viernes, 10 de septiembre de 2010

Lectura complementaria a la primera clase.


LECTURA COMPLEMENTARIA
(notas explicativas de la Biblia de Eunsa)

I. Cómo fue escrito el Pentateuco.

Los estudios de la Biblia, percibieron ya desde antiguo que el Pentateuco recibió su forma actual después de la vuelta del destierro de Babilonia (siglos VI-V a.C.). Pero ha sido en época más reciente, a partir del siglo XVII, cuando el estudio de las fuentes del Pentateuco se ha realizado de manera sistemática, llegándose a la conclusión de que en la redacción final fueron recogidos diversos materiales de distintas épocas, algunos de ellos antiquísimos, que, reelaborados y reorganizados por los autores inspirados, llegaron a constituir ese conjunto de cinco libros sagrados tal como los recibió primero el pueblo judío y luego la Iglesia. En ellos se revela una doctrina central especialmente viva tras la experiencia del destierro, cual es que Israel es el pueblo elegido de Dios, que ha recibido la Ley como un don, y que debe cumplirla para permanecer como tal pueblo en la tierra prometida. Dios se sirvió de quienes, en una época u otra, y de distintas maneras, colaboraron en la formación de estos libros, de modo que “obrando El en ellos y por ellos, pusieron por escrito, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería”.[1]

No sabemos a ciencia cierta qué forma tenía anteriormente, o cuál fue la historia recorrida por el material recogido en el Pentateuco, pero sí parece seguro que las antiguas tradiciones en torno a los patriarcas, a Moisés y la salida de Egipto, y a la entrada y conquista de la tierra, fueron reunidas y ampliadas de diversas maneras en los momentos de florecimiento cultural y religioso del pueblo de Israel.

En el Reino de Israel se acentuaban aspectos de sus tradiciones religiosas como la Alianza con Dios en el desierto, el cumplimiento de sus cláusulas y la trascendencia de Dios. A esta tradición del Norte se la denominado “Elohista”, porque en los relatos asociados a ella se designa a Dios con el nombre de Elohim.

Durante el siglo VII a.C. bajo los reyes Exequias y Josías, hubo en el Reino de Judá profundas reformas religiosas que propiciaron el desarrollo de un nuevo modo de entender los acontecimientos pasados que están en el origen de un resurgir literario que más adelante, durante el destierro y después de él, tuvo como manifestación más importante la composición de una historia de Israel narrada a partir de la conquista de la tierra. Esa narración suele llamarse “Deuternonomista”, porque incluía el Deuteronomio, o parte de él, como introducción a la historia narrada.

La actividad literaria emprendida por la reforma deuteronomista posiblemente no se limitó a la narración el historia desde Josué a Reyes. Parece probable que sirviera de estímulo para ir dando forma a antiguos relatos tradicionales. Sobre la base de tales tradiciones, tanto escritas como orales, se irían componiendo algunos ciclos narrativos: la historia de los orígenes, de los patriarcas, Israel en Egipto y su éxodo, e Israel en el desierto hasta la entrada en la tierra de Cannán. En esas narraciones se emplea en ocasiones el nombre de Yahwéh como nombre propio de Dios. Por eso, al referirse a la tradición que recoge esos pasajes se utiliza el término “Yahvista”.

El destierro en Babilonia (s VI a.C) fue un momento importante de profundización religiosa para Israel. Allí los sacerdotes deportados desde Jerusalén hubieron de mantener la fe del pueblo frente a la religión babilónica cargada de mitos y prácticas rituales propios del paganismo. Para ellos recordarían una vez más las tradiciones de los antepasados mostrando cómo toda la historia de la humanidad y en especial la vida del pueblo de Israel se desarrolló al hilo de sucesivas alianzas de Dios con los hombres. A tal actividad literaria se la designa en los estudios actuales como obra “Sacerdotal”, obra que ha dejado una profunda huella en el texto definitivo del Pentateuco.

Unidad.
Todas esas formas de tradición que debieron de existir previamente a la redacción final, aun presentando sus propias peculiaridades literarias y doctrinales, quedaron integradas por inspiración divina en el conjunto de la gran obra que llamamos Pentateuco, y llegaron a constituir “La ley” de Moisés. Al hilo de las primeras palabras de cada uno de los cinco libros, que son como el título dado por los autores sagrados, descubrimos su trama unitaria.

Enseñanza.
La enseñanza del Pentateuco es fundamentalmente de carácter religioso: muestra cómo Dios actuó en la historia humana haciendo surgir el pueblo de Israel, y enseña la respuesta que el pueblo debía dar a Dios. Presenta, por tanto, el fundamento de la fe y de la religión de Israel en las que, sobre todo, se confesaban las intervenciones de Dios en los acontecimientos del pasado, porque sin la acción de Dios tales acontecimientos no serían explicables. Al mismo tiempo, enseña que Dios manifiesta su voluntad a través de personas que hablan en su nombre. De ahí la importancia de las palabras puestas en boca de Moisés.

El Pentateuco enseña que Dios actúa en la historia humana eligiendo a un pueblo para ser instrumento de salvación de cara a los demás pueblos. Esta
Elección, fundada en el amor gratuito, constituye la clave para comprender el desarrollo de la historia que presenta no sólo el Pentateuco, sino toda la Biblia.

La elección va acompañada de la Promesa. El Pentateuco es también el libro de las promesas. A Abraham y a los patriarcas Dios les promete la tierra de Canaán y una descendencia numerosa.

Elección y promesa se ratifican en la Alianza. El centro del Pentateuco lo constituye la Alianza de Dios con su pueblo por mediación de Moisés.

