La Tradición
Apostólica/Relación entre Tradición y Sagrada Escritura
CEC 75-83
Cristo mandó a sus apóstoles a predicar, a todos los
hombres las verdades por El reveladas para la salvación.
Ahora bien, la transmisión del Evangelio, según lo
que Cristo les dijo se hizo de dos maneras.
a. Oralmente: Los apóstoles por medio de su
predicación, su ejemplo, y lo que instituyeron, transmitieron de palabra lo que
habían aprendido, de lo que habían visto y oído de Cristo mismo, y lo que el
Espíritu Santo les enseñó.
b. Por escrito: Los mismos apóstoles y otros
discípulos posteriores pusieron por escrito el mensaje de salvación, siempre
inspirados por el Espíritu Santo.
La Tradición Apostólica terminó cuando murió el
último apóstol, que fue el apóstol Juan.
La Biblia y la Tradición
A menudo los hermanos evangélicos, discutiendo con
nosotros los católicos, nos dicen: «¿Dónde habla la Biblia del purgatorio?
¿Dónde dice la Biblia que San Pedro fue a Roma? ¿De dónde sacan ustedes los
católicos eso de que María es la Inmaculada Concepción y que subió al cielo en
cuerpo y alma?».
Para los evangélicos, la Revelación Divina y la
Biblia son lo mismo. Es decir, para ellos solamente en la Biblia se encuentra
toda la Revelación de Dios.
2 Tesalonicenses 2,15 ordena a sus lectores a
mantenerse firmes en las Tradiciones Apostólicas, tanto orales como escritas.
Ahora bien: ¿Es correcta esta posición? ¿Es cierto
que la Biblia contiene todo el Evangelio de Cristo? ¿Qué dice la misma Biblia
al respecto? Además, ¿quién reunió todos los libros inspirados que constituyen
la Biblia? ¿Acaso no fue la Iglesia la que recibió el encargo de predicar el
Evangelio por todo el mundo, hasta el fin de los tiempos? ¿Qué hubo primero: la
Biblia o la Iglesia?
El argumento de Newman
Escribía entonces el Cardenal Newman: "Es
evidente que este texto -2 Tim 3:16- no conlleva consigo ninguna prueba de que
la Sagrada Escritura, sin la Tradición, es la única regla de fe. Porque si bien
la Sagrada Escritura es útil para los cuatro fines que enumera el citado texto,
sin embargo aquí no se nos dice que sea ella sola sea suficiente. El mismo
Apóstol requiere la ayuda de la Tradición (/2Ts/02/15). Es más, el Apóstol se
esta refiriendo aquí a las Escrituras que Timoteo aprendió en su infancia. Pero
nosotros sabemos que gran parte del Nuevo Testamento no había sido escrito
durante la infancia de Timoteo; incluso algunas de las cartas de los Apóstoles
no habían sido escritas al día en que Pablo le escribe este texto a Timoteo, y
ninguno de los libros del Nuevo Testamento había sido puesto aún en la lista de
libros inspirados. Pablo se refiere, evidentemente, a las Escrituras del
Antiguo Testamento, y si este texto se toma como lo hacen los protestantes,
entonces más bien probaría que los Escritos del Nuevo Testamento no son
necesarios como regla de nuestra fe".
La Revelación Divina
La Revelación es la manifestación de Dios y de su
voluntad acerca de nuestra salvación. Viene de la palabra «revelar», que quiere
decir «quitar el velo», o «descubrir».
Dios se reveló de dos maneras:
La Revelación natural, o revelación mediante las
cosas creadas.
Dice el apóstol Pablo: «Todo aquello que podemos
conocer de Dios El mismo se lo manifestó. Pues, si bien a El no lo podemos ver,
lo contemplamos, por lo menos, a través de sus obras, puesto que El hizo el
mundo, y por sus obras entendemos que El es eterno y poderoso, y que es Dios»
(Rom 1,19-20).
La Revelación sobrenatural o divina
Desde un principio Dios empezó también a revelarse a
través de un contacto más directo con los hombres, mediante los antiguos
profetas y de una manera perfecta y definitiva en la persona de Cristo Jesús,
el Hijo de Dios. «En diversas ocasiones y bajo diferentes formas, Dios habló a
nuestros padres, por medio de los profetas, hasta que, en estos días que son
los últimos, nos habló a nosotros por medio de su Hijo» (Heb.1,1-2). Jesús nos
reveló a Dios mediante sus palabras y obras, sus signos y milagros; sobre todo
mediante su muerte y su gloriosa resurrección y con el envío del Espíritu Santo
sobre su Iglesia. Todo lo que Jesús hizo y enseñó se llama «Evangelio», es
decir, «Buena noticia de la Salvación».
¿Cómo fue transmitida la Revelación Divina?
