CEC 470-486
Cómo es hombre el Hijo de
Dios, concebido por obra y gracia
Tarea
de la clase pasada:
1.
Saber identificar las diferentes herejías en torno a la persona de Jesucristo.
2.
Escriba la doctrina del Concilio de Calcedonia donde se manifiesta la unión
hipostática de Jesucristo.
3.
¿En Cristo se encuentran dos naturalezas?
4.
¿En Cristo encontramos dos personas?
Concepto
de persona según Boecio
38. Boecio es un filósofo del siglo VI, y a quien se atribuye la primera definición técnica de persona: substancia individual de naturaleza racional.¹ Boecio también dio una definición de supósito: substancia individual de naturaleza completa. En la definición de persona Boecio habla de naturaleza racional en vez de naturaleza intelectual, debido a que se refiere en primer término a la persona humana. Se trata de una diferencia terminológica sin importancia, porque todos entienden que la definición debe referirse al carácter intelectual de la naturaleza. La definición de Boecio incluye el concepto filosófico de substancia, por lo que, a fin de comprenderla debidamente, será necesario entrar en unos pocos tecnicismos filosóficos. El concepto de substancia ―al margen de precisiones filosóficas― es del acervo común; y así, decimos que un asunto o un negocio es de mucha substancia, o que un alimento es muy substancioso. Los filósofos, en cambio, de una manera técnica, contraponen el concepto de substancia al de accidente.También el concepto de accidente ―al margen de precisiones filosóficas― es del acervo común; y así, decimos que alguien sufre un accidente.
1.
Boecio, cfr. De duabus naturis et una persona
Christi, cap. 3; PL 64, 1343
ss.
En
filosofía se dice que la sustancia es lo mismo que la esencia y naturaleza lo
mismo que la esencia en cuanto principio de operaciones.
Ahora
bien, este marco nos ayuda a entender otra cosa, que el obrar sigue al ser. Es decir, según se actúa así es el ser.
Esto
es importante porque vamos a considerar al Hijo de Dios, nuestro Señor
Jesucristo, en su humanidad; encarnado en el tiempo, de la misma sustancia que la Virgen María, y
de la misma sustancia del Padre, eternamente engendrado por El, antes del
tiempo. Dos naturalezas: divina y humana, una sola persona.
No
son dos Cristos es un solo Cristo. Perfecto Dios, perfecto hombre. No es un
hombre disminuido por ser Dios, y entonces no le cuestan las cosas, de ninguna
manera!. Es perfecto hombre, y perfecto Dios, pero no son dos Cristo, sino uno
solo.
Cómo es hombre el Hijo de Dios.
1. La naturaleza humana ha sido asumida, no
absorbida
Diferencia, asumir- se hace responsable de algo-
asume el compromiso
Absorber, que no hay distinción, se hace uno solo.
–absorber un capital.
Entonces Cristo, tiene una realidad humana, con
cuerpo humano, y por lo tanto su voluntad es humana, su inteligencia es humana,
porque tiene un alma humana.
Pero esta naturaleza humana de Cristo pertenece a la
persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Por lo tanto todo lo que es
y hace en esta naturaleza humana, pertenece a “uno de la Trinidad”. Esta
humanidad santísima de nuestro Cristo sigue a su voluntad divina sin hacerle
resistencia ni oposición, sino todo lo contrario estando subordinada a esta
voluntad omnipotente.
Así nuestro Dios escondido se revela en la persona
del Hijo y nos comunica su forma de ser en la Trinidad, expresando en sí mismo,
las costumbres divinas de la Trinidad.
Encarnación: ¿qué significa esta palabra central
para la fe cristiana? Encarnación deriva del latín «incarnatio». San Ignacio de
Antioquía —finales del siglo I— y, sobre todo, san Ireneo usaron este término
reflexionando sobre el Prólogo del Evangelio de san Juan, en especial sobre la
expresión: «El Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14).
Aquí, la palabra «carne», según el uso hebreo,
indica el hombre en su integridad, todo el hombre, pero precisamente bajo el
aspecto de su caducidad y temporalidad, de su pobreza y contingencia.
