparecen en el Nuevo, unas 300 concuerdan con el texto de los Setenta. Esto demuestra que los apóstoles se servían del texto griego de los Setenta como del texto sagrado por excelencia. Lo cual indica que era aprobado por los mismos apóstoles, como afirma San Agustín. Y, por consiguiente, admitían como canónicos e inspirados todos los libros en ella contenidos, incluso los deuterocanónicos, que formaban parte de dicha versión. Como los apóstoles eran los custodios del depósito de la fe, cuya fuente es la Sagrada Escritura, si no hubieran considerado los libros deuterocanónicos como inspirados, tendrían obligación estricta de advertirlo a los fieles. Tanto más cuanto que los deuterocanónicos estaban mezclados con los protocanónicos en la versión de los Setenta. Ahora bien, en ningún documento antiguo encontramos la mínima huella de una tal advertencia. Todo lo contrario, los testimonios antiguos afirman que la Iglesia recibió la colección

 completa de los libros del Antiguo Testamento de los apóstoles, como vamos a ver en seguida.

Los protestantes, al rechazar la Tradición, se vieron obligados a juzgar de la canonicidad de los Libros Sagrados por criterios propiamente internos. Para Calvino este criterio sería “el testimonio secreto del Espíritu” que curiosamente no guarda unidad!; para Lutero, la concordia de la enseñanza de un libro con la doctrina de la justificación por la sola fe. Razón por la cual no quería considerar algunos versículos de la carta de Pedro, y la carta de Santiago.

2 Ped 2, 20

Pues ante todo debéis saber que ninguna profecía de la Escritura depende de la interpretación privada.

Santiago 2, 14

¿De qué sirve, hermanos míos, que uno diga tener fe, si no tiene obras? ¿Acaso la fe podrá salvarle?

Entonces vemos que cuando Pablo le dice a Timoteo que la Palabra de Dios es inspirada y útil para enseñar, para argumentar, para corregir y para educar en la justicia, con el fin de que el hombre de Dios esté bien dispuesto, preparado para toda obra buena, 2 Tim 3, 14; le está hablando del Antiguo Testamento, y de la versión que contiene el libro de los Macabeos, donde ser recomienda la oración por los difuntos.

Como Conclusión:

3. La Importancia del Nuevo Testamento para los Cristianos.

Del Nuevo Testamento, cuyo centro es Jesucristo, debemos decir que nos transmite la verdad definitiva de la Revelación divina. En él los cuatro evangelios Mateo, Marcos, Lucas y Juan, son el principal testimonio de la vida y doctrina de Jesús, y constituyen el corazón de todas las Escrituras y ocupan un puesto único en la Iglesia.

4. Finalmente descubrimos que la unidad que existe entre el Antiguo Testamento y el Nuevo deriva del único proyecto salvífico de Dios. El Antiguo Testamento prepara el Nuevo, mientras que éste da cumplimiento al Antiguo: ambos se iluminan recíprocamente.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Lectura complementaria a la clase No. 3

