TEOLOGIA FUNDAMENTAL I
27 de febrero 2013
CEC 36-43
Recapitulación:
1. Creo: la fe es la respuesta del hombre a Dios que
se revela y se entrega, al mismo tiempo que se revela le da al hombre una luz
sobre sí mismo para que encuentre el sentido último de su vida.
2. El deseo de Dios está inscrito en el corazón del
hombre, porque hemos sido creados a su imagen y semejanza. Dios no cesa de
atraer el hombre hacia sí.
3. El pecado, la rebeldía, la ignorancia, la
indiferencia, los afanes del mundo y las riquezas, las filosofías ateas, mal
entendidas racionalistas, nuestro mal ejemplo, y la actitud de considerar que a
Dios hay que tenerle miedo, hace que nos ocultemos de Dios y huyamos de su
llamada.
4. Pero el hombre que busca a Dios descubre ciertas
“vías”, o “pruebas de la existencia de Dios”, no en el sentido científico, sino
como argumentos convincentes que permiten llegar a verdaderas certezas.
El mundo: el orden, la belleza, la contingencia,
causa y efecto.
El hombre: la apertura a la verdad, a la belleza, la
libertad, su conciencia, aspiración al infinito, en fin, la semilla de
eternidad que lleva en sí al ser irreductible a la materia.
5. Pero para que pueda entrar en la intimidad
Divina, esas pruebas disponen a la fe, regalo de Dios, y ayudan a ver que la fe
no se opone a la razón humana. Es razonable creer.
I. EL CONOCIMIENTO DE DIOS SEGÚN LA IGLESIA. (clase
de hoy)
Objetivos:
1. Entender por qué la Iglesia puede hablar de Dios.
2. Comprender que la fe no es solo individual sino
eclesial.
3. Saber cómo superar los límites del lenguaje para
comunicar a Dios.
Precisamente porque el hombre es capaz de Dios,
puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a
partir de las cosas creadas, es que puede acoger la revelación de Dios.
Sin embargo esas razones sobrepasan absolutamente el
orden natural de las cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y
proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncia a sí mismo.
El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por
parte de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos nacidos
del pecado original. De ahí que los hombres se persuadas fácilmente de la
falsedad o al menos de la incertidumbre de las cosas que no quisiera que fuesen
verdades. (Pío XII Humani generis)
Por eso el hombre necesita ser iluminado por la
revelación de Dios, no solo acerca de lo que supera su entendimiento, sino
también sobre “las verdades religiosas y morales, a fin de que puedan ser
conocidas de todos sin dificultad”.
1. ¿Cómo hablar de Dios?
Quisiera empezar con algunas preguntas:
¿la fe tiene un carácter solo personal e individual?
¿interesa sólo a mi persona? ¿vivo mi fe por mi cuenta?
Por supuesto, el acto de fe es un acto eminentemente
personal, que tiene lugar en lo más profundo de mi ser y que marca un cambio de
dirección, una conversión personal, es mi vida la que recibe un cambio de ruta.
La fe es un don que transforma la vida, porque nos hace penetrar en la misma
visión de Jesús.
Pero mi creer no es el resultado de mi reflexión
solitaria, no es producto de mi pensamiento, sino que es el resultado de una
relación, es la acción de comunicar con Jesús la que me hace de salir de mi
“yo” encerrado a mí mismo, para abrirme al amor de Dios Padre.
Por eso no puedo construir mi fe personal en un
diálogo privado con Jesús, porque Dios me dona la fe a través de una comunidad
creyente, que es la Iglesia y me inserta en una multitud de creyentes, en una
comunión, que no es solo sociológica, sino que tiene sus raíces en el amor
eterno de Dios.
San Cipriano de Cargado dice “nadie puede tener a
Dios por padre si no tiene a Iglesia por Madre”. CEC 181 La fe nace en la
Iglesia, conduce a ella y vive en ella.