Para llevar el Evangelio por todo el mundo, Jesús
encargó a los apóstoles y a sus sucesores, como pastores de la Iglesia que El
fundó personalmente:
«Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos. Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes
todos los días hasta que se termine este mundo» (Mt. 28,18-20).
Aquí notamos cómo Jesús ordenó «predicar» y
«proclamar» su Evangelio. Y de hecho los Apóstoles «predicaron» la Buena Nueva
de Cristo. Años después algunos de ellos pusieron por escrito esta predicación.
Es decir, al comienzo la Iglesia se preocupó de predicar el Evangelio. Por
supuesto el Evangelio que Jesús entregó a los Apóstoles no estaba escrito.
Jesús no escribió nunca una carta a sus Apóstoles; su enseñanza era solamente oral.
Así lo hicieron también los Apóstoles.
La Tradición Apostólica
Este mensaje escuchado por boca de Jesús, vivido,
meditado y transmitido oralmente por los Apóstoles, se llama «la Tradición
Apostólica».
Cuando aquí hablamos de la Tradición» (con
mayúscula), nos referimos siempre a la «Tradición Apostólica». No debemos
confundir «la Tradición Apostólica» con la «tradición» que en general se
refiere a costumbres, ideas, modos de vivir de un pueblo y que una generación
recibe de las anteriores. Una tradición de este tipo es puramente humana y
puede ser abandonada cuando se considera inútil. Así Jesús mismo rechazó
ciertas tradiciones del pueblo judío: «Ustedes incluso dispensan del
mandamiento de Dios para mantener la tradición de los hombres» (Mc.7,8).
La Tradición Apostólica se refiere a la transmisión
del Evangelio de Jesús. Jesús, además de enseñar a sus apóstoles con discursos
y ejemplos, les enseñó una manera de orar, de actuar y de convivir. Estas eran
las tradiciones que los apóstoles guardaban en la Iglesia. El apóstol Pablo en
su carta a los Corintios se refiere a esta Tradición Apostólica: «Yo mismo
recibí esta tradición que, a su vez, les he transmitido» (1 Cor. 11, 23).
Resumiendo, podemos decir que Jesús mandó
«predicar», no «escribir» su Evangelio. Jesús nunca repartió una Biblia. El
Señor fundó su Iglesia, asegurándole que permanecerá hasta el fin del mundo. Y
la Iglesia vivió muchos años de la Tradición Apostólica, sin tener los libros
sagrados del Nuevo Testamento.
La Biblia
Solamente una parte de la Palabra de Dios,
proclamada oralmente, fue puesta por escrito por los mismos apóstoles y otros
evangelistas de su generación.
Estos escritos, inspirados por el Espíritu Santo,
dan origen al Nuevo Testamento (NT), que es la parte más importante de toda la
Biblia. Está claro que al escribir el NT, no se puso por escrito «todo» el
Evangelio de Jesús.
«Jesús hizo muchas otras cosas. Si se escribieran
una por una, creo que no habría lugar en el mundo para tantos libros», nos dice
el apóstol Juan (Jn. 21,25).
La Sagrada Escritura, y especialmente el NT, es la
Palabra de Dios, que nos manifiesta al Hijo en quien expresó Dios el resplandor
de su gloria (Heb.1,3).
Podemos decir que sólo la parte más importante y
fundamental de la Tradición Apostólica fue puesta por escrito. Por esta razón
la Iglesia siempre ha tenido una veneración muy especial por las Divinas
Escrituras.
Biblia y Tradición
Después de esto podemos decir que la revelación
divina ha llegado hasta nosotros por la Tradición Apostólica y por la Sagrada
Escritura. No debemos considerarlas como dos fuentes, sino como dos aspectos de
la Revelación de Dios. El Concilio Vaticano II lo describe muy bien: «La
Tradición Apostólica y la Sagrada Escritura manan de la misma fuente, se unen
en un mismo caudal y corren hacia el mismo fin». La Tradición y la Escritura
están unidas y ligadas, de modo que ninguna puede subsistir sin la otra.
Además, la Sagrada Escritura presenta la Tradición
como base de la fe del creyente: «Todo lo que han aprendido, recibido y oído de
mí, todo lo que me han visto hacer, háganlo» (Fil.4,9). «Lo que aprendiste de
mí, confirmado por muchos testigos, confíalo a hombres que merezcan confianza,
capaces de instruir después a otros» (2. Tim. 2,2).
«Hermanos, manténganse firmes guardando fielmente
las tradiciones que les enseñamos de palabra y por carta» (2 Tes. 2,15).
Está claro que el Apóstol Pablo, para confirmar la
fe de los cristianos, no usa solamente la Palabra de Dios escrita, sino que
recuerda también de una manera muy especial la Tradición o la predicación oral.
