viernes, 24 de septiembre de 2010

Catecismo Iglesia Católica 203-213



DIOS REVELA SU NOMBRE
CEC 203-213

Citas

CEC 268, 2577,
Ex 34, 7, Ef 2, 4,
Jn 8, 28

Recapitulación

No hay otro Dios más que nuestro Dios
Veneramos a un solo Dios en la Trinidad Santísima y a la Trinidad en al unidad, sin confundir las personas ni separar la substancia.
Pero sobre todo creemos en un Dios que es Personal.

Objetivos

1. Descubrir la importancia que de Dios haya revelado su nombre.
2. Analizar las diferentes revelaciones del nombre de Dios en el AT y en el NT.

1. DIOS REVELA SU NOMBRE

Dios no es una fuerza anónima. Comunicar el nombre es hacerse accesible.

Pensemos en nuestra vida ordinaria. Nos damos a conocer cuando damos nuestro nombre. Muchas abuelitas y madres se sienten incómodas cuando el hijo o el nieto solo dicen su nombre, porque es como si no dijeran nada si no dicen su apellido. El nombre viene con el apellido, es su sentido de pertenencia, y en cierta forma su identidad,  sus raíces, de donde han recibido la vida.

En Israel, como en los pueblos primitivos, el nombre expresa la realidad profunda del ser que lo lleva, y revela su misión en el mundo. El nombre es algo esencial a los seres. Lo que existe, tiene nombre. Un hombre sin nombre es despreciable. Por lo mismo, la creación culmina, cuando cada ser recibe su nombre.

Recordemos el Génesis, los animales están bajo el dominio de Adán, cuando les hace desfilar ante él para que les dé un nombre (Gen 2,19-20). Sin embargo, Adán no encuentra una criatura, que se le asemeje y sólo, cuando Yahwéh le presenta a su «otro yo», impone un nombre equivalente al suyo (Gen 2,23), que en algunas traducciones se traduce como varona

El nombre se identifica con la persona. Manifestar el nombre es lo mismo que revelar la persona (Ex 3,13-14; Is 52,6). Quien conoce el nombre de una persona, puede ejercer influencia, sobre ella. Dios conoce a cada uno por su nombre. El Buen Pastor conoce por su nombre a cada una de las ovejas (Juan 10,3).
Llama a las ovejas y las conduce afuera, va delante de ellas y lo siguen porque conocen su voz. A un extraño no lo seguirán, huirán porque no conocen su voz.

El conocer y llamar a alguien por su nombre es signo de intimidad. Jesús, el buen pastor, conoce y llama "por su nombre" a sus ovejas (Juan 10, 3). Pues el signo de las íntimas relaciones en que la gracia nos establece con Dios, es el que podemos llamarlo "por su nombre". En el nombre de Padre se nos ofrece el don insuperable de la divina intimidad, por él llegamos hasta la intimidad de la vida divina.

Cuando Dios revela su nombre, está haciéndose en cierta manera accesible, capaz de ser íntimamente conocido y de ser invocado personalmente.
En el momento en que Dios nos confía su nombre, está haciéndonos una confidencia, está intimando con nosotros. Nos está diciendo quién es, para que nosotros descubramos quiénes somos.

Nuestra vida no puede estar encerrada, porque nosotros somos su imagen, nuestra naturaleza tiene una referencia a Dios. Por eso la vida de las personas que se buscan solo a sí mismas es vacía, estéril, triste. La verdadera felicidad no está en nosotras, está en la entrega de nosotras.

Hasta que llegue el momento en que Cristo interpela a sus discípulos y les dice ¿ustedes quién creen que soy?, y eso nos lo pregunta también a nosotras hoy, ¿yo quien soy para ti?. ¿me conoces, me invocas, me buscas? yo estoy aquí y te llamo por tu nombre, te conozco. Tratamos a Dios por su nombre, o no lo tratamos personalmente.

El Señor nos atrae, igual que la primera vez que nos enamoramos, la primera pregunta es ¿cómo se llama?, alguien al que naturalmente tendemos, porque El ha puesto ese deseo, esa nostalgia en nuestra vida. Para que todo el que te busque te encuentre. Y cuando finalmente pareciera que lo encontramos se esconde, como con los discípulos de Emaús, se queda escondido, para que nuestra sed de El no acabe, es una sed que sacia sin saciar, es un amor que da plenitud y siempre quiere más, porque pide más, más entrega, más generosidad, mayor decisión de apartarnos de lo que no le agrada y hacer todo lo que le agrada.