BENEDICTO XVI: ESCRITURA Y TRADICIÓN SON EL FUNDAMENTO DE LA FE

Catequesis en la Audiencia General del miércoles

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 28 de enero de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el texto de la catequesis pronunciada este miércoles por Benedicto XVI con ocasión de la Audiencia General, con los peregrinos congregados en el Aula Pablo VI.
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Queridos hermanos y hermanas,
las últimas Cartas del epistolario paulino, de las que quisiera hablar hoy, se llaman Cartas Pastorales, porque se enviaron a figuras singulares de Pastores de la Iglesia: dos a Timoteo y una a Tito, colaboradores estrechos de san Pablo. En Timoteo, el Apóstol veía casi un alter ego; de hecho le confió misiones importantes (en Macedonia: cfr Hch 19,22; en Tesalónica: cfr 1 Ts 3,6-7; en Corinto: cfr 1 Cor 4,17; 16,10-11), y después escribió de él un elogio halagador: “Pues a nadie tengo de tan iguales sentimientos que se preocupe sinceramente de vuestros intereses” (Fil 2,20). Según la Storia ecclesiastica de Eusebio de Cesarea, del siglo IV, Timoteo fue después el primer obispo de Éfeso (cfr 3,4). En cuanto a Tito, también él debía haber sido muy querido al Apóstol, que lo define explícitamente “lleno de celo... mi compañero y colaborador” (2 Cor 8,17.23), es más, “mi verdadero hijo en la fe común” (Tt 1,4). El había sido encargado para un par de misiones muy delicadas en la Iglesia de Corinto, cuyo resultado reconfortó a Pablo (cfr 2 Cor 7,6-7.13; 8,6). Seguidamente, por cuanto sabemos, Tito alcanzó a Pablo en Nicópolis de Epiro, en Grecia (cfr Tt 3,12), y fue después enviado por él a Dalmacia (cfr 2 Tm 4,10). Según la carta dirigida a él, acabo siendo obispo de Creta (cfr Tt 1,5).
Las Cartas dirigidas a estos dos Pastores ocupan un lugar totalmente particular dentro del Nuevo Testamento. La mayoría de los exegetas es hoy del parecer que estas Cartas no habrían sido escritas por el propio Pablo, sino que su origen estaría en la “escuela de Pablo”, y reflejaría su herencia para una nueva generación, quizás integrando algún breve escrito o palabra del mismo Apóstol. Por ejemplo, algunas palabras de la Segunda Carta a Timoteo parecen tan auténticas que sólo podrían venir del corazón y la boca del Apóstol.
Sin duda la situación eclesial que emerge de estas Cartas es distinta a la de los años centrales de la vida de Pablo. Él ahora, retrospectivamente, se autodefine “heraldo, apóstol y maestro” de los paganos en la fe y en la verdad (cfr 1 Tm 2,7; 2 Tm 1,11); se presenta como uno que ha obtenido misericordia, porque Jesucristo -escribe así- “manifestase primeramente toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna” (1 Tm 1,16). Por tanto lo esencial es que realmente en Pablo, perseguidor convertido por la presencia del Resucitado, aparece la magnanimidad del Señor para nuestro ánimo, para inducirnos a esperar y a tener confianza en la misericordia del Señor que, a pesar de nuestra pequeñez, puede hacer cosas grandes. Además de los años centrales de la vida de Pablo, se presuponen también nuevos contextos culturales. De hecho, se hace alusión al surgimiento de enseñanzas considerar totalmente equivocadas o falsas (cfr 1 Tm 4,1-2; 2 Tm 3,1-5), como las de quienes pretendían que el matrimonio no fuese bueno (cfr 1 Tm 4,3a). Vemos qué moderna es esta preocupación, porque también hoy se lee a veces la Escritura como objeto de curiosidad histórica y no como Palabra del Espíritu Santo, en la que podemos escuchar la misma voz del Señor y conocer su presencia en la historia. Podríamos decir que, con este breve elenco de errores presente en las Cartas, aparecen anticipados algunos esbozos de esa orientación errónea sucesiva que conocemos por el nombre de Gnosticismo (cfr 1 Tm 2,5-6; 2 Tm 3,6-8).
A estas doctrinas se enfrenta el autor con dos llamadas de fondo. Una consiste en la vuelta a una lectura espiritual de la Sagrada Escritura (cfr 2 Tm 3,14-17), es decir, a una lectura que la considera realmente como “inspirada” y procedente del Espíritu Santo, de modo que por ella se puede ser “instruido para la salvación”. Se lee la Escritura correctamente poniéndose en diálogo con el Espíritu Santo, para sacar de ella luz “para enseñar, convencer, corregir y educar en la justicia” (2 Tm 3,16). En este sentido añade la Carta: “así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena” (2 Tm 3,17). La otra llamada consiste en la referencia al buen “depósito” (parathéke): es una palabra especial de las Cartas pastorales con la que se indica la tradición de la fe apostólica que hay que custodiar con ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros. Este llamado “depósito” hay que considerarlo como la suma de la Tradición apostólica y como criterio de fidelidad al anuncio del Evangelio. Y aquí debemos tener presente que en las Cartas pastorales, como en todo el Nuevo Testamento, el término “Escrituras” significa explícitamente el Antiguo Testamento, porque los escritos del Nuevo Testamento o no existían aún o no formaban aún parte de un canon de las Escrituras. Por tanto la Tradición del anuncio apostólico, este “depósito”, es la clave de lectura para entender la Escritura, el Nuevo Testamento. En este sentido, Escritura y Tradición, Escritura y anuncio apostólico como claves de lectura, se acercan y casi se funden, para formar juntas el “fundamento firme puesto por Dios” (2 Tm 2,19). El anuncio apostólico, es decir la Tradición, es necesaria para introducirse en la comprensión de la Escritura y captar en ella la voz de Cristo. Es necesario de hecho estar “adherido a la palabra fiel, conforme a la enseñanza” (Tt 1,9). En la base de todo está precisamente la fe en la revelación histórica de la bondad de Dios, el cual en Jesucristo ha manifestado concretamente su “amor por los hombres”, un amor que en el texto original griego está significativamente calificado como filanthropía (Tt 3,4; cfr 2 Tm 1,9-10); Dios ama a la humanidad.
En conjunto, se ve bien que la comunidad cristiana va configurándose en términos muy claros, según una identidad que no sólo toma distancia de interpretaciones incongruentes, sino que sobre todo afirma su propio anclaje en los puntos esenciales de la fe, que aquí es sinónimo de “verdad” (1 Tm 2,4.7; 4,3; 6,5; 2 Tm 2,15.18.25; 3,7.8; 4,4; Tt 1,1.14). En la fe aparece la verdad esencial de quienes somos, quién es Dios, cómo debemos vivir. Y de esta verdad (la verdad de la fe) la Iglesia se define como “columna y apoyo” (1 Tm 3,15). En todo caso, permanece como una comunidad abierta, de ámbito universal, que reza por todos los hombres de toda clase y condición, para que lleguen al conocimiento d ella verdad: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, porque “Jesús se ha dado a sí mismo en rescate por todos” (1 Tm 2,4-5). Por tanto el sentido de la universalidad, aunque las comunidades son aún pequeñas, es fuerte y determinante para estas Cartas. Además esta comunidad cristiana “no injuria a nadie” y “muestra una perfecta mansedumbre con todos los hombres” (Tt 3,2). Este es un primer componente importante de estas Cartas: la universalidad de la fe como verdad, como clave de lectura de la Sagrada Escritura, del Antiguo Testamento y así delinea una unidad de anuncio y Escritura y una fe viva abierta a todos y testigo del amor de Dios a todos.
Otro componente típico de estas Cartas es su reflexión sobre la estructura ministerial de la Iglesia. Es en ellas en las que por primera vez presentan la triple subdivisión de obispos, presbíteros y diáconos (cfr 1 Tm 3,1-13; 4,13; 2 Tm 1,6; Tt 1,5-9). Podemos observar en las Cartas pastorales el confluir de dos distintas estructuras ministeriales y así la constitución de la forma definitiva del ministerio de la Iglesia. En las Cartas paulinas de los años centrales de su vida, Pablo habla de “epíscopos” (Fil 1,1), y de “diáconos”: esta es la estructura típica de la Iglesia que se formó en la época del mundo pagano. Permanece por tanto dominante la figura del apóstol mismo y por eso solo poco a poco se desarrollan el resto de los ministerios.
Si, como se ha dicho, en las Iglesias formadas en el mundo pagano tenemos obispos y diáconos, y no presbíteros, en las Iglesias formadas en el mundo judeo-cristiano los presbíteros son la estructura dominante. Al final en las Cartas pastorales las dos estructuras se unen: aparece ahora el “epíscopo", (el obispo) (cfr 1 Tm 3,2; Tt 1,7), siempre en singular, acompañado del artículo determinante “el”. Y junto al “epíscopo” encontramos a los presbíteros y los diáconos. Aún ahora es determinante la figura del Apóstol, pero las tres Cartas, como ya he dicho, se dirigen ya no a comunidades, sino a personas: Timoteo y Tito, los cuales por una parte aparecen como obispos, por otra comienzan a estar en el lugar del Apóstol.
Se nota así inicialmente la realidad que más tarde se llamará “sucesión apostólica”. Pablo dice con tono de gran solemnidad a Timoteo: “No descuides el carisma que hay en tí, que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros” (1 Tim 4, 14). Podemos decir que en estas palabras aparece inicialmente también en carácter sacramental del ministerio. Y así tenemos lo esencial de la estructura católica: Escritura y Tradición, Escritura y anuncio, formando un conjunto, pero a esta estructura, por así decir doctrinal, debe añadirse la estructura personal, los sucesores de los Apóstoles, como testigos del anuncio apostólico.
Es importante finalmente señalar que en estas Cartas la Iglesia se comprende a sí misma en términos muy humanos, en analogía con la casa y la familia. Particularmente en 1 Tm 3,2-7 se leen instrucciones muy detalladas sobre el epíscopo, cómo debe ser “Es, pues, necesario que el epíscopo sea irreprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios? ... Es necesario también que tenga buena fama entre los de fuera”. Debe notarse aquí sobre todo la importante aptitud para la enseñanza (cfr también 1 Tm 5,17), de la que se encuentran ecos también en otros pasajes (cfr 1 Tm 6,2c; 2 Tm 3,10; Tt 2,1), y después una especial característica personal, la de la “paternidad”. El epíscopo de hecho se considera como padre de la comunidad cristiana (cfr también 1 Tm 3,15). Por lo demás la idea de la Iglesia como “casa de Dios” hunde sus raíces en el Antiguo Testamento (cfr Nm 12,7) y se encuentra reformulada en Hb 3,2.6, mientras en otro lugar se lee que todos los cristianos ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de la casa de Dios (cfr Ef 2,19).
Oremos al Señor y a san Pablo para que también hoy, como cristianos, podamos caracterizarnos cada vez más, en relación con la sociedad en la que vivimos, como miembros de la “familia de Dios”. Y oremos también para que los pastores de la Iglesia tengan cada vez más sentimientos paternos, a la vez tiernos y fuertes, en la formación de la Casa de Dios, de la comunidad, de la Iglesia.