Esto para decirnos que la salvación traída por el
Dios que se hizo carne en Jesús de Nazaret toca al hombre en su realidad
concreta y en cualquier situación en que se encuentre. Dios asumió la condición
humana para sanarla de todo lo que la separa de Él, para permitirnos llamarle,
en su Hijo unigénito, con el nombre de «Abbá, Padre» y ser verdaderamente hijos
de Dios. San Ireneo afirma: «Este es el motivo por el cual el Verbo se hizo
hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, entrando en comunión con el Verbo y recibiendo de
este modo la filiación divina, llegara a ser hijo de Dios».
Este modo de obrar de Dios es un fuerte estímulo
para interrogarnos sobre el realismo de
nuestra fe, que no debe limitarse al ámbito del sentimiento, de las
emociones, sino que debe entrar en lo concreto de nuestra existencia, debe
tocar nuestra vida de cada día y orientarla también de modo práctico. Dios no
se quedó en las palabras, sino que nos indicó cómo vivir, compartiendo nuestra
misma experiencia, menos en el pecado.
No podemos contentarnos con ser rezadoras, con la fe
de la piedad solamente, necesitamos también transmitir esa palabra porque como
dice nuestro amado Papa emérito, la caridad no debe confundirse con la
solidaridad, con la ayuda material, el mayor acto de caridad es la
evangelización, con nuestro ejemplo y con la palabra.
La gran tentación de
sentirse buenas. CS Lewis.
Jesucristo es el Rostro humano de Dios, y el rostro
Divino del hombre.
“He visto
la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado
el clamor ... conozco sus
sufrimientos. He bajado para
librarlo de la mano de los egipcios y para
sacarlo de esta tierra a una tierra buena y espaciosa ...” (Ex 3, 7-8).
Hay, por tanto, una presencia divina en las situaciones humanas.
La Palabra eterna y divina entra en el espacio y en
el tiempo y asume un rostro y una identidad humana, tan es así que es posible
acercarse a ella directamente pidiendo: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12, 20-21). Las palabras sin un rostro no son perfectas,
porque no cumplen plenamente el encuentro, como recordaba Job, cuando llegó al
final de su dramático itinerario de búsqueda: “Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos” (42, 5).
El alma humana que el Hijo de Dios asumió está
dotada de un verdadero conocimiento humano. Como tal, éste no podía ser de por
sí ilimitado: se desenvolvía en las condiciones históricas. Por eso el Hijo de
Dios, al hacerse hombre, quiso progresar “en sabiduría, en estatura y en
gracia” Lc 2, 52, e igualmente averiguar las cosas preguntando ¿cuántos panes
tienen?; 8,27 ¿quién dicen los hombres que soy yo?, cuando pregunta por Lázaro
¿dónde le han puesto? Jn 11, 34.
Pero al mismo tiempo la naturaleza humana del Hijo
de Dios, no por ella misma sino por su unión con el verbo, conocía y
manifestaba en ella todo lo que conviene a Dios. Esto sucede en lo que se
refiere al conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre
tiene de su Padre…”Padre todo te es posible, aparta de mí este cáliz”… Mc 14,
36. “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno
del Padre, él mismo lo dio a conocer” Jn 1, 18.
Debido a su unión con la Sabiduría divina en la
persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en
plenitud de ciencia de los designios eternos que había venido a revelar. Mc 8,
31 –cuando habla de lo que le sucederá en la pasión-.
Nuestro Señor
Jesucristo, trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre,
actuó con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre…se hizo uno de nosotros
excepto en el pecado para que podamos tener humanamente un rostro divino!. Una
vida en Dios, una intimidad profunda.
Esta oración comienza con una exhortación: «Tened
entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús» (Flp 2, 5). Estos
sentimientos se presentan en los versículos siguientes: el amor, la
generosidad, la humildad, la obediencia a Dios, la entrega. No se trata sólo y
sencillamente de seguir el ejemplo de Jesús, como una cuestión moral, sino de
comprometer toda la existencia en su modo de pensar y de actuar.
La oración debe llevar a un conocimiento y a una
unión en el amor cada vez más profundos con el Señor, para poder pensar, actuar
y amar como él, en él y por él. Practicar
esto, aprender los sentimientos de Jesús, es el camino de la vida cristiana.
Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, no vive su
«ser como Dios» para triunfar o para imponer su supremacía; no lo considera una
posesión, un privilegio, un tesoro que guardar celosamente.
Más aún, «se despojó de sí mismo», se vació de sí
mismo asumiendo, dice el texto griego, la «morphe doulou», la «forma de
esclavo», la realidad humana marcada por el sufrimiento, por la pobreza, por la
muerte; se hizo plenamente semejante a los hombres, excepto en el pecado, para
actuar como siervo completamente entregado al servicio de los demás.
Al respecto, Eusebio de Cesarea, en el siglo iv,
afirma: «Tomó sobre sí mismo las pruebas de los miembros que sufren. Hizo suyas
nuestras humildes enfermedades. Sufrió y padeció por nuestra causa y lo hizo
por su gran amor a la humanidad» (La demostración evangélica, 10, 1, 22).
San Pablo prosigue delineando el cuadro «histórico»
en el que se realizó este abajamiento de Jesús: «Se humilló a sí mismo, hecho
obediente hasta la muerte» (Flp 2, 8). El Hijo de Dios se hizo verdaderamente
hombre y recorrió un camino en la completa obediencia y fidelidad a la voluntad
del Padre hasta el sacrificio supremo de su vida. El Apóstol especifica más
aún: «hasta la muerte, y una muerte de cruz». En la cruz Jesucristo alcanzó el
máximo grado de la humillación, porque la crucifixión era el castigo reservado
a los esclavos y no a las personas libres.
En la oración, en la relación con Dios, abrimos la
mente, el corazón, la voluntad a la acción del Espíritu Santo para entrar en
esa misma dinámica de vida, come afirma san Cirilo de Alejandría, cuya fiesta
celebramos hoy: «La obra del Espíritu
Santo busca transformarnos por medio de la gracia en la copia perfecta de su
humillación»
Adán quiso imitar a Dios, cosa que en sí misma no
está mal, pero se equivocó en la idea de Dios. Dios no es alguien que sólo
quiere grandeza. Dios es amor que ya se entrega en la Trinidad y luego en la
creación. Imitar a Dios quiere decir
salir de sí mismo, entregarse en el amor.
¿Cómo contribuyo con el Espíritu Santo para mi
santificación?
Primero la oración para hacernos semejantes a Cristo
como hemos dicho, y luego, pero no “hasta tener experiencias místicas”, con tu
misma vida, la santificación con lo que tienes entre las manos, con los
defectos, con las circunstancias, con las enfermedades, con todo lo que te
rodea.
“La vida
interior está íntimamente relacionada con esta actuación en medio del mundo: los cristianos han de
mirar frecuentemente al Cielo, teniendo muy bien asentados los pies aquí en la
tierra, trabajar con intensidad para dar gloria a Dios, atender lo mejor
posible las necesidades de la propia familia y servir a la sociedad a la que pertenecemos.
Sin un trabajo serio, hecho a
conciencia, es muy difícil, quizá imposible, santificarse en medio del mundo.
La vida sobrenatural nos lleva a vivir un “espíritu
de caridad, de convivencia, de comprensión”, a quitar de la vida “el apego a
nuestra comodidad, la tentación del egoísmo, la tendencia al lucimiento propio”.
El trabajo es medio ordinario de subsistencia y
lugar privilegiado para el desarrollo de las virtudes humanos: la reciedumbre,
la constancia, la tenacidad, el espíritu de solidaridad, el orden, el optimismo
por encima de las dificultades…Es ocasión para ejercitar y crecer en las
virtudes teologales, la fe, la esperanza y la caridad.
La pereza, la ociosidad, la chapuza, la labor mal
acabada son en sí un defecto importante, que aleja de Dios y de lograr una
verdadera vida sobrenatural, que trae graves consecuencias como el ocio, porque
debilita el carácter, abre las puertas a la concupiscencia y a muchas
tentaciones”.
(textos del libro Para llegar a puerto).
“La vida terrena nos sirve para buscar a Dios, la
muerte para encontrarlo, y la vida eterna, para poseerlo”.