viernes, 10 de septiembre de 2010

Clase No. 2

9 de setiembre

Recapitulación de la clase anterior.

Dios revela su designio amoroso.

1. Que la historia del pueblo de Israel, es la historia de salvación de la humanidad, y es también la historia de cada persona individualmente. Por esa razón, los cristianos no podemos desligarnos de la historia del pueblo de Israel.

2. Por esa razón es que la Sagrada Escritura no se puede leer separada de sus raíces, se debe leer como una unidad, en la que el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, y el Antiguo tiene su cumplimiento pleno en el Nuevo con la revelación de la Palabra de Dios hecha hombre, Jesucristo nuestro Señor.

3. Para poder interpretar la Sagrada Escritura tenemos que adentrarnos en la cultura de un pueblo, en su lengua, y en su historia. La Sagrada Escritura surge a partir de una tradición oral, de hechos y palabras, que luego se ponen por escrito. Dentro de este proceso la historia sagrada comienza con una ELECCION, LLAMADA, PROMESA, ALIANZA Y UNA LEY hacia un Pueblo escogido, ese pueblo es el sujeto de Alianza, y de la Escritura y donde Cristo es el centro de toda la Biblia.

En el Antiguo Testamento se ve prefigurada su persona y en el Nuevo Testamento se realiza la plenitud de la revelación, con Cristo. En Cristo no solo se cumplen todas las promesas sino que El mismo es la plenitud de la revelación.

4. En este designio amoroso Dios nos revela la verdad sobre sí mismo y el origen de la humanidad, no tanto el cómo y el cuándo sino el para qué.

Entonces empezamos a analizar lo que llamaríamos una Antropología bíblica, analizando los tres primeros capítulos del Génesis.

OBJETIVOS.

Analizar los dos relatos de la creación para encontrar lo que nos revela Dios de sí mismo y del hombre.

Entender el proceso de la tentación y cómo afecta a la humanidad el pecado original, en sus relaciones interpersonales y en la vida conyugal.

Primer relato.

Dios crea la luz, y la separa de la oscuridad, que por ser algo negativo, -ausencia de luz- no es objeto de la creación.

También éste relato entra en el ritmo de los siete días, y siete veces se repite “Y vio Dios que era bueno”.  La creación va orientada hacia el sábado, día del descanso, resumen de la Thorá, signo de la Alianza entre Dios y los hombres. Es importante mencionarlo porque toda la creación conduce al hombre a establecer esa relación con Dios, precisamente porque él es la única criatura que Dios ha amado por sí misma. Aún más, Dios ha creado el mundo para iniciar con el hombre una historia de amor. Dios ha creado el mundo para hacerse hombre y para poder derramar su amor y ponerlo en nosotros, invitándonos a responderle con amor. LA CREACION SE HIZO PARA SER ESPACIO DE ORACION.

Jesús dirá, “venid a mi los que estáis cansados y agobiados que yo les daré descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.  Mt 11, 28. El se pone al mismo nivel que la ley, y la ley, recordemos, es el contenido de la Alianza, por eso Jesús nos da un mandamiento nuevo, que nos amemos unos a otros como El nos ha amado.  El es el descanso de Israel, por eso dice que es Señor del Sábado. Mt, 12 1-8. El sábado es el fin de la creación, indica su razón de ser: ésta existe porque Dios quería crear un espacio de respuesta a su amor, un lugar de obediencia y libertad.

 Al resucitar Jesús –el primer día de la semana- se convierte en el día de la nueva creación, el Día del Señor.

Para continuar con este relato en el ciclo de los siete días, es evidente un orden preciso; al hablar de materia inanimada, el autor bíblico emplea diferentes palabras, como “separó”, “llamó”, “hizo”, “puso”.

En cambio al hablar de los seres vivos, usa los términos “creó”, “bendijo”. Dios les ordena “Procread y multiplicaos”. Este mandamiento se refiere tanto a los animales como la hombre, indicando que les es común la corporalidad (1, 22-28).

No obstante es esencial subrayar que la diferencia del  sexo está mencionada solamente respecto al hombre (varón y mujer los creó), bendiciendo al mismo tiempo su fecundidad, es decir, el vínculo de las personas (1, 27-28).

En el momento de crear al hombre, no existe una sucesión natural, como se menciona anteriormente, sino que el Creador pareciera detenerse, “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza”.

El hombre no está hecho en referencia a la materia sino a Dios.

Ser creado a imagen y semejanza de Dios.

Que el hombre ha sido creado  imagen y semejanza de Dios , significa que tiene en  sí mismo una referencia a El, porque es una imagen, es decir no agota su ser en sí, lo propio de una imagen no consiste en lo que ella es en sí misma, sino que sale de sí para mostrar algo que no es. La función de la imagen es reproducir a quien es el modelo.

