jueves, 28 de febrero de 2013


TEOLOGIA FUNDAMENTAL I
27 de febrero 2013
CEC 36-43

Recapitulación:

1. Creo: la fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega, al mismo tiempo que se revela le da al hombre una luz sobre sí mismo para que encuentre el sentido último de su vida.

2. El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque hemos sido creados a su imagen y semejanza. Dios no cesa de atraer el hombre hacia sí.

3. El pecado, la rebeldía, la ignorancia, la indiferencia, los afanes del mundo y las riquezas, las filosofías ateas, mal entendidas racionalistas, nuestro mal ejemplo, y la actitud de considerar que a Dios hay que tenerle miedo, hace que nos ocultemos de Dios y huyamos de su llamada.

4. Pero el hombre que busca a Dios descubre ciertas “vías”, o “pruebas de la existencia de Dios”, no en el sentido científico, sino como argumentos convincentes que permiten llegar a verdaderas certezas.
El mundo: el orden, la belleza, la contingencia, causa y efecto.
El hombre: la apertura a la verdad, a la belleza, la libertad, su conciencia, aspiración al infinito, en fin, la semilla de eternidad que lleva en sí al ser irreductible a la materia.

5. Pero para que pueda entrar en la intimidad Divina, esas pruebas disponen a la fe, regalo de Dios, y ayudan a ver que la fe no se opone a la razón humana. Es razonable creer.

I. EL CONOCIMIENTO DE DIOS SEGÚN LA IGLESIA. (clase de hoy)

Objetivos:
1. Entender por qué la Iglesia puede hablar de Dios.
2. Comprender que la fe no es solo individual sino eclesial.
3. Saber cómo superar los límites del lenguaje para comunicar a Dios.

Precisamente porque el hombre es capaz de Dios, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas, es que puede acoger la revelación de Dios.

Sin embargo esas razones sobrepasan absolutamente el orden natural de las cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncia a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí que los hombres se persuadas fácilmente de la falsedad o al menos de la incertidumbre de las cosas que no quisiera que fuesen verdades. (Pío XII Humani generis)

Por eso el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no solo acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre “las verdades religiosas y morales, a fin de que puedan ser conocidas de todos sin dificultad”.

1. ¿Cómo hablar de Dios?

Quisiera empezar con algunas preguntas:
¿la fe tiene un carácter solo personal e individual? ¿interesa sólo a mi persona? ¿vivo mi fe por mi cuenta?

Por supuesto, el acto de fe es un acto eminentemente personal, que tiene lugar en lo más profundo de mi ser y que marca un cambio de dirección, una conversión personal, es mi vida la que recibe un cambio de ruta. La fe es un don que transforma la vida, porque nos hace penetrar en la misma visión de Jesús.

Pero mi creer no es el resultado de mi reflexión solitaria, no es producto de mi pensamiento, sino que es el resultado de una relación, es la acción de comunicar con Jesús la que me hace de salir de mi “yo” encerrado a mí mismo, para abrirme al amor de Dios Padre.

Por eso no puedo construir mi fe personal en un diálogo privado con Jesús, porque Dios me dona la fe a través de una comunidad creyente, que es la Iglesia y me inserta en una multitud de creyentes, en una comunión, que no es solo sociológica, sino que tiene sus raíces en el amor eterno de Dios.

San Cipriano de Cargado dice “nadie puede tener a Dios por padre si no tiene a Iglesia por Madre”. CEC 181 La fe nace en la Iglesia, conduce a ella y vive en ella.

Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres.

Veamos cómo en Pentecostés, cuando desciende el Espíritu Santo con su poder sobre los discípulos, Hch 2, 1-13, la Iglesia naciente recibe la fuerza para llevar a cabo la misión que le ha confiado el Señor, difundir en todos los rincones de la tierra el Evangelio, y guiar así a cada hombre el encuentro con El, a la fe que salva.

Los apóstoles superan todos los miedos al proclamar lo que habían oído, visto, y experimentado personalmente con Jesús. Luego nos narran el discurso de Pedro, y al escuchar sus palabras muchos se arrepienten de sus pecados, y se hacen bautizar, recibiendo el don del Espíritu Santo Hch 2, 37-41. Y sus miembros no pertenecen a un determinado grupo social o étnico, Colosenses 3, 11. Ya no hay pagano, ni judío, ni bárbaro ni extranjero, esclavo ni hombre libre, sino sólo Cristo, que es todo y está en todos…

La tendencia hoy generalizada, de relegar la fe al ámbito privado contradice su propia naturaleza. Tenemos necesidad de la Iglesia para confirmar nuestra fe, y experimentar juntos los dones de Dios: su Palabra, los Sacramentos, el sostén de la gracia y el testimonio del amor.

En la Iglesia la fe personal crece y madura. Es interesante observar como en el Nuevo Testamento la palabra “santos” se refiere a los cristianos en su conjunto, y ciertamente no todos tenían las cualidades para ser declarados santos por la Iglesia, ¿qué es lo que se quería indicar, con este término?.

El hecho de que los que tenían y vivían la fe en Cristo resucitado estaban llamado a convertirse en un punto de referencia para los demás, poniéndolos, así, en contacto con la Persona y con el Mensaje de Jesús, que revela el rostro de Dios vivo.

Esto vale también para nosotros: un cristiano que se deja guiar y poco a poco configurar por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus limitaciones y sus dificultades, busca parecerse a su Padre, como buena hija, en medio de las luchas, es capaz de ser un espejo de Dios, “una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz y la transmite al mundo”.

¿Cómo podemos hablar de Dios?
Esto podría ser una pregunta de tarea, yo ¿Qué diría de Dios? Como nos pregunta Jesús en el Evangelio ¿y ustedes quién dicen que soy yo? ¿tú quién dirías que soy yo? ¿qué conoces de mí?

Para poder hablar de nuestro Señor, tenemos que haber tenido un encuentro con El, una experiencia, porque esa relación no es teórica, ni ética, ni de buenos sentimientos, es un encuentro con una Persona que es capaz de cambiar el rumbo de tu vida para que sea pleno.

Ejemplo para decir qué es una violeta, o a qué sabe el jugo de arándanos.
O qué es el apio, o el vino merlot, o el blanco.
Se puede hacer una descripción para decir a qué se parece, pero no se sabe hasta que no se experimenta de manera personal.

Pero como Dios trasciende todo criatura, es necesario purificar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir a Dios con nuestras representaciones humanas, porque nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios.

Nuestro lenguaje es humano, y se expresa de ese modo, capta a Dios mismo, sin embargo, no lo puede expresar en su infinita simplicidad, porque la diferencia entre lo finito-limitado y lo infinito-eterno es: infinita.

Santo Tomás dice que nosotros no podemos captar lo que Dios es, sino solamente lo que no es y cómo los otros seres se sitúan con relación a El.

Conclusión
¿tú quién dirías que soy yo? ¿qué conoces de mí? ¿cómo vivo la fe en la Iglesia? ¿qué importancia tiene para mi la comunión eclesial? ¿al compartir mi fe, yo que diría?.