miércoles, 26 de mayo de 2010

Introducción a la antropología II.



El dualismo y sus consecuencias.
Desgraciadamente para muchos el dualismo platónico está presente y vigente, por ejemplo en los movimientos de liberación femenina,  en defensa del aborto y la contracepción. Presentan los argumentos como: “mi cuerpo es mío y tengo derecho a hacer con él lo que me plazca”.
Para éstas personas cabe la siguiente pregunta: entonces ¿quién es usted? porque ya se ve claramente que usted y su cuerpo son dos cosas diferentes!

O también aquellas personas que utilizan su cuerpo como máquina de generar placer, bajo el supuesto de que como el cuerpo se va a deteriorar, y por lo tanto hay que producir la mayor cantidad de satisfacción posible a su “dueño” para tener una “calidad de vida”.
Lo contrario también es viable, si el cuerpo es defectuoso, por malformación o disfuncionalidad, será difícil garantizar “calidad de vida”,  y por tanto será posible hablar de eutanasia o aborto.

La persona conserva su identidad a través de los diferentes etapas por las que debe pasar en el transcurso de la vida, sin que nadie dude que el óvulo fecundado, el niño recién nacido, y el joven que llega a ser, luego de 20 años de su nacimiento son una misma persona. ¿Qué queda en el anciano de 70 años, del niño, o del óvulo fecundado que le dio origen? En lo físico nada, sin embargo la identidad se conserva porque el principio vivificante que lo alienta es el mismo, con 30 minutos de concebido o 70 años de nacido,  con las características propias de la edad correspondiente.

Percibir que cuerpo y alma son realidades yuxtapuestas, y que si se da satisfacción a la una, la otra se sentirá mal atendida, o menospreciada, puede llevar a la persona a vivir una inconformidad con una parte de su ser.

No se puede pensar que de la lucha de lo físico-material y lo psíquico-espiritual a nivel de la conciencia, para decidir quien toma el control e impone el norte de la vida, haya siempre un vencedor y un vencido. Porque la persona es una unidad. No es vencido el cuerpo, si se impone un orden netamente espiritual, ni es vencida el alma si se impone un derrotero material. Se perfecciona o se esclaviza la persona entera.

Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo (cfr. Deus caritas est n. 5, Benedicto XVI).

Esta lucha interna por lograr la unidad tiene su raíz en el pecado original, la soberbia del hombre por querer ser como Dios, rompió la armonía existente entre el ser y el actuar. Ahora debe existir un empeño racional y voluntario para que el actuar sea en orden a la naturaleza humana y su perfeccionamiento. Actuar teniendo en cuenta la inteligencia y la voluntad no es bueno ni malo, de ello solo puede decirse que es lo que conviene a la naturaleza humana. Esto no es vivir en la represión espiritual, que se puede entender también en el campo afectivo, como represión emocional.

Sin embargo, no deja de ser cierto que alguien que actuara solo guiado por sus sentidos, sus emociones, sentimientos o “instintos” entraría en un comportamiento animalezco, porque no dirige su actuación desde la libertad, sino desde un campo mucho más elemental y simple como es la reacción a un estímulo.