Para el Apóstol las formas de transmisión del
Evangelio: Sagrada Escritura y Tradición, tienen la misma importancia. En
realidad, una vez que se escribió el NT no se consideró acabada la Tradición
Apostólica, como si estuviera completa la Revelación Divina. La Biblia no dice
eso; en ninguna parte está escrito que el cristiano debe someterse ¡sólo a la
Biblia! Esta es una idea que surgió entre los protestantes recién en los años
1550. En la Iglesia Católica hubo siempre una conciencia clara sobre la
importancia de la Tradición Apostólica, sin quitar a la Biblia el valor que
tiene.
¿Sólo la Biblia?
Es un error creer que basta la Biblia para nuestra
salvación. Esto nunca lo ha dicho Jesús y tampoco está escrito en la Biblia.
Jesús, reitero, nunca escribió un libro sagrado, ni repartió ninguna Biblia. Lo
único que hizo Jesús fue fundar su Iglesia y entregarle su Evangelio para que
fuera anunciado a todos los hombres hasta el fin del mundo.
Fue dentro de la Tradición de la Iglesia donde se
escribió y fue aceptado el N.T., bajo su autoridad apostólica. Además la
Iglesia vivió muchos años sin el N.T., el que se terminó de escribir en el año
97 después de Cristo. Y también es la Iglesia la que, en los años 393-397,
estableció el Canon o lista de los libros que contienen el N.T.
Por tanto, si aceptamos solamente la Biblia, ¿cómo
sabemos cuáles son los libros inspirados? La Biblia, en efecto, no contiene
ninguna lista de ellos. Fue la Tradición de la Iglesia la que nos transmitió la
lista de los libros inspirados. Supongamos que se perdiera la Biblia, en ese
caso la Iglesia seguiría poseyendo toda la verdad acerca de Cristo, la cual
hasta la fecha ha sido transmitida fielmente por la Tradición, tal como lo hizo
antes de escribir el NT.
Los evangélicos, al aceptar solamente la Biblia,
están reduciendo considerablemente el conocimiento auténtico de la Revelación
Divina. Guardemos esta ley de oro que nos dejó el apóstol Pablo: «Manténganse
firmes guardando fielmente la Tradiciones que les enseñamos de palabra y por
carta» (2 Tes. 2,15).
El Magisterio de la Iglesia
La Revelación Divina abarca la Sagrada Tradición y
la Sagrada Escritura. Este depósito de la fe (cf. 1 Tim. 6, 20; 2 Tim. 1,
12-14) fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia. Ahora bien el
oficio de interpretar correctamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido
encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia. Ella lo ejercita en nombre
de Jesucristo. Este Magisterio, según la Tradición Apostólica, lo forman los
obispos en comunión con el sucesor de Pedro que es el obispo de Roma o el Papa.
El Magisterio no está por encima de la Revelación
Divina, sino que está a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido. Por
mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, el Magisterio de la
Iglesia lo escucha devotamente, lo guarda celosamente y lo explica fielmente.
Los fieles, recordando la Palabra de Cristo a sus
apóstoles: «El que a ustedes escucha, a mí me escucha» (Lc.10, 16), reciben con
docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes
formas. El Magisterio de la Iglesia es un guía seguro en la lectura e
interpretación de la Sagrada Escritura, «ya que nadie puede interpretar por sí
mismo la Escritura» (2 Ped. 1, 20).
El Magisterio de la Iglesia orienta también el
crecimiento en la comprensión de la fe. Gracias a la asistencia del Espíritu
Santo, la comprensión de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia cuando los
fieles meditan la fe cristiana y comprenden internamente los misterios de la
Iglesia. Es decir, el creyente vive la palabra de Dios en las circunstancias
concretas de la historia y hace cada vez más explícito lo que estaba implícito
en la Palabra de Dios.
En este sentido la Tradición divino-apostólica va
creciendo, como sucede con cualquier organismo vivo.
Este es precisamente el significado que hay que dar
a las definiciones dogmáticas, hechas por el Magisterio de la Iglesia.
Conclusión
1. Resumiendo, podemos decir que la Iglesia no saca
solamente de la Escritura la certeza de toda la Revelación Divina.
2. La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen
un único depósito sagrado de la Palabra de Dios, en el cual, como en un espejo,
la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas.
3. El oficio de interpretar auténticamente la Palabra
de Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de la Iglesia, a los obispos
en comunión con el Papa.
4. La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la
Iglesia, según el plan de Dios, están íntimamente unidos, de modo que ninguno
puede subsistir sin los otros. Los tres, cada uno según su carácter, y bajo la
acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de los
hombres.
Cuestionario
¿Qué
significa la palabra revelación? ¿De cuántas maneras se reveló Dios al Hombre?
¿Qué ordenó Jesús antes de subir al cielo? ¿Cuándo se pusieron por escrito las
enseñanzas de Jesús? ¿Qué significa la palabra Tradición Apostólica? ¿Basta la
sola Biblia para la salvación? ¿Cuál es la función del Magisterio?