Segunda Lectura.

Sagrada Tradición y Sagrada Escritura

Benedicto XVI para el Sínodo sobre La Palabra de Dios.

1. ¿Donde podemos encontrar lo que Dios ha revelado para adherirnos a ello con nuestra fe convencida y libre?. Hay un "sagrado depósito", del que la Iglesia toma comunicándonos sus contenidos.

Como dice el Concilio Vaticano II: "Esta Sagrada Tradición con la Sagrada Escritura de ambos Testamentos, son el espejo en el que la Iglesia peregrina contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta el día en que llegue a verlo cara a cara, como El es" (Dei Verbum, 7).

Con estas palabras la Constitución conciliar sintetiza el problema de la transmisión de la Revelación Divina, importante para la fe de todo cristiano. Nuestro "credo", que debe preparar al hombre sobre la tierra a ver a Dios cara a cara en la eternidad, depende en cada etapa de la historia, de la fiel inviolable transmisión de esta auto-revelación de Dios, que en Jesucristo ha alcanzado su ápice y su plenitud.

2. Cristo mandó "a los Apóstoles predicar a todo el mundo el Evangelio como fuente de toda verdad salvadoras y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos" (n.7). Ellos ejecutaron la misión que les fue confiada ante todo mediante la predicación oral, y al mismo tiempo algunos de ellos "pusieron por escrito el mensaje de salvación inspirados por el Espíritu Santo" (n. 7). Esto hicieron también algunos del círculo de los Apóstoles (Marcos, Lucas).

Así se formó la transmisión de la Revelación divina en la primera generación de cristianos: "Para que este Evangelio se conservara siempre vivo e integro en la Iglesia, los Apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, dejándoles su función en el magisterio (S. Ireneo)" (n.7).

3. Como se ve, según el Concilio, en la transmisión de la divina Revelación en la Iglesia se sostienen recíprocamente y se completan la Tradición y la Sagrada Escritura, con las cuales las nuevas generaciones de los discípulos y de los testigos de Jesucristo alimentan su fe, por que "lo que los Apóstoles transmitieron . Comprende todo lo necesario para una vida santa y para una fe creciente del Pueblo de Dios" (n.8).

"Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la comprensión de las palabras y de las instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian re pasándolas en su corazón, cuando comprenden internamente los viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad. La Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios" (n.8).

Pero en esta tensión hacia la plenitud de la verdad divina la Iglesia bebe constantemente en el único "depósito" originario, constituido por la Tradición apostólica y la Sagrada Escritura, las cuales "manan de una misma fuente divina, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin" (n.9).

4. A este propósito conviene precisar y subrayar, también de acuerdo con el Concilio, que. La Iglesia no saca exclusivamente de la Sagrada Escritura la certeza de todo lo revelado" (n.9). Esta Escritura "es la Palabra de Dios en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo". Pero "la Palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, la transmite íntegra a los sucesores, para que ellos, iluminados por el Espíritu de verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación" (n.9). "La misma Tradición da a conocer a la Iglesia el canon íntegro de los Libros Sagrados y hace que los comprenda cada vez mejor y los mantenga siempre activos" (n.8).

"La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus Pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica." (n.10). Por ello ambas, la Tradición y la Sagrada Escritura, deben estar rodeadas de la misma veneración y del mismo respeto religioso.

5. Aquí nace el problema de la interpretación auténtica de la Palabra de Dios, escrita o transmitida por la Tradición. Esta función ha sido encomendada "únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo" (n.10). Este Magisterio "no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído"(n.10).

6. He aquí, pues, una nueva característica de la fe: creer de modo cristiano significa también: aceptar la verdad revelada por Dios, tal como la enseña la Iglesia. Pero al mismo tiempo el Concilio Vaticano II recuerda que "la totalidad de los fieles. no pueden equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando desde los obispos hasta los últimos fieles laicos prestan su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres. Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el Pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente a la fe confiada de una vez para siempre a los santos, penetra más profundamente en ella con juicio certero y le da más plena aplicación en la vida guiado en todo por el sagrado Magisterio" (LumenGentium, 12).

7. La Tradición, la Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia y el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo de Dios forman ese proceso vivificante en el que la divina Revelación se transmite a las nuevas generaciones. "Así Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando con la esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo" (Dei Verbum, 8).

Creer de modo cristiano significa aceptar ser introducidos y conducidos por el Espíritu a la plenitud de la verdad de modo consciente y voluntario.