En consecuencia, el ser humano no puede existir cerrado en sí mismo, la perfección a la que tiende se realiza de acuerdo a la referencia de Dios, que ha creado por amor y para el amor, de manera libre. Entonces podemos afirmar que la vocación del hombre es salir de sí mismo para donarse por amor al otro, libremente. Es mejor persona en la medida en que sale de sí mismo para darse a los demás.

Como medio para expresar esa llamada a salir de sí mismo, el hombre tiene una vocación, que se manifiesta en la colaboración con Dios en su obra Creadora.

El amor es el acto específico del alma espiritual; pero la persona humana también es corporal. Ahora bien, la persona no ama porque tiene cuerpo, sino porque está dotada de alma espiritual. Sucede lo mismo, en sentido inverso, con las operaciones que son de la persona pero que realiza precisamente porque es corpórea; por ejemplo el alma es la causa del latido del corazón, pero una persona tiene corazón porque es corpórea.

Si el amor es personal, es porque incluye a la persona entera, corpórea-espiritual, y habrá que entenderlo como don sincero y generoso de sí a otra persona considerada como tal, persona. O también como aceptación de una persona.

Si el amor es personal, quien ama no es algo de alguien (su voluntad sus afectos, etc.) sino alguien. A su vez, a quien se ama personalmente no es algo de alguien (su cuerpo, su belleza física, su simpatía, su ingenio, su dinero, etc) o algo para alguien (regalarle unas flores, invitarle al cine, o a una pizzería, etc.) sino a alguien.

Amar es dar, y no cabe dar sin aceptar. Pero amar no es dar o aceptar cualquier cosa, sino darse y aceptarse: otorgamiento y aceptación personal. Se trata de amar y aceptar a una persona distinta.

Sino se comprende quien es la persona que tenemos delante, no se la puede amar personalmente. El dar respecto de un quien que se ignora es perder el tiempo.

En este sentido, Juan Pablo II afirma: “El hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa con él vivamente”.

Así se concluye en esta fase inicial, que el amor del cual nos habla la Biblia no solo, no se opone a la experiencia del amor humano, sino que le da su verdadero sentido.

La intención de los primeros versículos es mostrar que lo primero y más importante sobre la tierra es el hombre, para quien fue creado todo lo demás.

Que el hombre pertenezca a la tierra no es su peculiaridad más importante: también los animales, según el autor, serán formados de la tierra. Lo específico e importante en el hombre es que recibe la vida de Dios.

En primer lugar, diez veces se repite en este relato: “Dijo Dios”, familiarizando al hombre con los Diez Mandamientos,  introduciéndole en el reconocimiento de que estos mandamientos son el reflejo de la creación y no imaginaciones arbitrarias. Porque los X mandamientos pertenecen a la Ley Natural, son parte inherente de todo ser humano, de tal forma que cualquiera que busque la verdad con sincero corazón, la encuentre. En último término la verdad es un Quién, Cristo es la Verdad.

En el segundo relato Génesis 2, 18 ss se expresa: “No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él”. El texto hebreo llama constantemente al primer hombre ha´adam, mientras el término ´is (varón) se introduce solamente cuando surge la conformación con la  ´issa (mujer).  Parece, basándonos en todo el contexto, que ésta soledad tiene dos significados: uno, que se deriva de la naturaleza misma del hombre, es decir, de su humanidad, y otro, que se deriva de la relación varón-mujer.

Una vez que el hombre está frente a las criaturas se encuentra sólo porque toma conciencia de su propia superioridad, no puede ponerse al nivel de ninguna otra especie de seres vivientes.

La expresión en boca del varón: “ésta  sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” Gn 2,23. Esto significa la superación de la soledad original, en la que el hombre no encontraba “una ayuda que fuese semejante a él” 2, 20. Pero esta “ayuda” no es en orden a la acción de “someter la tierra”.

Se trata de la compañera de la vida con que el hombre se puede unir, como esposa, llegando a ser con ella “una sola carne” y abandonando por esto “a su padre y a su madre” 2, 24. La diferencia vital está orientada a la comunión, y es vivida serenamente tal como expresa el tema de la desnudez: “Estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro”. 

La corporalidad del hombre.

De este modo, el cuerpo humano, manifestado en su masculinidad o femineidad, tiene un carácter nupcial, lo que quiere decir que es capaz de expresar el amor con que el ser humano se hace donación para el otro “yo”.

Si el amor esponsal en el matrimonio manifiesta la unidad de la dualidad de la naturaleza humana –varón y mujer-, y a la par la comunión interpersonal propia de cada persona, lo que en ellos se une no es sólo el cuerpo, sino las mismas personas. Esta es una clara manifestación de ser imagen de Dios,  quien  es comunión de personas. Por eso el acto sexual no se puede desligar del amor personal.