Al defender la
capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia expresa su
confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con todos
los hombres.
Veamos cómo en Pentecostés, cuando desciende el
Espíritu Santo con su poder sobre los discípulos, Hch 2, 1-13, la Iglesia
naciente recibe la fuerza para llevar a cabo la misión que le ha confiado el
Señor, difundir en todos los rincones de la tierra el Evangelio, y guiar así a
cada hombre el encuentro con El, a la fe que salva.
Los apóstoles superan todos los miedos al proclamar
lo que habían oído, visto, y experimentado personalmente con Jesús. Luego nos
narran el discurso de Pedro, y al escuchar sus palabras muchos se arrepienten
de sus pecados, y se hacen bautizar, recibiendo el don del Espíritu Santo Hch
2, 37-41. Y sus miembros no pertenecen a un determinado grupo social o étnico,
Colosenses 3, 11. Ya no hay pagano, ni judío, ni bárbaro ni extranjero, esclavo
ni hombre libre, sino sólo Cristo, que es todo y está en todos…
La tendencia hoy generalizada, de relegar la fe al
ámbito privado contradice su propia naturaleza. Tenemos necesidad de la Iglesia
para confirmar nuestra fe, y experimentar juntos los dones de Dios: su Palabra,
los Sacramentos, el sostén de la gracia y el testimonio del amor.
En la Iglesia la fe personal crece y madura. Es
interesante observar como en el Nuevo Testamento la palabra “santos” se refiere
a los cristianos en su conjunto, y ciertamente no todos tenían las cualidades
para ser declarados santos por la Iglesia, ¿qué es lo que se quería indicar,
con este término?.
El hecho de que los que tenían y vivían la fe en
Cristo resucitado estaban llamado a convertirse en un punto de referencia para
los demás, poniéndolos, así, en contacto con la Persona y con el Mensaje de
Jesús, que revela el rostro de Dios vivo.
Esto vale también para nosotros: un cristiano que se
deja guiar y poco a poco configurar por la fe de la Iglesia, a pesar de sus
debilidades, sus limitaciones y sus dificultades, busca parecerse a su Padre,
como buena hija, en medio de las luchas, es capaz de ser un espejo de Dios,
“una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz y la transmite
al mundo”.
¿Cómo podemos hablar de Dios?
Esto podría ser una pregunta de tarea, yo ¿Qué diría
de Dios? Como nos pregunta Jesús en el Evangelio ¿y ustedes quién dicen que soy
yo? ¿tú quién dirías que soy yo? ¿qué conoces de mí?
Para poder hablar de nuestro Señor, tenemos que
haber tenido un encuentro con El, una experiencia, porque esa relación no es
teórica, ni ética, ni de buenos sentimientos, es un encuentro con una Persona
que es capaz de cambiar el rumbo de tu vida para que sea pleno.
Ejemplo para
decir qué es una violeta, o a qué sabe el jugo de arándanos.
O qué es el apio, o el vino merlot, o el blanco.
Se puede hacer
una descripción para decir a qué se parece, pero no se sabe hasta que no se experimenta de manera personal.
Pero como Dios trasciende todo criatura, es
necesario purificar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de
expresión por medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir a Dios con
nuestras representaciones humanas, porque nuestras palabras humanas quedan
siempre más acá del Misterio de Dios.
Nuestro lenguaje es humano, y se expresa de ese
modo, capta a Dios mismo, sin embargo, no lo puede expresar en su infinita
simplicidad, porque la diferencia entre lo finito-limitado y lo infinito-eterno es: infinita.
Santo Tomás dice que nosotros no podemos captar lo
que Dios es, sino solamente lo que no es y cómo los otros seres se sitúan con
relación a El.
Conclusión
¿tú quién dirías que soy yo? ¿qué conoces de mí?
¿cómo vivo la fe en la Iglesia? ¿qué importancia tiene para mi la comunión
eclesial? ¿al compartir mi fe, yo que diría?.