Clase No. 4

23 de setiembre

Cómo se formaron los cánones
del Antiguo y Nuevo Testamento

Antes de empezar con la clase propiamente dicha, debemos definir lo que significa las palabra canon y sus derivados.

1. Como punto inicial debemos decir que el Canon del Antiguo Testamento comprenden 46 escritos 45 si se toman Jeremías y Lamentaciones como uno solo, y 27 libros para el Nuevo Testamento.

2. ¿Qué significa canon?
La voz canon proviene del griego Kanón, que significaba primitivamente caña recta de madera, una regla que era empleada por los carpinteros”. En sentido metafórico indicaba cierta medida, ley o norma de obrar, por eso hablamos de los cánones éticos, o los cánones de conducta.

La razón para llamar “canon” a la colección de libros sagrados, era debido a que, por su pureza de lengua, eran dignos de ser considerados como modelos. 

La fe, o sea la doctrina revelada, es la regla que ha de servir para juzgarlo todo; y como la Sagrada Escritura fue considerada, ya desde los orígenes de la Iglesia como el libro que contenía la Revelación, es decir, la regla de fe y de vida, se llegó de un modo natural a hablar del canon de las Escrituras para designar esta regla escrita, y se comenzó a dar el nombre de canon a la colección de libros inspirados.

Probablemente el primero que emplea la palabra canon sea Orígenes en el s. III; pero el que con seguridad aplica el término canon a la Sagrada Escritura es San Atanasio hacia el año 350.

3. Del sustantivo canon se deriva el adjetivo “canónico”. Este término aparece con certeza en el Concilio de Laodicea (cerca del año 360), en el cual se establece que, en la Iglesia se lean tan solo los libros canónicos del Nuevo y del Antiguo Testamento; y que no se lean los acanónicos.

Finalmente, del adjetivo canónico se formó el término abstracto canonicidad, que expresa la cualidad de algún libro que por su autoridad y origen es divino y, en cuanto tal, ha sido introducido por la Iglesia en el canon de los Libros Sagrados.  Subrayo la frase porque la Iglesia es la única autoridad legítima que pude determinar con certeza infalible si tal libro es canónico o no lo es.

Cuando hablamos de la canonización de un persona, hablamos de alguien cuya vida es puesta como medida, como ejemplo de virtud y de amor a Dios y a la Iglesia; algo que solo la Iglesia puede determinar y proclamar solemnemente.

I. ¿Cómo se formó el Cannon del Antiguo Testamento?

Primeramente la aclaración retórica pero necesaria:
1. La Iglesia ha rechazado siempre, de manera vigorosa, la idea de que el Nuevo Testamento ha hecho caduco el Antiguo; de hecho eso se conoce como marcionismo. Marción enseñaba que el Dios del Antiguo Testamento no era el mismo que el Padre del Nuevo.

Vemos como la Iglesia de Cristo está preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza, en la liturgia la Iglesia conserva como parte integrante e irremplazable, haciéndolos suyos, algunos elementos del culto de la Antigua Alianza:

a. La lectura del Antiguo Testamento
b. la oración de los salmos
c. sobre todo la memoria de los acontecimientos salvíficos y de las realidades significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de Cristo, como son la Promesa y la Alianza; el Éxodo y la Pascua, el Exilio y el retorno.

Sobre esta armonía se articula la catequesis pascual del Señor.

2. No sabemos con certeza cuándo comenzaron los judíos a reunir los Libros Sagrados en colecciones. Pero sí sabemos con plena seguridad que los judíos poseían libros que consideraban como sagrados y los rodeaban de gran veneración.

El canon judío de los Libros Sagrados ignoramos cuándo fue definitivamente cerrado. Para unos sería en tiempo de Esdras y Nehemías (s. V a.C.); para otros, en la época de los Macabeos (s. II a.C.). Lo cierto es que los judíos tenían en el siglo I de nuestra era una colección de libros Sagrados, que consideraban como inspirados por Dios, y contenían la revelación de la voluntad divina hecha a los hombres.

Incluían los Protocanónicos, que son los libros que siempre y en todas las comunidades fueron tenidos por inspirados. Por ejemplo los 5 primeros libros que llaman La Torah, fue el primero en quedar constituido. A la vuelta del exilio en tiempos del profeta Esdras queda fijado. El contenido del libro ya era considerado canónico desde antes.

La segunda parte de los protocanónicos  están los profetas, que estaba ya completo hacia el año 180 a.C.

Y los Deuterocanónicos, se les distinguen de unos pocos (7 en  cada testamento) se llaman así porque surgen algunas dudas. Entre esos están los 2 libros de los Macabeos. A.T (Tobías, Judit, Sabiduría, Baruc, Eclesiástico, 1 y 2 Macabeos, y algunos fragmentos de Ester y Daniel. Estos fueron reconocidos como sagrados desde el s II a.C, cuando se concluyó la traducción griega de los Setenta.

El texto sagrado usado por los apóstoles fue la versión de los Setenta, (70 ancianos de la Diáspora que pusieron en griego los libros que se tenían como canónicos, ejecutada en Egipto entre el 300 y 130 a.C).

Jesucristo, los apóstoles y la Iglesia primitiva recibieron de los judíos el canon del Antiguo Testamento como se desprende del hecho de que de unas 350 citas del Antiguo Testamento que aparecen en el Nuevo, unas 300 concuerdan con el texto de los Setenta.

Esto demuestra que los apóstoles se servían del texto griego de los Setenta como del texto sagrado por excelencia. Lo cual indica que era aprobado por los mismos apóstoles, como afirma San Agustín. Y, por consiguiente, admitían como canónicos e inspirados todos los libros en ella contenidos, incluso los deuterocanónicos, que formaban parte de dicha versión.

Como los apóstoles eran los custodios del depósito de la fe, cuya fuente es la Sagrada Escritura, si no hubieran considerado los libros deuterocanónicos como inspirados, tendrían obligación estricta de advertirlo a los fieles. Tanto más cuanto que los deuterocanónicos estaban mezclados con los protocanónicos en la versión de los Setenta. Ahora bien, en ningún documento antiguo encontramos la mínima huella de una tal advertencia. Todo lo contrario, los testimonios antiguos afirman que la Iglesia recibió la colección completa de los libros del Antiguo Testamento de los apóstoles.