El género humano debía tener una estructura que hiciera posible ser comunión amorosa, comunidad, nosotros. Esta estructura personal es la sexualidad. La masculinidad y la feminidad son el cauce para vivir un recíproco don de sí a través de su diversidad complementaria.

Por lo tanto, lo que causa el amor no es el uso de la sexualidad, sino que, el ser humano es sexuado como consecuencia del amor, para perpetuar la imagen divina que él mismo refleja.

Como bien lo expresa La Congregación para la Doctrina de la Fe en la carta a los obispos sobre “La colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo”, la sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual…Esta no puede ser reducida a un puro e insignificante dato biológico, sino que es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano. Esta capacidad de amar, reflejo e imagen de Dios Amor, halla una de sus expresiones en el carácter esponsal del cuerpo, en el que se inscribe la masculinidad y feminidad de la persona.

Recapitulando lo expuesto hasta ahora podemos señalar lo siguiente:
Que Dios al crear la humanidad, la hizo varón y mujer, con una naturaleza personal y corpórea, lo que eleva al ser humano por encima del resto de la creación. Esa unidualidad se expresa, al ser imagen de su Creador, en una comunión y donación, libre y recíproca, para dar y  recibir  amor.

Dios que es Amor Eterno y comunión de Personas, instituyó el matrimonio como icono del amor Divino. Lo hizo indisoluble porque así lo reclama la infinitud del amor de donde toma su fuente. Y la donación mutua, de la cual es reflejo, se expresa de manera concreta a través de la sexualidad, lo cual nos ayuda a entender el carácter esponsal del cuerpo y  su altísima dignidad.

Como resultado de la donación recíproca y señal inequívoca de la participación querida por Dios en el gobierno de la creación y su obra creadora, de este versículo “creced, multiplicaos,  llenad la tierra y sometedla” , emana la luz para entender cuáles son los bienes y valores específicos del matrimonio: la unidad y la procreación.

Entendemos así que “el uso de la sexualidad es la disposición del cuerpo humano que permite manifestar la mayor donación y aceptación amorosa natural de personas. El amor personal es don. Dar es ofrecimiento personal “a una persona distinta”. Y también, y por encima de ellos, es aceptación.  También por eso, un amor sexual no abierto a engendrar no es personal, sencillamente porque erradica de entrada la aceptación personal de una nueva persona, el don por excelencia, el hijo, al que están abiertos tanto el dar como el aceptar personales”. 

Los versículos subsiguientes reflejan una situación de amistad entre Dios y el hombre en la que no existe ningún mal, ni siquiera la muerte.

Se describe al hombre en un jardín  que tiene dos árboles, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Gn 2, 9, éstos simbolizan a Dios de dos maneras: como el que tiene poder de dar la vida, y como el punto último de referencia del actuar moral del hombre.

Por tanto es falso, creer que la conciencia puede crear los valores y así determinar lo bueno y lo malo; en algunas personas está arraigada esta idea,  y bajo tal premisa argumentan “esto para mí no es pecado”, ponen su conciencia por encima de la verdad, dando una impresión falsa de libertad. Esta forma de actuar está desligada de la verdad, y un conocimiento falso no conduce a la libertad, porque solo la Verdad nos hace libres. En último término un conocimiento que no sea verdadero, no puede ser considerado conocimiento, porque se conoce solo en la verdad, lo demás es desconocimiento.

Este árbol de la ciencia del bien y del mal, debía expresar y constantemente recordar al hombre el “límite” insuperable para un ser “creado”.  La autonomía moral absoluta es una tentación que se presenta constantemente al hombre, y en la que sucumbe cuando olvida que existe un Dios Creador y Señor de todo, también del hombre.

Asimismo, en estos versículos, aparece el trabajo como un encargo divino, debe proteger y hacer fructificar el jardín. El hombre debe reconocer el señorío de Dios sobre la creación y sobre sí mismo, obedeciendo el mandato  que Dios le da a modo de una alianza.

La tentación.

¿Como aparece en la humanidad el pecado y cuáles son sus consecuencias?.

Génesis 3,2-10.
El autor bíblico nos lleva a una descripción psicológica de la tentación: entretenimiento con el tentador, duda acerca de la veracidad de Dios, cesión ante las apetencias de los sentidos. Este pecado, constituye el principio y la raíz de todos los demás.

“El padre de la mentira” falsea la verdad de lo que Dios ha dicho, introduce la sospecha sobre las intenciones y planes divinos, y, finalmente presenta a Dios como aquel que le quita la libertad y deja de ser la fuente de liberación y plenitud del bien, Dios es presentado como enemigo del hombre.

La serpiente no niega a Dios; comienza mas bien, con una información aparentemente llena de sentido, pero que en realidad contiene una deformación de la verdad, colocando al hombre en esta misma deformación y, arrebatándolo de la confianza, lo introduce en la desconfianza. En adelante él será propenso a ver en Dios ante todo como alguien que lo limita.