Lo que va de animal racional a ser personal

En nuestra época a partir de la teoría evolucionista, ha surgido una carrera loca hacia atrás, en busca de las raíces mas remotas. Sin embargo lo alarmante no es buscar el origen humano en unos antepasados homínidos, emparentados con los simios, siempre y cuando se de por un hecho que en cierto momento hubo un evento, en el cual ese ser, asumió la condición humana propia de los homo sapiens. No obstante, “no sería legítimo, por insuficiente, definir al hombre como individuo de la especie homo (ni siquiera Homo Sapiens). Muy al contrario, el término persona al que se halla indisolublemente aparejada la idea de dignidad, se ha escogido para subrayar que el hombre no se deja encerrar en la noción de “individuo de la especie”, que hay en él algo más, una plenitud y una perfección de ser particulares, que no se pueden expresar más que empleando la palabra “persona” [1].
“Partiendo de su condición personal como realidad que delimita en el ser humano un marco de referencia sin parangón en el resto de los demás seres vivos, bien vale la pena aclarar que el hombre constituye realmente un reino aparte, el hominal, con características que le son propias tanto en el orden biológico, como en el psíquico y espiritual” [2].
Lo que resulta temerario, es creer que “el hombre es un animal más en la escala zoológica, simplemente más evolucionado y complejo”; o también que “el hombre es un animal que llora, ríe y posee un más sofisticado órgano fonatorio que lo faculta para una comunicación más compleja”. O aquellos más lanzados que afirman que dentro de los animales con capacidad de comunicación, el hombre no es siquiera el más avanzado, habiendo otros –como el delfín- que poseen sistemas de comunicación más perfectos; y todo porque éstos animales gozan de un órgano auditivo más desarrollado que el humano.
También el perro tiene un olfato que supera con creces al del hombre; el murciélago a su vez posee un sistema de radar para visión nocturna que no tiene comparación con el humano; el lince una vista insuperable; el buitre, unos ácidos estomacales que son la envidia de los gastroenterólogos, y así una lista de excelencias animales casi indefinida que no autoriza a nadie a pensar que estamos por ello, más bajos en la escala zoológica que el respectivo animal.

Esto es el telón de fondo de una ideología materialista que pretende aniquilar la libertad humana, la responsabilidad, la opción por el bien y una irrenunciable vocación de infinito, reduciéndolo a una condición de animal con instintos, que se pelea con los otros hombres y el resto de los animales, un derecho al consumo de recursos insuficientes.

La dignidad del ser humano no radica en que pueda desarrollar y mejorar sus capacidades auditivas o fonéticas equiparándolas a las de los animales citados. De ahí a humanizar al chimpancé o al delfín, porque poseen esas habilidades hay solo un paso; el mismo que se da cuando se declara un ser humano en coma irreversible, no ya como un hombre, sino un “vegetal”.

El hombre aparece no como uno más, como un animal más evolucionado o perfecto, sino como radicalmente diferente, en virtud de la libertad, que le es dada con su ser y para su ser.

Pueden hacerse comparaciones en el campo de la comunicación, identificando similitudes o diferencias, entre los animales y el hombre; pero, de ahí a equiparar calidades de comunicación hay todo un abismo insalvable entre unos y otros.
De los ruidos emitidos por los delfines a los balbuceos de un niño, a las sinfonías de Bethoven, hay una diferencia que no puede ser resuelta por biólogos, fisiólogos o fonoaudiólogos. ¡Es una diferencia ontológica!.

Desafortunadamente hay muchos científicos que saltan de lo físico a lo metafísico sin tener una continuidad en sus argumentos. Como si aquel que afirma haber investigado el espacio sideral en busca de Dios sin haberlo visto, concluya que la ciencia ha demostrado que Dios no existe.

Resumiendo, todo ser humano que aspire  a un adecuado crecimiento personal en orden a una vida feliz, debe saber lo suficiente de sí mismo, de los demás, del medio que lo rodea y de Dios, que es sustento, razón y fin último de todo lo creado; de tal forma que los errores cometidos por ignorancia al respecto no vayan a frustrar sus aspiraciones de ser feliz.

Por lo tanto la frase: “conócete a ti mismo”, sigue siendo hoy una regla que debe regir el comportamiento de cada persona, en orden a descubrir con la mayor precisión posible, cuáles son los motivos y finalidades que dan razón de una determinada actuación, sobre todo cuando de esa actuación se desprenden consecuencias importantes en el campo ético y moral.
Caminar hacia la plenitud del ser humano, sería armonizar todas sus instancias desde las materiales, hasta las completamente espirituales a partir de un principio integrador, que es, “la purificación del amor”.


[1] Dignidad humana y libertad en la Bioética, Tomás Melendo
[2] Educación de la afectividad, Álvaro Sierra Londoño