Lo buscamos como la sierva busca los torrentes de agua, o la esclava tiene puestos sus ojos en las manos de su Señor, o la doncella del Cantas de los Cantares pregunta, ¿dónde te fuiste amado mío? abrí la puerta y ya no estabas. Este amor pasa por la prueba de la soledad, del silencio. Igual que nuestras etapas de la vida, y nuestro matrimonio, se acrisola. La fidelidad solo se manifiesta en la dificultad.

Dios nos revela su nombre, según la tradición que recoge el Génesis 4, 26 un nieto de Adán, Enós, fue el primero en invocar el nombre del Señor. De este modo, el texto bíblico deja constancia de que una parte de la humanidad conoció al verdadero Dios, cuyo nombre será solemnemente manifestado a Moisés Ex 3, 15 y 6,2.

a. Dios se revela progresivamente. Los Patriarcas invocaban a Dios con otros nombres, que provenían de atributos divinos, como Omnipotente Gn 17, 1; Ex 6, 2-3  El Shaday.

El relato de la revelación del nombre divino es importante en la historia de la salvación, porque con él Dios será invocado a lo largo de los siglos.
Cuando Moisés está en la zarza ardiente y se le manifiesta Dios, se llama la teofanía, entre el Éxodo y la Alianza en el Sinaí, demostró ser la revelación fundamental tanto para el pueblo de Israel, como para el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia.

Según este episodio Dios contesta con una evasiva, para evitar que aquellos antiguos, contagiados de ritos mágicos, pensaran que conociendo el sentido del nombre tenían poder sobre la divinidad. Así, “Soy el que soy” equivaldría a “Soy el que no podéis conocer” “el innombrable”. Esto manifiesta la trascendencia de Dios, porque manifiesta su propia naturaleza de ser subsistente. El que es por sí mismo, el ser absoluto.

Yahveh impone su nombre a Israel y así establece su derecho especial para que éste le pertenezca por el amor y la fidelidad (Is 43, 1). Asimismo se invocaba el nombre de Yahveh sobre Israel para significar que le pertenecía y que estaba colocado bajo su especial protección (Is 63, 19; 2 Cro 7, 14). Se invocaba el nombre de Yahveh sobre el templo (Jer 7, 10), sobre el arca santa (2 Re 6, 2) y sobre Jerusalén (Jer 25, 29; Dan 9, 18). Y así eran "santos" para Dios. Al mismo tiempo, se manifiesta con ello la confianza en una especial protección de Dios. "El que invocare el nombre del Señor", esto es, el que colocare bajo el dominio y protección de Dios, "ése se salvará" (Act 2, 17-21; cf. Rom 10, 13).
El Señor Dios le dice a Israel, Yo soy el Dios de tus padres, Abraham, Isaac y Jacob. El Dios fiel y compasivo que se acuerda de las promesas.

Ahora bien de todos los atributos divinos, sólo la omnipotencia de Dios es nombrada en el Símbolo: confesarla tiene un gran alcance para nuestra vida. Creemos que es esa omnipotencia universal, porque Dios, que ha creado todo, rige todo y lo puede todo, es amoroso, porque Dios es nuestro Padre, es misteriosa porque sólo la fe puede descubrirla.

El está infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir, es el Dios escondido Is 45, 5; su nombre es inefable Jc 13, 18, y es el Dios que se acerca a los hombres y es fiel.

b. Nos descubre su ser. Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, que nos revela su nombre, y nos descubre su ser, el hombre conoce su propia pequeñez.

Moisés se cubre el rostro y se quita las sandalias Ex 3, 5-6 delante de la Santidad Divina. Ante los signos divinos que realiza Jesús, Pedro le dice, Apártate de mi que soy un pecador, Lc 5,8.

Precisamente porque Dios es santo, puede perdonar al pecador que se confiesa tal delante de El.

Cuando el pueblo lo abandona para hacerse un becerro de oro, Moisés intercede por el pueblo, y Dios los perdona, pero se revela como el Dios clemente y misericordioso, lento a la ira, rico en amor y fidelidad. De esta intimidad con el Dios fiel, Moisés saca las fuerzas para su tenacidad, de la misma manera nosotras debemos ser perseverantes, porque Dios siempre nos escucha, y El es fiel.

Dios es amor, por tanto es justo y fiel; no puede contradecirse, debe acordarse de sus acciones, no puede abandonar al pueblo que lleva su Nombre. Ex 34, 7, Ef 2, 4, Dios revela que es “rico en misericordia” llegando hasta dar a su propio Hijo.