Los protestantes, al rechazar la Tradición, se vieron obligados a juzgar de la canonicidad de los Libros Sagrados por criterios propiamente internos. Para Calvino este criterio sería “el testimonio secreto del Espíritu” que curiosamente no guarda unidad!; para Lutero, la concordia de la enseñanza de un libro con la doctrina de la justificación por la sola fe. Razón por la cual no quería considerar algunos versículos de la carta de Pedro, y la carta de Santiago.

El canon del A.T quedó fijado, según la tradición rabínica, en el sínodo de Yamnia (hacia el año 100 d.C.).

Después de la destrucción de Jerusalén, los judíos doctos se consagraron con gran ahínco a conservar lo que aún subsistía del pasado, en modo especial las Sagradas Escrituras. Después de la destrucción de Jerusalén y del Templo 70 d.C y del fin del sacerdocio levítico, los fariseos llegaron a tener una hegemonía absoluta, por eso convocaron el Sínodo.

Fueron ellos quienes excluyeron algunos libros del canon, porque decían, que no puede un libro ser sagrado sino está escrito en hebreo y sobre el suelo de Palestina. Por eso convocaron un sínodo de Yamnia, que fijó definitivamente el canon ya admitido desde hacía dos siglos, la gran preocupación de los rabinos fue la conservación del texto sagrado. Los trabajos de los Masoretas no perseguían más que este fin.

La razón de su hostilidad con los Macabeos, es porque Herodes, a quien no querían, había casado con la última descendiente de Macabeos.

Hago hincapié en el libro de los Macabeos porque es 2 Mac 12, 38 que nos habla de hacer sacrificios de expiación por los difuntos para que se les perdonen los pecados.

Las dudas sobre los deuterocanónicos surgen alrededor del siglo III. Una de las razones es esta:

En primer lugar, las disputas con los judíos. Como éstos negaban la autoridad de los deuterocanónicos, los apologistas, al disputar con ellos, se veían obligados a servirse sólo de los libros protocanónicos. Esto debió de influir sobre ciertos escritores que comenzaron a dudar de la autoridad divina de los deuterocanónicos. Y estas dudas se fueron extendiendo más y más en diversas regiones. Los primeros testimonios son:

San Melitón de Sardes (hacia el año 170 d.C.), después de un viaje a Palestina para conocer exactamente los lugares en que tuvieron lugar los hechos narrados en el Antiguo Testamento y para saber cuáles y cuántos eran los libros de la antigua economía, manda la lista de ellos al obispo Onésimo. En esta lista solamente están presentes los libros protocanónicos, excepto Ester, seguramente porque en aquel tiempo algunos judíos dudaban de la autoridad divina de Ester.

II. El canon del Nuevo Testamento.

En el N.T también hubo libros deuterocanónicos, Hebreos, Apocalipsis, de las cartas católicas, Santiago, 2 Pedro, 2 y 3 Juan y la de Judas. Las dudas se prolongaron hasta el siglo V y en Siria entrado ya el s. VI, pero conviene decir que las dudas no eran significativas y más bien eran debidas a las dificultades de comunicación de la época.

Todas estas dudas no tardaron en ser absorbidas por el peso de la Tradicción. En Occidente, los sínodos africanos de Hipona y Cartago, y la Carta del Papa Inocencia I al Obispo de Tolosa (405), señalaron definitivamente con su autoridad el canon bíblico.

A partir del año 450 la unanimidad acerca del cannon del N.T es absoluta y es explicitada y ratificada por el Magisterio, como hemos dicho, en los concilios de Hipona, de Florencia y de Trento. El Vaticano I 1870 renovó y confirmó la definición de Trento, lo mismo que hará finalmente Vaticano II.

Clase No.3

16 de setiembre

LA TRANSMISION DE LA REVELACION.



Objetivos.

1.  Comprender qué significa la Tradición en el Antiguo Testamento, y en el Nuevo Testamento.
2.  Reconocer que la Sagrada Tradición y la Escritura son cauces de una misma fuente, la Revelación de Dios, y que ambas son inseparables.
3.  Saber dar razón de porqué la Escritura debe leerse como una unidad de Testamentos, bajo la Luz de Cristo en la Iglesia.

La transmisión de la revelación se hace de dos modos, por La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura.

I. ¿Qué es la Tradición de la Iglesia?

Santo Tomás resume la vida del hombre como:  exitus-reditus (salida-regreso).

Para facilitarnos ese regreso Dios ha querido revelarse. REVELACION
QUIEN ES EL, QUIENES SOMOS NOSOTROS, COMO PODEMOS VOLVER A EL.

Esta revelación se ha hecho en lenguaje humano, a personas concretas las cuales han ido transmitiendo o entregando a otros noticias sobre las acciones salvíficas de Dios. Abraham, Jacob, Moisés, David, etc, al pueblo de Israel.

Así surgen distintas “tradiciones” o “transmisiones” que después de un proceso complejo y bajo la guía del E. Santo da lugar al Antiguo Testamento.

La Tradición de la Iglesia es entonces: La transmisión oral de los hechos de Jesús y de la vida de la Iglesia del primer siglo.  Una parte de los cuales se pusieron por escrito, formando así el Nuevo Testamento.

La Tradición Apostólica, es anterior a la Sagrada Escritura, que se acaba cuando muere el último apóstol, Juan.

Luego por la sucesión apostólica, esa Tradición se transmite íntegra, surge así la Tradición de los Padres de la Iglesia. Fueron sucesores de los Apóstoles, de manera inmediata.

De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación “no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción” DV 9.

Importante hacer  la diferencia entre la Tradición Apostólica y tradiciones eclesiales. Cf. n 83 del Catecismo (tarea). Tampoco son lo mismo, las tradiciones y La Tradición (más adelante lo veremos).

Es importante reconocer que el A.T. también ser recibió por Tradición.

1. Ejercicio sobre una carta escrita.
2. Elementos.
No había nada para “tomar apuntes” se hace por la escucha y la acción de los acontecimientos.
La escritura sale luego de lo que se transmite.
Se escribe lo que es necesario para nuestra salvación, se toma en cuenta al hagiógrafo con sus características, costumbres, cultura.
Se completa la revelación con la tradición y la carta.
Quien interpreta correctamente es aquella a quien le fue escrita la carta.

