miércoles, 26 de mayo de 2010

Base Antropológica II


La corporalidad del hombre.

Como se expresó anteriormente el hombre es una unidad de alma y cuerpo.  Esa unidad es tan profunda, que se debe considerar el cuerpo como la “forma” del alma. Gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo, es un cuerpo humano y viviente, et factus est homo in animam viventem; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza.  Esa unidad espíritu-corpórea hace que el cuerpo humano tenga una dignidad que está por encima de cualquier otra criatura. Especialmente porque el ser del hombre es un espejo del ser de Dios. Esta imagen se forma en el hombre desde el inicio, a través del Espíritu Santo,  pues es éste el iconógrafo, aquel que pinta la imagen divina de Dios en el hombre. El hombre es persona, no es solamente algo, es alguien. “En analogía a Dios, el hombre también tiene un espacio interior, en el cual está, de algún modo, a disposición de sí mismo. También tiene intimidad. Intimidad significa mundo interior, el “santuario” de lo humano. Lo íntimo es lo que sólo conoce uno mismo: es lo más propio” [1]

En el segundo relato Génesis 2, 18 ss se expresa: “No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él”. El texto hebreo llama constantemente al primer hombre ha´adam, mientras el término ´is (varón) se introduce solamente cuando surge la conformación con la  ´issa (mujer).  Parece, basándonos en todo el contexto, que ésta soledad tiene dos significados: uno, que se deriva de la naturaleza misma del hombre, es decir, de su humanidad, y otro, que se deriva de la relación varón-mujer.

Una vez que el hombre está frente a las criaturas se encuentra sólo porque toma conciencia de su propia superioridad, no puede ponerse al nivel de ninguna otra especie de seres vivientes.
Se pueden derivar de esto varias consideraciones: 1. Que el hombre desde el primer momento de su existencia está frente a Dios como en búsqueda de la propia “identidad”. 2. Esa soledad frente a Dios la expresa a través del propio conocimiento, que va unido al conocimiento de todas las criaturas visibles,  se distingue frente a Dios y, a la vez, se afirma en el mundo visible como “persona”. Esto lo logra volcándose sobre sí mismo, en su intimidad, y exteriorizándolo a través de su cuerpo, porque es a través de éste que es capaz de saber que no es substancialmente semejante a los otros seres vivientes. 3. Se puede afirmar con certeza que el hombre así formado tiene simultáneamente el conocimiento y la conciencia del sentido propio del cuerpo. Solo así se entiende que el ser humano y sólo él, está para “cultivar la tierra” y “someterla”.

Se infiere de lo anterior, que la persona humana puede llevar una vida natural y una vida personal. La primera aúna la vida vegetativa de nuestra células, la vida sensitiva de nuestros órganos, y la vida intelectual de nuestras potencias superiores inmateriales, como son la inteligencia y la voluntad. La vida personal humana, en cambio es la vida espiritual. Esta vida no se reduce a vivificar al cuerpo y a las diversas potencias, y perdura, tras la muerte. Así decimos que nuestra vida tiene un fin trascendente, un propósito que no se reduce a lo méramente corpóreo.

La naturaleza humana por tanto no es la persona humana, sino lo común del género humano. Por eso el hombre no está en función de la especie humana, porque ésta es inferior a cada persona. La verdad es justo a la inversa: lo propio de la humanidad está en función de la persona humana.

Una de las características del hombre  es su naturaleza social,  fundamentada precisamente por tener una común naturaleza con los demás hombres, en la que se basa, el amor natural de unos por otros.

Ahora bien, la sociabilidad es una característica esencial del hombre pero no es su esencia y por tanto la persona y la humanidad del hombre no se agotan en su función social. La sociedad debe estar al servicio del hombre y no al revés ya que la unidad de cada hombre consigo mismo es una unidad sustancial mientras que la unidad de unos hombres con otros formando una sociedad, es una unidad de orden. Entre los distintos tipos de sociedades naturales que el hombre puede formar con diversos fines, hay dos sociedades naturales únicas: la familia y la sociedad civil.

En la sociedad civil, el trabajo es la acción del hombre sobre las cosas. De modo concluyente y para comentar la vocación del hombre a “cultivar la tierra”, es importante notar que el trabajo es la acción del hombre sobre las cosas dándoles una cierta perfección, con el fin de que puedan servir mejor, según éstas faciliten la vida humana. El núcleo de la concepción cristiana del trabajo lo constituyen dos ideas fundamentales: la dignidad del hombre, a quien se le confió el gobierno de la creación, y por lo tanto es sujeto agente del trabajo, y el trabajo como participación en la obra creadora de Dios en la que el hombre actúa como causa segunda. Estas dos ideas madre determinan la grandeza de la actividad laboral del hombre.

Por lo tanto con el trabajo se perfecciona una cosa exterior por la acción del hombre sobre ella, pero lo significativo es que el hombre mismo se perfecciona trabajando intelectualmente y moralmente. En todo caso, la perfección intelectual tiene una importancia secundaria porque a lo sumo convierte a la persona en un buen profesional; sin embargo la dimensión moral afecta al hombre en cuanto persona, pues lo aleja o lo acerca de su último fin.

Es decir, se pueden realizar trabajos manuales, mecánicos, y hasta realizar las mismas tareas una y otra vez; por ejemplo en la fábrica, en la maquila, o los trabajos del hogar,  donde no se requiere mucha destreza intelectual, y aún así ganar en dignidad; crecer en vida personal, porque el trabajo se ha realizado con el mayor amor posible, sabiendo que se participa en la obra creadora de Dios.

Consiguientemente no se puede hablar de “trabajadores del sexo”, pues la prostitución no dignifica a la persona, les aleja de su fin último, como se explicó anteriormente. Tampoco se puede llamar trabajo aquel que aleja a las personas de su vida familiar. Tener empleados que no son tratados personalmente para ser utilizados como simples medios de producción, es degradar la dignidad de la persona y reducir su valor a lo que vale su producción.  Esa concepción materialista, desde el punto de vista metafísico,  es totalmente falso, porque lo que la persona produce es accidental y no toca en absoluto la esencia de la persona humana.

“El hombre se realiza, se gasta y se perfecciona en el trabajo de forma personal; posibilita y mejora la vida familiar dándole medios para desenvolverse dentro de la dignidad que pide la naturaleza humana, mediante el trabajo, progresan las sociedades y los pueblos”[2].

El trabajo es la manifestación de amor más escondida, porque procura el sustento de la familia a través de la donación personal.


[1] La razón de nuestra alegría, Jutta Burgraff.

[2] Treinta temas de iniciación filosófica, Pilar Fernández de Córdoba