La Alianza lleva consigo la Ley, que viene a ser el conjunto de estipulaciones que el pueblo, por su parte, ha de cumplir para mantener su pacto con Dios.

En ese contexto la Ley adquiere un profundo significado, pues el asumirla libremente conlleva la aceptación agradecida de la elección, y el cumplirla representa el deseo sincero y eficaz de conseguir el don de la promesa. La ley de Dios aparece así, ella misma, como un don. De esta forma bajo el nombre de La Ley, -la Torah- con el que la tradición judía designa al Pentateuco, queda incluido no sólo su aspecto de “norma”, sino el de “intervención salvadora de Dios” de la que habla toda la ley.

II. La interpretación de la Biblia debe hacerse en la Tradición de la Iglesia.

La tradición bíblica se continúa en la Tradición viva de la Iglesia. La Biblia no ha sido entregada por Dios a ninguna persona en particular, sino a la Iglesia[2]. Sólo a través de ésta conocemos el canon de las Sagradas Escrituras, es decir, cuáles son los libros inspirados por Dios que integran la Biblia. “Guiada por el Espíritu Santo y a la luz de la Tradición viva que ha recibido, la Iglesia ha discernido los escritos que deben ser conservados como Sagrada Escritura…El discernimiento del ¨canon” ha sido punto de llegada de un largo proceso”[3].

La Iglesia ha percibido cuáles son los libros inspirados, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y discerniendo el canon de las Escrituras, discernía su propia identidad, de modo que las Escrituras son, a partir de ese momento, un espejo en el cual la iglesia puede redescubrir constantemente su identidad, y verificar, siglo tras siglo, el modo cómo responde sin cesar al evangelio. [4] La Iglesia ha sido consciente de que es el mismo Espíritu Santo, que impulsó a los autores a poner por escrito los libros sagrados, el que la guió en el reconocimiento de esos libros y el que la asiste sin cesar en su recta y auténtica interpretación. Cualquier interpretación de los libros de la Sagrada Escritura que quiera respetar la naturaleza propia de los mismos deberá, por tanto, hacerse, dentro de la Iglesia.

Existe pues, una íntima conexión entre Tradición, Escritura y Magisterio de la Iglesia. La Tradición se ha puesto por escrito en unos libros, y éstos han sido reconocidos como sagrados, como parte de la Escritura, por esa misma Tradición viva que los interpreta como auténtica Palabra de Dios. De ahí que el tercer elemento, la interpretación, entra dentro de la naturaleza de la misma Escritura, pues ésta se forma por un conjunto de actos realizados por la Iglesia, que es, por su misma constitución, una comunidad de tradición.

En cualquier caso, la interpretación de la Sagrada Escritura no debe proponerse nunca como un acto aislado, fruto conclusivo del ingenio de un intérprete. Es un encuentro con la Palabra de Dios en la Tradición viva de la Iglesia, con la inmensa multitud de hombres y mujeres que han enraizado su vida en ella y la han puesto a su servicio.
2 Ped 1:20.


GENESIS.

¿Por qué existen dos relatos sobre la creación del mundo y del hombre?
En el texto sagrado quedan recogidas antiguas tradiciones sobre los orígenes, que los estudiosos ven reflejadas en dos relatos unidos al comienzo del libro del Génesis. El primero, que destaca la trascendencia divina sobre todo lo creado y utiliza un estilo esquemática, se atribuye a la “tradición sacerdotal”. El segundo, que incluye además la caída y expulsión del paraíso, habla de Dios en forma antropomórfica, y presenta un estilo más vivo y popular, se considera de “tradición yahvista”.

Son dos modos distintos en los que la Palabra de Dios, sin pretender una explicación científica de los comienzos del mundo y del hombre, ha expuesto, de modo adecuado para su comprensión, los hechos y verdades fundamentales de los orígenes, invitando a contemplar la grandeza y el amor divinos manifestado en la creación y luego en la historia.

“Nuestra fe nos enseña –escribe San Josemaría Escrivá- que la creación entera, el movimiento de la tierra y de los astros, las acciones rectas de las criaturas y cuanto hay de positivo en el sucederse de la historia, todo, en una palabra, ha venido de Dios y a Dios se ordena” (Es Cristo que pasa n. 130).

En el primer relato, la Biblia ofrece una profunda enseñanza sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo. Sobre Dios, que es Uno y Único, Creador de todas las cosas y del hombre en particular, trascendente al mundo creado y su dueño supremo; sobre el hombre, que es imagen y semejanza de Dios, superior a todos los demás seres creados, y puesto en el mundo con el encargo de dominar la creación entera; sobre el mundo, que es bueno y está al servicio del hombre.

A partir del capítulo 2, 4b- 4, 26. Se inicia ahora una nueva narración de los comienzos que los investigadores consideran de “tradición yahvista”, y que tiene, en efecto, rasgos de ser más antigua que la anterior. Llega hasta el final del cap. 4 y narra la creación del hombre y de la mujer, la caída de nuestros primeros padres y su expulsión del paraíso, y la continuación de la vida humana marcada por el pecado.  Todo ello viene descrito en un lenguaje simbólico y lleno de gran viveza expresiva, que, por una parte, nos sitúa ante verdades trascendentales de orden histórico, y, por otra, resalta aspectos de orden antropológico, psicológico y religioso, que pertenecen al hombre de todos los tiempos.


[1] Conc. Vaticano II, Dei Verbum, n.11
[2] Conc. Vaticano II, Dei  Verbum n. 11
[3] Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia pp 86-87.
[4] Conc. Vaticano II, Dei Verbum, n.8