3. Estos elementos son los que están presentes en la Sagrada Tradición, y en Sagrada Escritura y de ahí deriva su indisolubilidad.

La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo.

La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación.

2. La Tradición y las tradiciones (parte apologética)

"Tradición", definición
Etim.: Latín traditio, entregar, de tradere.

Literalmente, la tradición es la enseñanza que se comunica de una generación a otra. Tradición, con "T" mayúscula se refiere a la Palabra revelada por Dios que se transmite en la Iglesia. Como tal, "Tradición" tiene dos significados estrechamente relacionados entre si.

 "Tradición" es toda la revelación, desde el comienzo de la historia hasta el final de la era Apostólica, transmitida por los fieles de generación en generación y preservada por la guía divina del Espíritu en la Iglesia instituida por Cristo. 

La Sagrada Tradición, mas técnicamente, se refiere, dentro de la revelación, a aquella parte que no está contenida en las Sagradas Escrituras porque no se escribió hasta mas tarde.

El depósito de la fe, de la revelación, está compuesto por las Sagradas Escrituras (Biblia) y la Tradición Apostólica. El depósito de la fe fue revelado por Jesús a los Apóstoles y confiado a la Iglesia.
1 Tim 6, 20;  2 Tim 1, 12; 1, 14; 2 Tim 3, 14.

"Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en la unión, en la eucaristía y la oración, y así se realiza una maravillosa concordia de pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida" (DV 10).

¿Se aferra la Iglesia a "tradiciones"?

Un señor que dejó la Iglesia Católica alegando que ésta "se aferra a las tradiciones" me dijo:  los católicos somos como San Pablo antes de su conversión: "[yo] sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres" Gálatas 1,14.  Pablo, según la persona que se queja, abandonó esas tradiciones después de su conversión, como algo dañino a la fe. Se apoya en Colosenses 2,8 "Mirad que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo".

Pero para hacer honor a las Sagradas Escrituras hay que tomarlas todas en contexto. No se puede tomar un párrafo e ignorar otro. El mismo San Pablo habla bien claro sobre la importancia de las auténticas tradiciones:

1 Corintios 11,2 "Os alabo porque en todas las cosas os acordáis de mí y conserváis las tradiciones tal como os las he transmitido"

2 Tesalonicenses 2,15 "Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta"

¿Acaso San Pablo se contradice? Claro que no. El sabe discernir entre las tradiciones humanas y la Tradición de origen divino. Esta última es revelada por Jesucristo y transmitida por los Apóstoles.

Los cristianos que no aceptan la doctrina de la Iglesia hacen su propia interpretación bíblica de la cual deducen la doctrina de su Iglesia. Esta interpretación propia por parte de su denominación es en efecto lo que se llama tradición. De ahí la proliferación de sectas, todas ellas apelando a la Biblia para justificar sus creencias.

No se dan cuenta que mientras rechazan a la Iglesia Católica por sus "tradiciones", las substituyen por las suyas propias. Esto es precisamente lo que San Pablo condena.

Este problema ya ocurría en el tiempo de San Pablo, por eso el condenó las tradiciones humanas (interpretaciones bíblicas separadas de la Iglesia) que bloqueaban la verdad revelada. Al mismo tiempo San Pablo alaba a Dios porque los corintios conservan las "tradiciones tal como os las he transmitido" 1 Cor 11,2. Gal 1, 6-10.
También 1 Tim 3, 15. La Iglesia es columna y fundamento de la verdad.

Jesucristo fundó UNA Iglesia para que por todas las generaciones sus discípulos se mantengan unidos en la auténtica enseñanza de los Apóstoles. Solo ésta es verdadera Tradición porque viene de Jesucristo y es guardada en el Depósito de Fe por gracia del Espíritu Santo.

Jesucristo prometió que el engaño del maligno no corrompería la verdadera Tradición que los Papas enseñan: "Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella." Mateo 16:18

¿Qué significa que las Escrituras tienen a Dios por autor?

Hemos visto que las fuentes de la revelación son dos:

La Tradición y la Sagrada Escritura.

El hagiógrafo forma parte de la memoria del pueblo y el pone por escrito lo que Dios le ilumina. Primero surge La Tradición y luego La Escritura.

En los acontecimientos está presente El Espíritu Santo, en la Tradición está presente el Espíritu Santo y cuando finalmente se pone por escrito, está presente el Espíritu Santo. No todo lo que se transmite oralmente llega a ponerse por escrito. Jn 21, 25.

Podemos preguntarnos ¿dónde se encuentra la Tradición de la Iglesia? Se encuentra en el Magisterio de la Iglesia, en los escritos de los Papas.

¿Cómo sabemos qué libros son verdaderos? Por la Tradición en el Magisterio, y los escritos de los Santos Padres. Además de los escritos está la Liturgia, porque los libros que usaban los primeros cristianos en la misa eran solo los escritos de los apóstoles.

Vemos como en las tentaciones de Jesús, el demonio usa la Sagrada Escritura y la manipula para tentar a Jesús. Mt 4, Lc 4.

Esta cita aprendérsela de memoria. 2 Ped 1, 20.

“…ninguna profecía de la Escritura depende de la interpretación
privada, porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad
humana, sino que, impulsados por el Espíritu Santo, aquellos
hombres hablaron de parte de Dios”.

Lo cual significa que la interpretación de la Escritura debe hacerse bajo el Espíritu con el que fue escrita.

La Iglesia es maestra y se manifiesta en las personas que tienen el oficio de enseñarla sin error, por gracia de Dios, el Obispo y el Papa.

Las funciones del Magisterio: El Magisterio no es el Depósito ni Fuente, no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar de manera pura lo transmitido DV 10.

¿Qué significa inspirada, que papel juega el hagiógrafo? ¿contiene la Biblia errores históricos? ¿si es inspirada cómo puede tener errores?

Primero una aclaración:
La inspiración se extiende a:
todas las facultades
todo el contenido
todas aquellas personas que contribuyen a la formación del escrito.

En el Antiguo Testamento se nos habla que la Escritura es inspirada por Dios Deut.  5, 22 (ver paralelo Heb 12, 8, solo para inspirar). 2 Ped 3, 15-16; 2 Ped 1, 20-21.