 “Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás”  Dios da al hombre este mandamiento y de ese modo enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal, no pertenece al hombre, sino sólo a Dios.

Ciertamente, el hombre es libre, porque “puede comer de cualquier árbol del jardín” y manifiesta esa libertad desde el momento en que puede comprender y acoger los mandamientos de Dios. Pero esta libertad es limitada: “El hombre debe detenerse ante el “árbol de la ciencia del bien y del mal” por estar llamado a aceptar la ley moral que Dios le da” .


¿Le quita Dios libertad al hombre cuando establece un mandato?
          Génesis 2,15.

“Al prohibir al hombre que coma “del árbol de la ciencia del bien y del mal”, Dios afirma que el hombre no tiene originariamente este “conocimiento”, sino que participa de él solamente mediante la luz de la razón natural y de la revelación divina,  que le manifiestan las exigencias y las llamadas de la sabiduría eterna. Por tanto, la ley debe considerarse como una expresión de la sabiduría divina. Sometiéndose a ella, la libertad se somete a la verdad de la creación. Por eso conviene reconocer en la libertad de la persona humana la imagen y cercanía de Dios, que está “presente en todos”  .

No hay ningún conflicto entre la libertad y la ley, porque Dios que conoce al hombre y lo ama, en virtud de ese amor le dio la ley y ésta promueve y garantiza su libertad. Y el hombre será plenamente libre y feliz en cuanto la acepte. Interesante darse cuenta de que lo que le quita la libertad al hombre es precisamente quebrantar el mandamiento que Dios le dio.

Es de notar que el mandamiento es en orden a la sobriedad, el ayuno, no comer el fruto de un árbol. Es decir, el ayuno, la renuncia, la sobriedad y la templanza son parte de la naturaleza humana antes de pecar. Que se realizaba sin ninguna dificultad porque existía una completa unidad entre lo deseado y la inclinación a alcanzar lo considerado como un bien. Luego del pecado, alcanzar el bien requiere de un trabajo arduo, porque lo que hacemos no siempre es lo que hemos conocido como bueno.

Consecuencias en las relaciones interpersonales.

El hombre y la mujer han conocido el mal y lo proyectan, antes que nada, a lo que les es más propio e inmediato: sus propios cuerpos. Se ha roto la armonía interior descrita en Génesis 2, 25, y surge la concupiscencia.

Se rompe al mismo tiempo la amistad con Dios, y el hombre rehúye su presencia para no ser visto. Se rompe también la armonía entre el hombre y la mujer,  pierden la sencillez, facilidad y habitualidad para el don de sí recíproco; el dominio de las facultades espirituales del alma (inteligencia, voluntad y afectividad), sobre el cuerpo se quiebra ; la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones ; sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio . La comunión de amor comienza a ser un bien arduo de lograr entre ellos y presupone la purificación de la sexualidad y el esfuerzo continuo por integrar el cuerpo en el espíritu.

Ahora no comprenden con claridad su valor personal. El varón ama reducidamente a la mujer viéndola sólo como un bien sensible para sí; y la mujer, a su vez, tiende a suscitar e impulsar a que el varón la ame reducidamente o sólo con amor erótico. Por el pecado, surgió el riesgo de que el deseo del cuerpo del otro como bien para sí (eros), se manifieste más potente que el querer del espíritu de don personal de sí a otra persona a través del cuerpo (ágape). Por lo tanto el eros debe ser purificado a través del dominio propio y la renuncia, para que la persona sea libre de manifestar el amor ocupándose y preocupándose del otro. Ya no en busca de sí mismo, sino ansiando el bien del amado, lo que lo lleva a estar dispuesto al sacrificio y la renuncia.

Así el hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; si pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad.

El último contenido del segundo relato, es el referente a la desnudez original “estaban ambos desnudos, el varón y su mujer sin avergonzarse de ello”.. En esta relación original del varón y la mujer antes de la caída no existía entre ellos el pudor.

Aunque estaban desnudos, su estado de conciencia y su experiencia psicológica no conocía la vergüenza. El pudor es el sentimiento de defensa de la propia dignidad personal ante el riesgo de ser utilizado o tratado como objeto de placer. Manifiesta tendencialmente la necesidad del yo personal de ser tratado según su justo valor y ese trato es el amor. Su ausencia en la relación varón-mujer originaria, obedece a que ambos vivían en un habitual recíproco don de sí, aún a través de sus cuerpos”. No sentían vergüenza porque no se veían ni trataban como objetos sino como personas.

En su relación de donación mutua, esponsal, no existía la posibilidad de considerarse objeto de placer solamente, negando la apertura a la vida. El amor era entonces, antes de la caída, una donación recíproca y total de la persona.