Jesús, dando su vida para librarnos del pecado, revelará que El mismo lleva el Nombre divino: “Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy, Jn 8, 28

En el Nuevo Pueblo de Dios, en su Iglesia, se habla de que los vencedores tendrá un nombre nuevo.
En la "nueva creación", los "vencedores" llevarán un "nuevo nombre", el "nuevo nombre del Cordero" (Apoc 3, 12 ; cf. 14, 1; 22, 4). Todo esto significa la inauguración de un nuevo orden.

Recibir de Dios un nuevo nombre significa nada menos que entrar en nuevas relaciones con Él. El hacerse bautizar en el nombre del Dios trino y uno, en el nombre de Cristo (Mt 28, 18; Act 2, 38; 8, 16; 19, 5), establece una relación completamente nueva de dependencia, de protectorado, de íntima asimilación.

De aquí deriva la costumbre cristiana de cambiar el nombre en el bautismo, y a veces también en la profesión religiosa, como expresión de la nueva pertenencia.

El nuevo Pueblo de Dios está formado por aquellos sobre los que ha sido invocado el nombre, del Señor (lac 2,7) en el Bautismo (Act 8,16; 19,5). Los cristianos vienen a ser propiedad del Señor y se hallan bajo su protección. Se designan a sí mismos como «los que invocan el nombre del Señor» (Act 9,14.21; 1 Cor 1,2), en la seguridad de que la invocación de este nombre, les salvará (Act 2,21; Rom 10,9-13). Invocación, que supone la fe en la Resurrección (Rom 10,,9-14) y en el dogma fundamental cristológico (Jesús es el Cristo, el Señor, el Hijo de Dios). El nombre, del Señor no es, por tanto, una palabra mágica, que produce efecto como quiera que se la pronuncie y por cualquiera que la emplee (Act 19,13-17). Sin fe el nombre, no actualiza su efecto (Act 3,16), como el mismo Jesús se vio obstaculizado en su virtud por la falta de fe (Mc 6,5-6); la acción de Dios respeta la libertad que le ha dado al hombre.

Cuando los cristianos se reúnen en su nombre, el Señor en persona se encuentra entre ellos (Mt 18,20). Igualmente, Jesús se hace presente y actúa, cuando se apela a su nombre, (Act 4,30). Así los discípulos efectúan curaciones en su nombre, (Act 3,6.16; 4,7.10; 9,34) y hasta los demonios se les someten, cuando invocan este nombre, (Lc 10,17; Act 16,18). Por el poder de este nombre, se perdonan los pecados (Lc 24,47; Act 10,43; 1 Jn 2,12). y es éste el único nombre, que nos es dado para salvarnos (Act 4,12).

El nombre del señor compromete a los cristianos. Su conducta debe dar motivo para que el nombre sea glorificado (2 Thes 1,11-12) y no para que sea blasfemado (1 Tim 6,1).

En el cuarto Evangelio el nombre sobre todo nombre es el de Hijo único de Dios (3,17-18). En este nombre se ha de creer para tener la vida eterna (20,31; 1 lo 3,23; 5,13; etc.). El que no cree en el nombre del Hijo de Dios, está ya condenado (3,18). A la revelación de la verdadera naturaleza de Jesús con el nombre de Hijo, responde la revelación del ser íntimo de Dios con el nombre de Padre (17,3-6.25-26; cfr. Mt 11,27). Los que creen en el nombre del Hijo de Dios, participan de la filiación divina (1,12). Todos ellos serán marcados con el nombre nuevo (Apc 2,17; 3,12; etc., cfr. Is 56,5; 62,2; 65,15).

Por respeto a su santidad el pueblo de Israel no pronuncia el Nombre de Dios. En la lectura de la Sagrada Escritura el Nombre revelado es sustituido por el título divino “Señor” ‘Adonai”, en griego “Kyrios”. Con este titulo será aclamada la divinidad de Jesús: “Jesús es Señor”.

CONCLUSION.

Nuestro Dios se nos ha dado a conocer, se ha revelado a sí mismo para que podamos conocerlo, invocarlo y amarlo.
Se nos revela como el que Es, el subsistente, de quien deriva toda existencia, en quien se mantiene todo ser.
Pero también ser nos revela como Dios santo, compasivo y misericordioso y Fiel.
Que el reconocimiento de su santidad,  nos ayuden a descubrir nuestra pequeñez, para así poder caminar en la Verdad.