La inspiración.

Ponemos un ejemplo para entender mejor.
En todo instrumento puede distinguirse una doble acción: la específicamente suya, y la acción instrumental.
Por ejemplo, el hacha. Le corresponde cortar por virtud de su propio filo, y la acción instrumental en virtud del agente que lo utilice, en este caso el leñador. De este modo el instrumento y el agente intervienen en toda la acción.

Dios inspira al higrógrafo en su entendimiento como en su voluntad.

El influjo divino se ejerce en toda la persona del hagiógrafo: no puede reducirse a unas cuantas facultades, sino a todas las esferas del ser humano, de modo que la obra resultante, el escrito sagrado, tenga como verdaderos autores conjuntos a Dios y al hagiógrafo.


Veracidad e inerrancia bíblicas.
pág 69 del libro explicación más amplia, Conocer la Biblia, Josemaría Monforte, Iniciación a la Sagrada Escritura.

Es más exacto decir que “la Biblia es toda ella verdad”, que decir que la “Biblia no contiene error”, porque no se trata de una verdad científica, ni histórica, sino salvífica, ordenada a la salvación. Desde este punto de vista todo en la Biblia es verdadero, desde la perspectiva religiosa del plan salvífico de Dios.

Por ejemplo en la genealogía de Jesús al comienzo del Evangelio de San Mateo se cuentan desde Abraham hasta Jesús, 3 veces 14 generaciones, lo que, desde el punto de vista estrictamente histórico, no es exacto; sin embargo, esta genealogía es “verdadera” si se tiene en cuenta que su autor quería señalarnos la medianidad davídica de Jesús.

El Sermón de la Montaña habría tenido lugar, según Lucas no en una montaña, sino en un “paraje llano” Lc 6, 17. La descripción de Mateo 5, 1 que habla de la montaña es “verdadera” porque quiere presentarnos a Jesús como un nuevo Moisés que desde “lo alto del monte” promulga la Nueva Ley.

Lo importante es que nuestra Fe está  íntimamente relacionada con la historia.

a. La Sagrada Escritura se propone dar doctrina que corresponde a los hechos históricos. Creación, el pecado original, son históricos.

b. La historia bíblica es verídica aunque imperfecta, porque el israelita narra la historia con una finalidad religiosa.

c. El Espíritu Santo utiliza al hagiógrafo en la redacción bajo procedimientos de su época, y su finalidad es religiosa, no tanto contar detalles que no son necesarios para nuestra salvación.




viernes, 10 de septiembre de 2010

Sobre La Divina Revelación

DEI VERBUM
(Este enlace la llevará a la página del Vaticano donde podrá imprimir o leer el documento)

miércoles, 12 de mayo de 2010

El Cannon de las Sagradas Escrituras

Catecismo Iglesia Católica 120-130

Objetivos generales:

1. Entender qué significa canon
2. Reconocer en el canon del Antiguo Testamento, la figura escondida de Cristo
3. Encontrar en el Nuevo Testamento la plenitud del Antiguo Testamento
4. Descubrir que la unidad de los dos Testamentos deriva de la unidad del plan de Dios y de su Revelación.

Objetivo específico:

Animarse a hacer de la Palabra de Dios, una Palabra que conforme nuestra forma de pensar y de vivir según la Voluntad de Dios.

Introducción:

Como marco de referencia es importante saber qué significa la palabra canon, de donde deriva, qué significa, cuándo se usó por primera vez en referencia a la Sagrada Escritura.

Para iniciar es necesario reconocer que, el Espíritu Santo es quien conduce a la Iglesia hacia la Verdad completa, Jn 16, 13 y que es a través de la Tradición Apostólica que se discierne cuáles son los libros que integran el canon de la Sagrada Escritura.

En realidad este párrafo anterior y el objetivo específico son las dos cosas más importantes que tengo que decir, fuera de eso, todo lo demás es un conocimiento importante pero secundario, que servirá de muy poco sino hacemos de la Palabra de Dios un encuentro con Jesucristo. Porque nosotras no seguimos una idea, unos conocimientos, ni siquiera somos cristianas porque seguimos unos lineamientos morales. No, somos cristianos porque seguimos a Cristo, porque El no es una idea, sino un amigo, nuestro Tesoro, nuestra Delicia, la Perla de Gran Precio, que camina a nuestro lado, a quien le confiamos nuestra vida!

1. Como punto inicial debemos decir que el Canon del Antiguo Testamento comprenden 46 escritos 45 si se toman Jeremías y Lamentaciones como uno solo, y 27 libros para el Nuevo Testamento.

2. ¿Qué significa canon?
La voz canon proviene del griego Kanón, que significaba primitivamente caña recta de madera, una regla que era empleada por los carpinteros”. En sentido metafórico indicaba cierta medida, ley o norma de obrar, por eso hablamos de los cánones éticos, o los cánones de conducta.

La razón para llamar “canon” a la colección de libros sagrados, era debido a que, por su pureza de lengua, eran dignos de ser considerados como modelos. 

La fe, o sea la doctrina revelada, es la regla que ha de servir para juzgarlo todo; y como la Sagrada Escritura fue considerada, ya desde los orígenes de la Iglesia como el libro que contenía la Revelación, es decir, la regla de fe y de vida, se llegó de un modo natural a hablar del canon de las Escrituras para designar esta regla escrita, y se comenzó a dar el nombre de canon a la colección de libros inspirados.

Probablemente el primero que emplea la palabra canon sea Orígenes en el s. III; pero el que con seguridad aplica el término canon a la Sagrada Escritura es San Atanasio hacia el año 350.

3. Del sustantivo canon se deriva el adjetivo “canónico”. Este término aparece con certeza en el Concilio de Laodicea (cerca del año 360), en el cual se establece que, en la Iglesia se lean tan solo los libros canónicos del Nuevo y del Antiguo Testamento; y que no se lean los acanónicos.

Finalmente, del adjetivo canónico se formó el término abstracto canonicidad, que expresa la cualidad de algún libro que por su autoridad y origen es divino y, en cuanto tal, ha sido introducido por la Iglesia en el canon de los Libros Sagrados.  Subrayo la frase porque la Iglesia es la única autoridad legítima que pude determinar con certeza infalible si tal libro es canónico o no lo es.

Cuando hablamos de la canonización de un persona, hablamos de alguien cuya vida es puesta como medida, como ejemplo de virtud y de amor a Dios y a la Iglesia; algo que solo la Iglesia puede determinar y proclamar solemnemente.


II. Vamos a hablar del Antiguo Testamento.

El Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir y muy fácilmente dejamos de lado su lectura y estudio. Sus libros son igualmente inspirados y conservan un valor permanente, porque la Antigua Alianza no se ha revocado, o anulado.

En efecto, “el fin principal de la economía del Antiguo Testamento era preparar la venida de Cristo, y aunque los libros contienen elementos imperfectos y pasajeros, sus libros dan testimonio de toda la pedagogía divina, del amor salvífico de Dios.

La Iglesia ha rechazado siempre, de manera vigorosa, la idea de que el Nuevo Testamento ha hecho caduco el Antiguo; de hecho eso se conoce como marcionismo. Marción enseñaba que el Dios del Antiguo Testamento no era el mismo que el Padre del Nuevo.

Vemos como la Iglesia de Cristo está preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza, en la liturgia la Iglesia conserva como parte integrante e irremplazable, haciéndolos suyos, algunos elementos del culto de la Antigua Alianza:

a. La lectura del Antiguo Testamento
b. la oración de los salmos
c. sobre todo la memoria de los acontecimientos salvíficos y de las realidades significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de Cristo, como son la Promesa y la Alianza; el Éxodo y la Pascua, el Exilio y el retorno.

Sobre esta armonía se articula la catequesis pascual del Señor.  Esta catequesis pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del Antiguo Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis “tipológica” o de “prefiguración” como en otras ocasiones les he comentado.

Por eso, la relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas. Así, el diluvio y el arca de Noe prefiguraban la salvación por el Bautismo 1 Ped 3,21; y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era figura de los dones espirituales de Cristo, 1Cor 10, 1-6; el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía “el verdadero pan del cielo” Jn 6, 32.

Así la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento y Cuaresma y sobre todo en la Vigilia Pascual, relee y revive todos estos acontecimientos de la historia de la salvación en el “hoy” de su Liturgia.

Entonces el Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir.  Por eso cuando la Iglesia lee el Antiguo Testamento 2Cor 3,14, investiga en él (Jn 5, 39-46) lo que el Espíritu “que habló por los profeta”, quiere decirnos acerca de Cristo.


No sabemos con certeza cuándo comenzaron los judíos a reunir los Libros Sagrados en colecciones. Pero sí sabemos con plena seguridad que los judíos poseían libros que consideraban como sagrados y los rodeaban de gran veneración.

El canon judío de los Libros Sagrados ignoramos cuándo fue definitivamente cerrado. Para unos sería en tiempo de Esdras y Nehemías (s. V a.C.); para otros, en la época de los Macabeos (s. II a.C.). Lo cierto es que los judíos tenían en el siglo I de nuestra era una colección de libros Sagrados, que consideraban como inspirados por Dios, y contenían la revelación de la voluntad divina hecha a los hombre.

Jesucristo, los apóstoles y la Iglesia primitiva recibieron de los judíos el canon del Antiguo Testamento.

En efecto, el texto sagrado usado por los apóstoles fue la versión de los Setenta, como se desprende del hecho de que de unas 350 citas del Antiguo Testamento que aparecen en el Nuevo, unas 300 concuerdan con el texto de los Setenta. Esto demuestra que los apóstoles se servían del texto griego de los Setenta como del texto sagrado por excelencia. Lo cual indica que era aprobado por los mismos apóstoles, como afirma San Agustín. Y, por consiguiente, admitían como canónicos e inspirados todos los libros en ella contenidos, incluso los deuterocanónicos, que formaban parte de dicha versión. Como los apóstoles eran los custodios del depósito de la fe, cuya fuente es la Sagrada Escritura, si no hubieran considerado los libros deuterocanónicos como inspirados, tendrían obligación estricta de advertirlo a los fieles. Tanto más cuanto que los deuterocanónicos estaban mezclados con los protocanónicos en la versión de los Setenta. Ahora bien, en ningún documento antiguo encontramos la mínima huella de una tal advertencia. Todo lo contrario, los testimonios antiguos afirman que la Iglesia recibió la colección

 completa de los libros del Antiguo Testamento de los apóstoles, como vamos a ver en seguida.

Los protestantes, al rechazar la Tradición, se vieron obligados a juzgar de la canonicidad de los Libros Sagrados por criterios propiamente internos. Para Calvino este criterio sería “el testimonio secreto del Espíritu” que curiosamente no guarda unidad!; para Lutero, la concordia de la enseñanza de un libro con la doctrina de la justificación por la sola fe. Razón por la cual no quería considerar algunos versículos de la carta de Pedro, y la carta de Santiago.

2 Ped 2, 20

Pues ante todo debéis saber que ninguna profecía de la Escritura depende de la interpretación privada.

Santiago 2, 14

¿De qué sirve, hermanos míos, que uno diga tener fe, si no tiene obras? ¿Acaso la fe podrá salvarle?

Entonces vemos que cuando Pablo le dice a Timoteo que la Palabra de Dios es inspirada y útil para enseñar, para argumentar, para corregir y para educar en la justicia, con el fin de que el hombre de Dios esté bien dispuesto, preparado para toda obra buena, 2 Tim 3, 14; le está hablando del Antiguo Testamento, y de la versión que contiene el libro de los Macabeos, donde ser recomienda la oración por los difuntos.

Como Conclusión:

3. La Importancia del Nuevo Testamento para los Cristianos.

Del Nuevo Testamento, cuyo centro es Jesucristo, debemos decir que nos transmite la verdad definitiva de la Revelación divina. En él los cuatro evangelios Mateo, Marcos, Lucas y Juan, son el principal testimonio de la vida y doctrina de Jesús, y constituyen el corazón de todas las Escrituras y ocupan un puesto único en la Iglesia.

4. Finalmente descubrimos que la unidad que existe entre el Antiguo Testamento y el Nuevo deriva del único proyecto salvífico de Dios. El Antiguo Testamento prepara el Nuevo, mientras que éste da cumplimiento al Antiguo: ambos se iluminan recíprocamente